Por Esther J. Cepeda
Columnista nacional sindicada. Su e-mail es estherjcepeda@washpost.com. (c) 2011, The Washington Post Writers Group.
El crisol de razas que funde las singulares características de los recién llegados de todo el mundo en un Estados Unidos diverso parece estar enfriándose –al menos cuando se trata de los latinos.
¿O debería decir hispanos? ¿Chicanos? Algunos se remontan muy atrás en su ascendencia y adoptan el nombre de «amerindios», en reconocimiento de sus ancestros indígenas de las Américas (los críticos de la blogósfera a veces se refieren a ellos como «indigenazis»).
Saco esto a colación debido a una completa crisis de identidad latina, tipificada por conversaciones obsesivas sobre etiquetas. En todo el país, los latinos están lanzándose en conflictivos debates sobre quiénes son, quiénes quieren ser, cómo se denominarán, y, lo más importante, cómo quieren que los demás los denominen.
Hay tantos asuntos importantes que enfrentan los hispanos en este momento –falta de trabajo, niveles inadecuados de educación, la epidemia de la obesidad– que uno pensaría que queda poco tiempo para dedicar a una discusión que debe ser simple: Identifíquense primero como estadounidenses y consideren su subgrupo étnico como un dato menos importante. Tranquilos, la Oficina del Censo no está ahí para «agarrarlos».
Pero para algunos, la palabra «americano» es un término cargado, utilizado cruelmente por residentes estadounidenses que siempre olvidan, convenientemente, que Canadá, México, América Central y Sudamérica son parte de «las Américas».
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«Tanto hispanos como no-hispanos insisten en quiparar a los latinos con inmigrantes»
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Entonces, ¿por qué la manía de las etiquetas? Lo atribuyo, simplemente a una mentalidad de la «generación yo»: Todo el mundo es especial –en su propia manera– y la autoestima, la individualidad y la auto-expresión importan más que ninguna otra cosa. Pero otros le echan la culpa a un racismo institucional que data ya de hace tiempo.
En un ensayo publicado recientemente, «Perpetuating the Marginalization of Latinos: A Collateral Consequence of the Incorpporation of Immigration Law into the Criminal Justice System» (Perpetuación de la Marginalidad de los Latinos: Un Efecto Secundario de la Incorporación de la Ley Migratoria en el Sistema de Justicia Penal), Yolanda Vásquez, que da clases en la Escuela de Derecho de la Universidad de Pennsylvania, expresa que los latinos no pueden ser aceptados ni adquirir legitimidad en este país porque están estrechamente asociados con el tema de la inmigración ilegal. En su conjunto, sostiene Vásquez, se los ve como delincuentes, que suponen una amenaza para la seguridad nacional. Vásquez echa la culpa a las políticas que criminalizan la inmigración ilegal.
Aunque estoy en total desacuerdo con su conclusión de que el racismo es lo que ha impulsado la política de la ley migratoria –todo grupo de inmigrantes ha trascendido la discriminación, y las leyes son, en general, un reflejo de los valores de los electores– sin duda Vásquez tiene razón en lo referido a la legitimidad de los latinos en este país. A pesar del hecho de que desde 2000 la abrumadora mayoría de la población latina es un producto de nacimientos y no de la inmigración, tanto los hispanos como los no-hispanos insisten en equiparar a los latinos con inmigrantes.
«Ahora mismo la gente está diciendo, ‘Soy latina e hispana, pero estar orgulloso de mi proveniencia no significa que no sea una estadounidense igual a los demás'», me dijo Vásquez.