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Un adiós con acento venezolano y corazón bostoniano

El Dr. Rubén J. Azócar, pionero en la medicina perioperatoria, deja Boston tras 28 años de legado profesional y afecto profundo por la ciudad.

Dr. Rubén Azócar

Después de casi tres décadas dejando huella en hospitales, universidades y en la comunidad médica de Boston, el Dr. Rubén J. Azócar se despide de la ciudad que fue su casa, su escuela y su inspiración. Desde su llegada como joven estudiante hasta convertirse en una figura destacada de la medicina académica, su trayectoria es también una historia de amor con Boston: con sus calles, sus conciertos, sus inviernos y, sobre todo, con su gente.

Ahora, como nuevo Chair de Anestesiología y Medicina Perioperatoria en la Universidad de Tulane, el Dr. Azócar emprende un nuevo capítulo en Nueva Orleans. Pero antes de partir, quiso dedicarle a Boston una carta sincera, entrañable y nostálgica que compartimos con nuestros lectores. Porque su historia también es la de muchos inmigrantes que llegan con sueños y, con el tiempo, terminan amando profundamente esta ciudad.

Aquí sus palabras de despedida: Hasta la vista, Boston.

Hace exactamente 40 veranos llegué a Boston por primera vez. Y fue amor a primera vista. A pesar de las ineficiencias (aún presentes) de Logan, el tráfico infernal en el túnel Callahan y los puentes poco estéticos que cruzaban lo que hoy es el Rose Kennedy Parkway, me enamoré de inmediato. Era como si ya hubiese vivido una vida plena en esta ciudad encantadora, en otra época.

Fue, sin duda alguna, uno de los mejores veranos y otoños de mi vida. Vivía en Wellesley y tomaba clases de inglés en el campus de Babson. Pero lo que más esperaba cada semana era la edición de los jueves del Boston Globe, que traía “Calendar”, un suplemento con todas las actividades, espectáculos y entretenimiento por venir. Desde ahí comenzaba a trazar un plan, una estrategia para el fin de semana.

Con mi bicicleta llegaba a la estación del T en Woodlawn y desde allí me lanzaba al recorrido: Copley, Government Center, Kenmore, Harvard Square, Lechmere… en fin, a donde hiciera falta. Y luego, a pie, recorría con ojos ensimismados y oídos atentos calles, callejones, parques y cualquier rincón que encontrara. Así conocí Back Bay, Quincy Market (que era el centro del universo), Fenway Park (donde vi a Roger Clemens, Wade Boggs y Antonio Armas), el Garden y el Common, la Avenida Commonwealth, Boston Garden (donde vi a los Bruins y a Bryan Adams). Fui a exhibiciones en el Museo de Bellas Artes (mi franela de Renoir se desintegró años después), me fascinaba el espectáculo de electricidad en el Museo de Ciencia, comí en huequitos de Chinatown y hasta me aventuré por la entonces famosa “zona de combate”.

Disfruté conciertos gratuitos de los Boston Pops tirado en la gran explanada, y también asistí a la sinfónica bajo la batuta de Seiji Ozawa. Vi conciertos en Berklee (orgulloso de los músicos latinos formados allí) y a Sting en el Worcester Centrum.

En los años siguientes volví muchas veces. Visitaba a mi familia americana —Don, Kathy, Courtney y Audrey Michael— y, mientras maduraba, seguía descubriendo más maravillas de esta ciudad.

Eventualmente, la oportunidad de mudarnos llegó con la oferta de ser residente de Anestesiología en el Boston Medical Center, afiliado a la Universidad de Boston. Y aquí he vivido, crecido, practicado, enseñado, criado, compartido… y muchos verbos más durante exactamente 28 años: la mitad exacta de mi vida.

Completé mi formación de posgrado en instituciones fabulosas. Con Maray —mi esposa— formamos una familia y criamos a dos hijos maravillosos, J y Andrea. Regresé a estudiar en la Escuela de Salud Pública de Harvard. Entrené a generaciones de anestesiólogos e intensivistas (la mayoría de los cuales superaron al maestro). Rumbié y eché pie en Sofia’s. Comí con nostalgia manjares deliciosos en la Casa de Pedro. Corrí tres maratones de Boston y al menos tres triatlones (incluyendo el inaugural). Grité y salté de emoción cuando los Medias Rojas rompieron la maldición del Bambino en 2004 (y luego ganaron tres Series Mundiales más). Lloré de impotencia tras la explosión durante el maratón; me sentí orgulloso de Big Papi en su discurso posterior. Vi cómo Seaport se transformó en el “nuevo” Boston. Fui testigo del surgimiento de nuevos edificios que ahora rivalizan con el Prudential y el Hancock.  Vi atardeceres multicolores en el “Top of the Hub”. Me alegré al ver a una mujer —y además de color— convertirse en alcaldesa. Subí cerros en los Berkshires. Disfruté picnics en Tanglewood. Nunca dejé de asombrarme con el cambio de colores en otoño. Paleé nieve hasta que la espalda ya no daba más. Pero, por encima de todo, cultivé un capital humano —profesional y personal— de primera clase… como lo es esta ciudad maravillosa.

Hoy me toca partir. Nueva Orleans me abrió sus puertas y ya descubriré sus aires, secretos y encantos… Pero, al igual que mi querida y siempre extrañada Caracas, Boston estará siempre, siempre en mi mente y en mi corazón.

Ya les contaré de Nueva Orleans. Pero estas líneas son para ti, mi Boston.

Rubén J. Azócar

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