COMPARTE

Quiero compartir una historia con ustedes. Se trata de una familia que conozco, que son extremadamente pobres y apenas sobreviven. En medio de la inestabilidad en su país natal, se les hacía muy difícil llevar comida a la mesa, sin mencionar encontrar un trabajo o poner pie en un salón de clases. Su propio gobierno los abandonó hace mucho tiempo.

Como tantos otros, soñaban con una vida mejor en Estados Unidos, y lograron por fin juntar el dinero suficiente para hacer el peligroso viaje a nuestras costas. Pero una vez aquí, descubrieron que la vida no era tan fácil. Los resentían por sus acentos, su fe y sus costumbres extranjeras. Lucharon por conseguir una educación. Les cerraron puertas en la cara cuando buscaban trabajo.

Así que trabajaron más duro. Se apoyaron el uno en el otro, forjaron una comunidad y se organizaron. Construyeron iglesias, negocios y escuelas. Sus hijos fueron a la universidad. Lento, pero seguro, comenzaron a disfrutar, a cierta medida, éxito y estabilidad.

Cuando cuento esta historia, la gente espera el apellido: García, Vázquez o Rodríguez.

Es Kennedy. Inmigrantes luchadores a quienes la búsqueda de una vida mejor los llevó de la hambruna irlandesa a los barrios inmigrantes de Boston.

Mi padre tiene un recuerdo de mi bisabuela Rose, y siempre recordaré el momento en el que me lo contó. Un día, cuando era un niño, él jugaba con amigos, y ella le pidió que entrara a la casa. Él no estaba exactamente emocionado cuando mi bisabuela sacó un gran álbum de fotos e hizo que se sentara. Estaba seguro de que iba a hacerle mirar las viejas fotos de la familia durante horas.

En cambio, ella sacó una pila de periódicos cuidadosamente doblados y guardados en la última parte del álbum. Uno tras otro, los abrió en la sección de clasificados. Entonces, señaló publicación tras publicación en donde decía en letras molde en mayúscula: «NINGÚN IRLANDÉS DEBE APLICAR».

Mientras sostenía estas páginas para mi padre, su mensaje era claro: No olvides de dónde vienes. No olvides la sangre, el sudor y lágrimas que generaciones anteriores derramaron para que tú nunca sintieras el pinchazo del prejuicio. Y no ignores la responsabilidad que tienes de continuar ese trabajo.

Para mi familia, esto se convirtió en una lucha profundamente personal. En julio de 1964, –cerca de un siglo después de que sus ancestros llegaran a este país– un Fiscal General joven llamado Robert F. Kennedy se sentó en frente de la Casa del Comité Judicial en Washington. Ahí, mi abuelo solicitó al Congreso modificar las reformas migratorias.

Nuestro sistema, él dijo, “es fuente de vergüenza frente al mundo. Es fuente de angustia para muchos de nuestros propios ciudadanos… es fuente de pérdida de fortalecimiento económico y creativo para nuestra nación como un todo… es inconsistente con nuestros principios y con nuestra historia”.

Hoy, la oposición que mi abuelo y otros defensores enfrentaron hace medio siglo suena familiar. Inmigrantes inundarán nuestras ciudades y pueblos. Tomarán los trabajos de los americanos. Amenazarán la vida de los estadounidenses. Envenenarán la cultura americana. No son de aquí. No son como nosotros.

Cincuenta años más tarde, la oposición todavía no ha actualizado sus argumentos. Cnicuenta años más tarde, nuestro sistema de inmigración roto todavía es una fuente de vergüenza, pero peor, de angustia y pérdida. Y 50 años más tarde, nos enfrentamos a una amenaza distinta a cualquier otra en la historia reciente: un presidente que construyó una campaña entera –y ahora una administración– sobre el chivo expiatorio de las familias inmigrantes.

Hemos observado al presidente Trump amenazar nuestros valores americanos más fundamentales con muros fronterizos y “bad hombres”. Hemos escuchado sus epítetos racistas. Hemos visto sus órdenes ejecutivas apresuradas, diseñadas para impulsar la deportación y bloquear a aquellos que buscan refugio en nuestras costas. Y nos hemos quedado horrorizados cuando su administración barre el país con incursiones que parecen sin precedentes en su alcance y sincronía –llegando tan lejos como para tener de objetivo a los DREAMers y a víctimas de violencia doméstica.

Nos dicen que esto es normal. Pero sabemos en nuestros corazones que no lo es. Esta es la nueva agenda de un presidente que ha dejado claro –en términos dolorosos, prejuiciosos y mezquinos– lo que piensa de los inmigrantes estadounidenses.

Por eso, hoy quiero entregar un mensaje a nuestras familias inmigrantes: el presidente Trump no habla por todos nosotros. Sus políticas migratorias llenas de odio se oponen a un enorme segmento de líderes en Washington que no dan por sentado su patriotismo. Estamos agradecidos por todo lo que contribuyen a nuestras comunidades, a nuestra cultura y economía. Somos conscientes de lo que han sacrificado y arriesgado para ser parte de nuestro Estados Unidos. Y estamos a su lado en la lucha que se avecina.

COMPARTE
ÚLTIMAS NOTICIAS

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *