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Habiendo dicho que la libertad nunca es completa, quiero explicar ahora por qué pienso que la censura es no solamente necesaria sino juiciosa.

Se dice que la democracia es el sistema político en el cual la libertad tiene su mejor hábitat. La democracia depende de un intercambio abierto de ideas. Esas ideas compiten unas con otras y, al hacerlo, destilan su significado. Coartar la manifestación de estas ideas, pues, es un atentado en contra de la democracia. Pero democracia es también una cacofonía en la cual una idea de primera comparte el mismo espacio con una idea de segunda o de tercera o de cuarta calidad. En otras palabras (la expresión es eficaz), no todas las ideas enunciadas son dignas de la misma atención. La sobreabundancia de expresión lleva al agotamiento, la frustración, el desgaste.

Propongo contrastar este exceso con su reverso: la censura bajo una dictadura. El régimen de Stalin prohibió la distribución de libros que juzgaba subversivos ligados al capitalismo. De vuelta, la lista de tiranos en la historia es enorme. Sus diferencias, para objeto de estas reflexiones, son mínimas. Esa cesura termina por tener un curioso efecto purificador. Borges decía que la censura es la madre de la metáfora, es decir, que allí donde hay que escribir en contra de algo, la articulación literaria opta por estrategias como la alegoría, la metonimia y la sinécdoque. Ser incapaz de decir lo que uno quiere no resulta–no tiene por qué resultar–en el silencio. Al contrario, en esa circunstancia la imaginación se torna atlética, abre sus alas, hace factible lo posible.

Las lecciones que nos ofrece la historia son inquietantes. Bajo la tiranía en América Latina (digamos el Chile de Pinochet, la Argentina de la junta militar, el Paraguay de Stroessner), la literatura afiló sus dientes. A mi gusto, las novelas escritas durante esa época son conjuntamente superiores a las redactadas en el período democrático que siguió. Esas narraciones–muchas de ellas descritas como «novelas del dictador»Â–tienen un aire desafiante. Pero no llaman las cosas por su nombre. Al contrario, las deforman, las reconfiguran, las reinventan.

Sería ridículo proponer que todo individuo debería sujetarse a una dosis de represión para enriquecer su lenguaje y pulir su criterio. Aún así, la libertad no puede (no debe) ser asumida como inevitable. Tal opinión termina por hacer que la gente sea complaciente, incapaz de distinguir. Piénsese en el acto de recordar. No todo lo que nos ocurre es digno de ser recordado. Si fuera así, viviríamos sobresaturados de memorias y seriamos incapaces de pensar. Porque pensar es ignorar detalles. Nuestro intelecto usa un sutil mecanismo que no es ajeno a la censura: selecciona lo que vale la pena e ignora lo demás. Otra vez, se trata de un acto de sobrevivencia.

Para concluir, diré que la censura se asemeja a la teoría de la selección natural propuesta por Darwin: en la medida en que prohíbe, la especie se perfecciona.

Discurso magistral pronunciado en la 47ava Conferencia de Literatura Comparada, CSU-Long Beach, el 2 de marzo de 2012.

Ilan Stavans – Autor y profesor mexicano. Titular de la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es: ilan@elplaneta.com

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