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Luzmila García observa los tenis para correr New Balance en el piso cuando sube a la habitación de su hijo Franco en el ático de su casa en Newton.

En el escritorio hay desparramados libros de química. Un canasto contiene camisetas dobladas del estudiante de 21 años, recién lavadas.

«Es el tipo de muchacho al que no le importan las cosas materiales», comenta la madre, de 50 años.

Pero a poco más de dos semanas después de la desaparición de Franco, los padres se aferran a las posesiones del joven, estudiante del Boston College.

Y no pierden la esperanza. Confían en que haya alguna razón por la que el chico no regresó a su casa. Sin embargo, Luzmila y su esposo José saben que el tiempo no está de su parte.

Los amigos de Franco dicen que lo vieron por última vez en un bar de Brighton en la madrugada del 22 de febrero. Luego de ensayar con la banda universitaria a la que pertenecía, el estudiante de química se fue a tomar unos tragos en Mary Ann’s, un bar popular entre los universitarios, con algunos amigos.

Pero cuando cerraron el bar, no había rastros suyos. Al día siguiente, los García entraron en pánico a su regreso de una vacación en Nueva York, al ver que no había noticias de su hijo.

Hicieron una denuncia y la policía se movilizó. Un día de búsqueda a pie, desde el aire e incluso debajo del agua, en un embalse cercano, no arrojó resultados. No había actividad alguna en la tarjeta de crédito de Franco. Su camioneta Volvo de 1987 estaba estacionada donde la dejó él. Su clarinete estaba adentro.

Un cajero bancario afuera del bar capturó las últimas fotos de Franco a las 12:18am. La última actividad de su celular fue a la 1:17am, en la madrugada del 22. Desde entonces, no hay señales suyas. No ha aparecido por su casa, en la universidad ni en su trabajo en una farmacia CVS.

Parada entre las pertenencias de su hijo, Luzmila mezcla el pasado y el presente al hablar del muchacho.

«Estaba estudiando estadística», relata, mirando hacia un libro de matemáticas que reposa junto a otros de ciencias.

Luego observa un libro en la cabecera de la cama. En un estante, junto a títulos como «El Gran Gatsby» y «El Código Da Vinci», hay un grueso volumen que pinta una imagen del muchacho de 1.82 metros (seis pies) y 90 kilos (200 libras) y sensibilidad de niño.

«Le encanta Harry Potter», dice la madre.

NO SE DAN POR VENCIDOS

Luzmila y José emigraron de Perú hace más de dos décadas e iniciaron una nueva vida con sus cuatro hijos en los suburbios de Boston. José trabaja desde hace años en la misma panadería y Luzmila tiene un pequeño negocio de helados en East Boston, «Frío Rico». La familia es muy unida.

A las 11:00am del miércoles 29, los padres de Franco observaban una lancha de la policía que recorría las aguas de Chestnut Hill Reservoir cerca del estadio del Boston College.

Los automovilistas que pasan por allí hacen sonar sus bocinas en señal de apoyo a los Franco, que muestran carteles indicando que su hijo está desaparecido. Alguien que no los conocía les ofrece café y rosquillas. Otra desconocida abraza a Luzmila.

«Estamos desesperados», le dice Luzmila a la mujer, Anastasia, temerosa de que la policía suspenda la búsqueda.

«Estamos tratando de dar con cualquier pista», señala un agente. La coronel de la policía estatal Marian McGovern llega al lugar en momentos en que se intensifica una nevada.

«Haré todo lo que esté a mi alcance para que su hijo vuelva a casa», le promete a Luzmila. Igual que la familia, la policía no se da por vencida.

En la puerta de la casa aparecen canastas con alimentos para una familia que casi ni piensa en comer. José dice que por la noche rezarán el Rosario con amigos.

«Es duro para ella cuando oscurece, cuando termina otro día sin que su hijo haya aparecido», comenta José. «Pero las oraciones la ayudan».

Al rato llega el hijo menor de los García, Al

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