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Las muertes ocultas de la pandemia de COVID-19

En apariencia, Sara Wittner había retomado el control de su vida. Después de una recaída en diciembre en su lucha contra la drogadicción, la joven de 32 años completó un programa de desintoxicación de 30 días y comenzó a aplicarse una inyección mensual para inhibir su deseo de consumir opioides.

Estaba comprometida para casarse, iba a trabajar para una asociación de salud local y asesorar a otros sobre adicciones. Hasta que llegó la pandemia de COVID-19.

De un día para otro, el virus derrumbó la red de contención y apoyo que había construido cuidadosamente a su alrededor: no más reuniones en persona de Narcóticos Anónimos, no más charlas de café con un amigo o con su patrocinador.

A medida que los pacientes con el coronavirus colmaban hospitales y clínicas, su cita para recibir la siguiente inyección mensual se empezó a retrasar de 30 a 45 días.

Por lo que su familia pudo reconstruir a partir de los mensajes en su teléfono, Wittner volvió a consumir el 12 de abril, el domingo de Pascua, más de una semana después del día en el que debería haber tenido su inyección.

No pudo controlarlo, y volvió a drogarse el martes y el miércoles.

“Sabemos que debe haber pensado: puedo lograrlo. Tendré mi vacuna mañana», dijo su padre, Leon Wittner. «Solo tengo que pasar por esto un día más y luego estaré bien».

Pero el jueves por la mañana, el día antes de su cita, su hermana Grace Sekera la encontró acurrucada en la cama de la casa de sus padres en este suburbio de Denver, con sangre del lado derecho de su cuerpo, espuma en sus labios, todavía sosteniendo una jeringa. Su padre sospecha que murió de una sobredosis de fentanilo.

Sin embargo, asegura que lo que realmente la mató fue el coronavirus.

«Cualquier persona que esté luchando con una adicción, que tenga un problema con el alcohol o de salud mental, ha visto sus redes de seguridad destruidas de repente», dijo. «Y esas son personas que viven al borde del abismo».

La muerte de Sara Wittner es solo un ejemplo de lo complicado que es rastrear el impacto total de la pandemia, e incluso las muertes que deberían contabilizarse. Algunas personas que contraen el coronavirus mueren por COVID-19. Otras que tienen COVID-19, mueren de otra cosa.

Y luego hay personas que mueren debido a las irregularidades generadas por la pandemia.

Mientras que funcionarios de salud pública están tratando de recopilar datos sobre cuántos individuos dan positivo para el coronavirus y cuántas personas mueren a causa de la infección, la pandemia ha dejado un número incalculable de muertes en las sombras: personas que no murieron por el virus, pero sí a causa de él.

Pero la falta de claridad inmediata sobre el número de personas que realmente mueren por COVID-19 tiene algunos espectadores, que van desde los teóricos de la conspiración en Twitter hasta el presidente Donald Trump, alegando que los recuentos son exagerados, incluso antes de que se incluyeran muertes como la de Wittner.

Eso ha socavado la confianza en la precisión sobre el número de muertos y ha dificultado que los funcionarios de salud pública implementen medidas de prevención de infecciones.

Sin embargo, expertos están seguros que la falta de pruebas generalizadas, las variaciones en la forma en que se registra la causa de muerte, y la interrupción económica y social que ha causado el virus están ocultando el verdadero número de muertes.

¿Cómo contar?

En los Estados Unidos, COVID-19 es una «enfermedad de declaración obligatoria»: los médicos, forenses, hospitales y hogares de adultos mayores deben informar si alguien da positivo para la infección y cuando una persona que se sabe que tiene el virus, muere.

Eso proporciona un sistema de vigilancia casi en tiempo real para que los funcionarios de salud evalúen dónde están ocurriendo los brotes, y su magnitud. Pero es un sistema diseñado para ser veloz más que preciso; incluirá invariablemente las muertes no causadas por el virus, así como también se perderán algunas las muertes que sí fueron por COVID-19.

Por ejemplo, una persona diagnosticada con COVID-19 que muere en un accidente automovilístico podría incluirse en los datos. Pero la muerte de alguien que falleció en su casa podría no registrarse como parte de la epidemia, si nunca se hizo la prueba. No obstante, los números son lo suficientemente precisos como para servir como un sistema de alerta temprana.

«Realmente están destinados a ser simples», dijo la epidemióloga Rachel Herlihy, del estado de Colorado. “Aplican estos criterios en blanco y negro a situaciones a menudo grises. Pero son una forma de recopilar sistemáticamente estos datos de una manera simple y rápida».

Agregó que, por eso, los números no siempre se alinean con los datos del certificado de defunción, lo que lleva mucho más tiempo revisarlos y clasificarlos. E incluso esa información puede ser subjetiva. Los certificados de defunción generalmente los completa un médico que estaba tratando a esa persona en el momento de la muerte o un médico forense cuando los pacientes mueren fuera de un centro de atención médica.

Las pautas de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) permiten a los médicos atribuir una muerte a una infección por COVID «presunta» o «probable» en ausencia de una prueba positiva si los síntomas o circunstancias del paciente lo justifican. Sin embargo, quienes completan los formularios aplican su criterio médico individual, lo que puede conducir a variaciones de estado a estado o incluso de condado a condado en cuanto a si una muerte se atribuye o no a COVID-19.

Además, pueden pasar semanas, si no meses, para que los datos del certificado de defunción se transfieran del condado al estado, y de ahí a las agencias federales, con revisiones de precisión en cada nivel. Y aun así se pueden perder muchas muertes por COVID-19 de personas que nunca fueron examinadas.

Es por eso que los dos métodos para contar las muertes pueden generar diferentes resultados, lo que lleva a algunos a concluir que los funcionarios están aumentando las cifras. Y ninguno de los dos enfoques capturaría la cantidad de personas que murieron porque no buscaron atención, y ciertamente se perderán las muertes indirectas, como la de Wittner, en la que la pandemia causó una interrupción en la atención.

«Desafortunadamente, todas esas cosas no estarán especificadas en el certificado de defunción», dijo Oscar Alleyne, jefe de programas y servicios de la National Association of City and County Health Officials.

KHN (Kaiser Health News) es un servicio de noticias sin fines de lucro que cubre temas de salud. Es un programa editorialmente independiente de KFF (Kaiser Family Foundation) que no tiene relación con Kaiser Permanente