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Estos Astros de Houston que están a cuatro victorias de conquistar la Serie Mundial tienen algo en común con esa versión de 2017 que alzó el trofeo de campeón.

El corazón de aquella escuadra sigue latiendo en el infield.

Los cuatro defensores del cuadro por entonces se mantienen en su posiciones hoy. El cubano Yuli Gurriel está en primera base. El venezolano José Altuve custodia la segunda. El puertorriqueño Carlos Correa es el campocorto. Y el estadounidense Lance Berkman defiende la tercera.

Hay otras figuras de 2017, es verdad. El súper utility venezolano Marwin González de nuevo está en la banca. Los ases Lance McCullers Jr. y Justin Verlander siguen siendo parte de la nómina. Pero el rol de González es menor, en comparación a aquel año, y tanto McCullers como Verlander están fuera por lesiones.

Los Astros están bien armados. Han ido añadiendo piezas valiosas, campaña tras campaña. Han producido valores propios. Y han concretado firmas inteligentes entre los agentes libres. Y han sido acertivos en el mercado de cambios.

No importa si el gerente general es Jeff Luhnow, el defenestrado arquitecto de esta dinastía en el Oeste de la Liga Americana, o su sucesor James Click. No importa si el manager es el dinámico A.J. Hinch, un exponente de la nueva escuela, o si es Dusty Baker, el veterano que representa los valores de la tradición.

Houston ha sido una novena altamente competitiva durante un lustro. Y lo ha sido porque la piedra fundacional de su formidable edificación son esos cuatro apellidos: Gurriel, Altuve, Correa y Berkman.

No solamente producen con el bate. También estabilizan la defensa con sus guantes y sus buenos modos al ejecutar la rutina.

Pero también, y esto es lo más importante, son las voces cantantes en el terreno y los que inspiran en la cueva.

El liderazgo de esos cuatro explica no solo el rendimiento de los Astros. Explica también la reacción positiva que han tenido todos en el roster cada vez que la fanaticada contraria les recibe entre abucheos.

Las pitas y el repudio de los aficionados rivales siguen escuchándose desde que en 2020 se supo del robo de señas que en Houston realizaron aplicando una tecnología no permitida por la MLB. Pero los abucheos casi siempre terminan en batazos de los abucheados. Y en victorias.

Es como si las silbatinas más bien les dieran fuerzas para responder con más contundencia.

«Es así», rie el venezolano Carlos Mendoza, coach de banca de los Yanquis de Nueva York. «Cuando empezaron a gritarle cosas a Altuve en el Yankee Stadium, yo quería gritarle a los fanáticos que pararan, que iban a conseguir todo lo contrario de lo que esperaban».

Mendoza toma con sentido del humor la reacción de la gente y la enorme resiliencia de los campeones de la Liga Americana. Pero los hechos demuestran que tiene razón.

Gurriel, Altuve, Correa y Berkman son firmas propias de la escuadra texana. Han estado juntos desde 2016, cuando el cubano salió de su país para emprender carrera en las Grandes Ligas. Desde entonces ese infield no ha cambiado. Y desde 2017 han ganado cuatro de cinco banderines del Oeste, tres coronas de liga y nunca han dejado de disputar los playoffs.

Ese corazón nació para ganar.

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