Por: Gabrielle Emanuel
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Tsifira deja caer una fresa de plástico en un pequeño recipiente. Hace un sonido hueco y el niño de casi 2 años deja escapar un «¡Guau!».
«¡Guau! Pones una fresa”, dijo sonriente Deneen Coren, su maestra. En una sala para niños pequeños en Horizons for Homeless Children en Roxbury, Tsifira y Coren observan un contenedor de arroz y comida de juguete de colores, ignorando el ruido del salón de clases a su alrededor.
“Estamos presentes”, señaló Coren. “No nos distraemos con otras cosas. Estamos aquí para sentarnos en el piso y participar, hablar y escuchar”.
Coren, que ha trabajado en la educación de la primera infancia durante casi 30 años, contó que el tiempo dedicado a cada niño es vital para el desarrollo del cerebro. Y los investigadores están de acuerdo.

El desarrollo cerebral más rápido ocurre en los primeros cinco años de vida y la evidencia sugiere que las interacciones entre los niños y sus cuidadores juegan un papel fundamental.
“La interacción con los cuidadores realmente está construyendo la base del cerebro”, comentó Amanda Tarullo, quien dirige el Laboratorio de Cerebro y Experiencias Tempranas en la University of Boston. “Esa es una de las formas clave en que los niños aprenden, que forman nuevas conexiones en el cerebro, que las conexiones existentes se fortalecen para que esas vías sean más eficientes”.
Esto se puede lograr a través de intercambios en el hogar o en el cuidado de los niños. Pero el proceso es sensible a factores como la pobreza y, cuando el desarrollo del cerebro no va bien, las consecuencias pueden ser duraderas. Si bien la atención pública a menudo se centra en las diferencias en los puntajes de las pruebas entre los niños de familias de ingresos más altos y los más bajos, Tarullo dijo que vale la pena tomar en cuenta lo que sucede incluso antes de que comenzar la escuela.
“La mayor parte de esa brecha de rendimiento ya está presente en el primer día de jardín de infantes”, indicó. “Las brechas entre ricos y pobres son más grandes ahora que hace 30 o 40 años”.
Lugares como Horizons tienen como objetivo reducir a una interacción, una relación a la vez. En el proceso, han profundizado en la investigación del cerebro y están desafiando las práctica en el pago de maestros y la proporción de alumnos por maestro que se han convertido en la norma en la industria del cuidado infantil.

Dentro del cerebro de un niño
Mientras Coren y Tsifira pretenden mordisquear plátanos de plástico juntos, Zsuzsa Kaldy, una psicóloga cognitiva que codirige el Baby Lab en UMass Boston, puede adivinar lo que podría estar sucediendo dentro de sus cabezas: las ondas cerebrales de Tsifira se sincronizan con las de Coren.
“Me estás mirando, te estoy mirando a ti. Yo digo algo, luego tú dices algo. Este tipo de actividad se puede medir en términos de nuestra actividad cerebral subyacente”, dijo Kaldy. “Esto, de una manera realmente fascinante, se refleja en la sincronización de las ondas”.
También está sucediendo algo más: el niño está refinando las conexiones neuronales.
Desde el momento en que un niño está en el útero hasta los 2 o 3 años, el cerebro construye más y más conexiones entre las neuronas, indicó Kaldy. Luego, hasta después de los 5 años, el cerebro reduce esos caminos, conservando solo los que son útiles.
“Los niños llevan en su cerebro la huella de lo que les sucedió durante los primeros años de vida”.
AMANDA TARULLO
Además de reducir el número de conexiones neuronales, el cerebro también fortalece las que ya conoce, por lo que los mensajes pueden moverse entre las neuronas más rápidamente. Las señales eléctricas transmiten estos mensajes entre partes del cerebro y esa actividad se muestra como ondas cerebrales cuando los científicos la miden.
El cerebro humano generalmente tiene una combinación de actividad de onda rápida y otra más lenta, explicó Tarullo. Esta última se puede ver cuando alguien está durmiendo. También es común en los cerebros de bebés muy pequeños. Los científicos ven más actividad de ondas rápidas cuando el cerebro está activo, por ejemplo, durante una conversación fascinante, mientras resuelven un difícil problema matemático, o quizás cuando experimentan arrojando fresas de plástico en recipientes pequeños.
Cuando el proceso de refinar las conexiones neuronales del cerebro va bien, los investigadores observan un mayor porcentaje de actividad de ondas rápidas a medida que el niño crece. Pero eso no siempre sucede.
“Los niños que crecen en la pobreza extrema tienden a tener menos actividad cerebral de onda rápida en comparación con sus compañeros que han tenido más privilegios”, indicó Tarullo.

