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Las 368 inhabilitaciones políticas que recaen sobre los precandidatos a las elecciones regionales del próximo noviembre en Venezuela son una conocida expresión de los totalitarismos «light» del siglo XXI.

Al igual que lo han hecho Putin, Ahmadinejad, Fujimori y Mugabe, Chávez pretende sacar del juego con instrumentos de torcida legalidad a sus opositores más peligrosos. En marzo de este año por ejemplo, el gobierno Iraní, a través del llamado Consejo de Guardianes, logró inhabilitar a casi 2,000 candidatos para las elecciones parlamentarias. La gran mayoría de los que sacaron del juego eran miembros de la alianza opositora al gobierno de Ahmadinejad, la cual con esta medida fue limitada a competir por solo 30 de los 290 escaños.

En Rusia, el juicio por evasión fiscal y encarcelamiento de Mikhail Khodorkovsky, quien era visto como uno de los principales contendores de Vladimir Putin, le permitió a este último imponer a un leal sucesor sin mayores problemas. ¿Cuál es el modus operandi de estos autócratas post guerra fría?

Estas llamadas democracias autoritarias, sistemas híbridos o autocracias competitivas – como lo es el gobierno de Hugo Chávez – tienen una característica en común: a diferencia de los sistemas dictatoriales hegemónicos o unipartidistas, permiten la existencia de una oposición inocua que los legitima. No son dictaduras pero tampoco son democracias porque a diferencia de estas, las instituciones democráticas – si bien existen – no tienen independencia y son utilizadas para cercenar las posibilidades de que los partidos de oposición logren cuotas importantes de poder.

Estos regímenes por lo general se diferencian de las democracias en tres elementos básicos: las elecciones no son justas y libres (utilizan, entre otros atropellos, el fraude o las inhabilitaciones que acabamos de mencionar en Irán, en Rusia y en Venezuela), incurren en importantes violaciones a las libertades civiles (discriminación política, amenazas y coacción) y abusan del poder económico y político del estado para crear unas reglas de juego ampliamente sesgadas a favor del partido de gobierno. En otras palabras, la receta tiene dos elementos fundamentales: conducir elecciones periódicas que los legitime y evitar violaciones flagrantes de los derechos humanos que puedan generar cuestionamientos internacionales.

Para la supervivencia del autócrata del siglo XXI es muy importante la fotografía que le da la vuelta al mundo: las largas colas de votantes. Ellos saben que, mientras no se asesine al opositor, ¿cómo se captura en una imagen la falta de un estado de derecho?

Así pues, estos tipos te ponen la soga al cuello pero no ahorcan, hostigan pero no liquidan, discriminan pero no eliminan, permiten el acto electoral pero limitan el derecho a elegir. ¿Qué hacer? La única opción es la de seguir compitiendo electoralmente para no perder sino mas bien tratar de ganar espacios, pero al mismo tiempo poner en evidencia su verdadera naturaleza antidemocrática para desenmascáralos internacionalmente y ante sus seguidores.

Las inhabilitaciones políticas que este gobierno nos pretende imponer a los venezolanos son una flagrante violación a la constitución y a nuestro estado de derecho. No podemos ir a las elecciones sin gritarle al mundo lo que verdaderamente está pasando aquí. Hay que manifestar en las calles, informar a la sociedad civil y los gobiernos de otros países sobre este y otros atropellos. Somos nosotros los responsables de provocar la reacción internacional que este tipo de autócrata teme. Así se hizo en Ucrania, en Irán, en Kenia y se está haciendo hoy en Zimbabue.

Si no asumimos esta responsabilidad, en noviembre los medios de comunicación mostraran la única imagen que

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