Hay mil formas de perderlo todo, y a veces pensamos que esto nunca podría pasarnos a nosotros pero qué equivocados estamos. Podemos perderlo todo por nuestra propia negligencia y también por circunstancias externas sin poder hacer nada al respecto, dejando que una angustia nos invada y a que esta emoción se sumen la pena, impotencia, desesperanza y también el rencor. Para la mayoría de personas es difícil concebir la perdida tan grande que acarrea un incendio, o cualquier otro desastre, que se lleva consigo absolutamente todo, desde nuestras posesiones más preciadas hasta las más insignificantes, e incluso a veces hasta nuestros seres queridos. Esto es algo que le ha pasado a miles de personas ya sea por guerras, estafas, o por desastres naturales como maremotos y laudes, o por incendios como el que recientemente azotó Valparaíso en Chile.
Como vaticinando este desastre hace algunas semanas conversaba con una amiga artista sobre un incendio que sufrió en su apartamento y donde perdió casi todo. La pena con la que me describía cómo no tuvo ropa que vestir, que no le quedaron fotos y cosas preciadas, íntimas e irremplazables me hizo sentir mucha tristeza, pero solamente cuando comprobé que este incendio causó traumas en ella (pavor al sonido de alarmas, paralización al percibir ciertos olores, terribles miedos y compulsiones) pude darme cuenta de la magnitud del asunto y entender la situación en todas sus formas.
A veces sufrir estas pérdidas va más allá de los daños económicos, pues cientos de nuestras posesiones tienen además del valor tangible un valor sentimental y único, y representan una vida de amor y sacrificios. Experimentar estas pérdidas, como cualquier otra, conlleva también heridas psicológicas.
He escuchado historias desgarradoras de amigos de mis tías en Chile que lo han perdido todo. Leer noticias del incendio es una cosa bastante impersonal, pero escuchar historias detalladas es otra cosa y sin conocer a esta gente he sentido una empatía única por ellos. La empatía es algo de lo que necesitamos más. ¿Cómo no conmoverse por un hombre jubilado que ha puesto todos sus ahorros en su pequeña casa para verla desvanecerse entre llamas? ¿Cómo no llorar por una persona que desde su trabajo pudo ver su hogar consumirse en llamas y además perdió a su hermano mayor, cuñada y un sobrinito en el incendio? Es doloroso imaginarse a esta pobre gente. Como estas historias hay otras muchísimo peores y más desgarradoras. El incendio de Valparaíso ha dejado alrededor de 11 mil personas damnificadas, 6000 personas desplazadas, ha dejado 15 muertos y ha destruido alrededor de 2500 casas, consumiendo alrededor de 850 hectáreas. Parte de la bella ciudad portuaria de Chile, considerada Patrimonio de la Humanidad, que tiene un nombre que indica que uno va al paraíso, es ahora un infierno.
Yo he pasado partes de mi vida en Valparaíso e imaginarme zonas devastadas por el fuego me cause una pena terrible, pero me causa aún más dolor el infortunio de tanta gente. Allá en Chile pocos cuentan con seguro o recibirán algún tipo de indemnización o ayuda sustancial, y así lo hiciesen nunca nada sería suficiente para reponer todo lo que han perdido. Solo readquirir cosas básicas es costoso. ¿Cómo hará esta pobre gente de Chile? ¿Cómo hicieron los del Tsunami en Tailandia? ¿Cómo no darse cuenta que cualquiera puede perderlo todo en un instante? ¿Cómo no ayudar a estas personas?
Este mundo necesita de más solidaridad, de más empatía. Todos estamos juntos en esta incertidumbre que es la vida; todos podemos ser víctimas de la volatilidad humana, de guerras o de los caprichosos intempestivos de la naturaleza y su fuerza incontrolable. Espero que Valparaíso se levante de entre las cenizas como un ave Fénix, que el resto del mundo ayude a estas personas, y que la gente afectada pronto deje de sentir angustia, pena e impotencia y sepa que no lo han perdido todo pues siempre habrá personas dispuestas a ayudar.