Si las comparaciones son siempre odiosas, lo que estás por leer es lo más odioso que verás hoy. Cuando los precios se dispararon en 2022, los sueldos también subían y el empleo no faltaba.
Esa dinámica amortiguó el golpe. Pero hoy, aunque el mercado laboral sigue sólido, las contrataciones van en picada y el crecimiento salarial se desacelera: en marzo fue de solo 3,8%, según datos oficiales. Con aranceles que podrían llevar la tasa efectiva al 22,5% —la más alta desde 1909—, la inflación podría escalar justo cuando la gente tiene menos con qué defenderse.
Menos sueldos, más inflación. ING y JP Morgan ya anticipan un escenario con sueldos reales en retroceso. Es decir, lo que ganas no te alcanza igual que antes. A esto se suma un mercado laboral que, aunque estable, ya da señales de desgaste: menos contrataciones, sobreoferta de profesionales y una ola de exempleados federales buscando trabajo.
El entorno ideal para que la inflación pegue más fuerte en los bolsillos que en 2022. Esta vez, el golpe no encuentra amortiguador.
Camino a la estanflación. A diferencia de 2009 o 2022, cuando había una relación inversa entre desempleo e inflación, ahora podríamos tener lo peor de ambos mundos: precios altos y crecimiento estancado.
Es el stagflation ghost. Los expertos coinciden en que predecir el impacto de estas políticas es casi como meter un tenedor en un enchufe: nadie sabe del todo qué va a pasar, pero suena a mala idea. Esta vez, improvisar puede salir demasiado caro.