Por: Nadia Qasmieh / Fotos:Melisa Ostrow
Imágenes de chicas patinando, surfeando, y de porristas decoran las orillas del álbum fotográfico de Shanika Acosta. En una foto, Acosta está abrazando a Julia Reyes, cuya cara está toda untada de crema azul de la torta de su cumpleaños número 14. Sus mejillas lucen como si estuvieran a punto de estallar en risa.
Una junto a la otra, Acosta y Reyes parecen hermanas, o mejores amigas. Pero esta fotografía, tomada en 2004, en realidad revela a una madre adoptiva y a su hija, apenas siete años de diferencia entre ambas.
Acosta, de 26 años, es recepcionista en un hotel de Boston.
Sus intensos rizos negros ahora lucen recogidos, y la blusa azul del uniforme apenas se asoma del saco negro a rayas que viste. Atiende a los huéspedes con una sonrisa mientras les entrega las llaves del cuarto.
Acosta fue una niña en adopción temporal (foster child), y aunque su vida nunca fue tan cómoda como ahora, siempre se mantuvo firme en su meta de terminar la escuela secundaria y conseguir un buen trabajo. Lo que nunca esperó fue que la llamaran «mamá» a los 16 años. Acosta es una de las mujeres solteras más jóvenes en Chelsea en adoptar una hija. Consiguió la custodia legal de Reyes cuando tenía 21, pero se convirtió en su figura materna desde el día que se conocieron.
Durante un receso en su trabajo, Acosta mira las fotos. Las imágenes de los cumpleaños estimulan los recuerdos de cuando vio por primera vez a Reyes en 2000. La ocasión era el cumpleaños número 10 de Julia. El lugar: la casa de la propia madre adoptiva temporal de Acosta.
Pero no era una fiesta de cumpleaños. Fue cuando Acosta, una niña abusada, empezó a ayudar a Reyes con su propio pasado abusivo.
«Si tuviera la oportunidad de cambiar la vida de alguien y darle una vida mejor de la que yo tuve…», dice Acosta, «fue exactamente lo que tuve e hice».
Nacida en el Bronx, Acosta creció sin ningún sentido de seguridad. Con su madre y padrastro viajó una y otra vez a Puerto Rico, mudándose con ellos a Florida, Filadelfia, Connecticut y Massachusetts.
«Mi madre siempre pensó, ‘oh, en este lugar las cosas van a estar mejor económicamente’. Pero nunca lo fueron», recuerda Acosta. «Ella nunca supo cómo quedarse en un solo lugar».
Acosta se sentía ignorada mientras su madre se dedicaba a buscar su próximo destino. También presenció y soportó el abuso de su padrastro.
«Ã‰l le decía a mi mamá cosas como, ‘Puta, tu no vales na'», dice Acosta. «Una vez me llamó a mí y como me tardé en contestar me pegó de una vez en la boca con una correa de piel, rompiéndome el labio».
A los 13 años, Acosta le pidió a su madre que la dejara quedarse donde estaban.
«Solía mirar al cielo y pedirle a Dios, ‘Señor, tu eres mi guía, no me desampares. Soy una buena niña y quiero un futuro mejor'», dice Acosta.
Antes de mudarse de nuevo a Puerto Rico, su mamá mandó una carta a la Alcaldía de Chelsea, donde vivían en aquel entonces, diciendo que iba a dejar a Acosta bajo la custodia del Departamento de S