Un joven recién herido por una bomba lacrimógena lanzada por la patrulla fronteriza de Estados Unidos en Tijuana, declara suavemente frente a las cámaras de CNN con una convicción que no deja dudas: “No me asusta, para mí esto no es nada comparado con el horror que dejé atrás”. Este joven caminó miles de kilómetros para huir de la violencia de los pandilleros Maras, no para invadir a los Estados Unidos sino para pedir asilo: un derecho previsto en los tratados internacionales de Derechos Humanos y contemplado en la legislación norteamericana. Este joven solicita un asilo “territorial” y no diplomático en la embajada de EU en su país porque es el único que le permite la legislación de Estados Unidos. Por ello, no es un invasor, es un migrante forzado quien con dignidad exige su derecho. Y vamos mas allá, él sabe que corre un gran riesgo: si presenta las pruebas suficientes para ser admitido temporalmente, disfruta de estar en territorio norteamericano bajo estrictas condiciones; pero si no las cumple y se le niega la entrada, tendrá que buscar otro destino porque regresar al Salvador no es una opción de vida: es su sentencia de muerte.
Unos huyen de la violencia, otros de la miseria y los muy pocos, llegan equivocadamente con el objetivo de escapar de la ley en sus países de origen. Según las autoridades norteamericanas, éstos serian rápidamente rebotados en la frontera al igual que lo han hecho por años ¿Por qué entonces los gritos de «invasión»? ¿Por qué Donald Trump envió a la frontera al Ejército a pesar de que la ley les prohíbe disparar en territorio de USA? Para muchos (incluidos los militares que con vergüenza tuvieron que compartir responsabilidades con la guardia fronteriza) este fue otro acto electoral de Trump en las elecciones de medio término para apelar al mismo miedo irracional y xenofóbico que lo llevó a la Casa Blanca. Lo intentó, pero “God Bless America” no le resultó: perdió de manera contundente la Cámara de Representantes.
Y es que la interpretación de lo que sucede en la frontera requiere de un análisis mas profundo: el de las razones legales, económicas y políticas por las cuales se ha producido. Quienes emigran no lo hacen para cometer crímenes, para ello se quedan en sus países donde la impunidad es rampante; o podrían emigrar a países como Venezuela o Nicaragua e incorporarse a cualquiera de las mafias manejadas por sus gobiernos. Quienes vienen a Estados Unidos y lo dejan todo atrás, lo hacen para huirle a la impunidad y a la pobreza y porque desean un trabajo digno para ellos y sus familiares.
La precaria situación económica de los países del Triangulo del Norte (TN) de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala) es uno de los grandes impulsores de la migración hacia Estados Unidos pero el Triangulo del Norte tiene otro problema mas imperante que el económico: la violencia. Esta tiene su origen en el crimen organizado para la venta de armas y drogas. Para atender ese problema, el gobierno de Obama logro un presupuesto de aproximadamente 400 millones de dólares pero la Administración Trump lo ha disminuido sustancialmente.
El caos en la frontera no es porque viene una invasión, es el producto de la politización de un derecho y de la irresponsable disminución del presupuesto para atender a quienes acuden a solicitarlo. Estados Unidos es la Meca de la libertad. Sólo en la versión bizarra de si misma, el valiente pueblo norteamericano es victima de los migrantes forzados, perseguidos y desterrados. Esta narrativa no tiene destino histórico “in the land of the free and the home of the brave”.