Desde una buena nutrición hasta un buen sueño, muchos factores juegan un papel en el desarrollo del cerebro de los niños más pequeños. Pero, dijo Tarullo, las interacciones de alta calidad con los adultos son un factor importante. Estas ayudan a los niños pequeños a adquirir aspectos fundamentales de aprendizaje.
Cuando los niños ingresan al jardín de infantes, señaló Tarullo, la pregunta clave no es si conocen el alfabeto o saben sumar y restar. Al contrario, las habilidades importantes incluyen el control de los impulsos, la capacidad de atención y la regulación emocional. Estas habilidades no se desarrollan por sí solas. En cambio, las regiones del cerebro deben activarse frecuentemente ya que las redes del cerebro se fortalecen a través de la práctica.
“Los niños llevan en el cerebro la huella de lo que les pasó en estos primeros años y de los recursos que estuvieron o no”, dijo Tarullo. «Entonces, mientras más joven es una persona, las intervenciones son más efectivas».
Repensando las normas de cuidado infantil
Para fomentar las intervenciones más efectivas, los líderes de Horizons for Homeless Children, incluida Kate Barrand a la cabeza, se dieron cuenta de que tenían que hacer las cosas de manera diferente a muchos otros centros de cuidado infantil temprano. Barrand señaló que algunos de los desafíos se han arraigado en la industria durante décadas.
Cuando acababa de salir de la universidad, Barrand tomó un trabajo como maestra en un preescolar bilingüe en Cambridge. Amaba a los niños y pensó que pondría en práctica sus estudios en desarrollo infantil. Pero ella solo duró tres años.
“No podía ganarme la vida”, recordó Barrand.

Después de una carrera en el sector privado, ahora ha regresado a la educación de la primera infancia como presidenta y directora ejecutiva de Horizons for Homeless Children. Se asoció con expertos en toda el área de Boston, desde el personal del museo hasta los investigadores, para descubrir qué es lo mejor para los 225 niños de Horizons, quienes han experimentado la falta de vivienda en algún momento de sus jóvenes vidas.
El centro ahora tiene una variedad de programas, que incluyen una clínica de salud en el lugar y entrenamiento quincenal para los padres. Pero Barrand dijo que un elemento está en el centro de la misión: interacciones de alta calidad entre cada niño y su cuidador, en el contexto de una relación a largo plazo.
«Esa es la pieza clave», dijo. «Así es como aprenden los niños, a través de esa relación».
Para aumentar la cantidad de tiempo individual que cada niño tiene con un adulto, Horizons puso más maestros en cada salón de clases de lo que exigen las reglamentaciones estatales. En la sala de bebés, tres adultos cuidan a cinco bebés. En la habitación de niños pequeños de Coren y Tsifira, hay tres adultos para nueve niños.
En una industria plagada de alta rotación, el próximo desafío de Horizons fue brindar consistencia para facilitar esas relaciones a largo plazo. Barrand dijo que la respuesta era aumentar el salario de los maestros. El salario de maestro más bajo en Horizons está más de $10,000 por encima del promedio de la industria del cuidado infantil en Massachusetts.

Barrand dijo que esto también era fundamental para asegurarse de que los maestros pudieran estar presentes y comprometidos con los niños.
“En muchos casos, en el sector de la educación temprana, encontrarás que las maestros tienen un segundo trabajo. Son camareras. Están conduciendo un Uber”, dijo. “Y si piensas en la base de lo que estamos tratando de hacer aquí, crear relaciones afectuosas y receptivas, intenta hacerlo con apenas cinco horas de sueño”.
La decisión de aumentar los salarios de los maestros no fue barata. Cuesta más de $400,000 al año. Pero Barrand cree que «es dinero bien gastado».
Dijo que confía en la estrategia porque la ciencia es clara.
“Este es el momento en que se construyen los cimientos de su cerebro”, dijo Barrand. “Y si lo construyes mal la primera vez, es muy difícil de recuperar”.