En abril de 2012 vi por primera vez batear en persona a J.D. Martínez.
Pasaba por Houston, haciendo escala en un periplo cuyo destino era Nueva York, para presenciar el primer encuentro del lanzador venezolano Johan Santana después de haber sido operado del hombro izquierdo y haber perdido todo un año de acción.
Aquellos Astros estaban por comenzar una temporada de 100 derrotas, y el estadounidense de ascendencia cubana tenía un lugar en el lineup inaugural.
Era un talento emergente, con potencial para dar cuadrangulares, embasarse con frecuencia y capacidad para lograr elevados promedios con el madero.
“No dejes de prestarle atención”, me advirtió un amigo que gusta buscar en las estadísticas a las figuras del futuro. “No creo que esté listo todavía”, respondí con una convicción que media hora hora después Martínez pulverizó, enviando sobre la alta pared de left del Minute Maid Park una pelota con la que celebró su primer jonrón de aquella campaña.
Han pasado muchas cosas desde aquella tarde el suelo tejano. Lo que empezó de manera clamorosa terminó siendo un mal año para los Astros y su prospecto principal.
A Martínez le costó un mundo hacer realidad todo lo que se decía de él. Pasó por Venezuela a finales de 2013 y mostró su talento en la pelota invernal de ese país con los Leones del Caracas, pero se marchó sin que alguien pudiera asegurar que aquel porvenir luminoso estaba por llegar.
Le faltaba muy poco para hacer realidad todo lo que creían los scouts cuando era un prospecto. En 2014 floreció en Detroit, no se detuvo en Arizona, cuando pasó por allí en 2017, y en Boston estuvo a punto de conquistar este año la Triple Corona.
Han pasado seis años y un montón de altibajos entre aquel swing en Houston y éste con el que Martínez acaba de estrenar su historial de postemporada con el uniforme de los Medias Rojas.
Nadie duda ya de su talento y mucho menos de su capacidad para para concretar en el terreno todas las expectativas que hay alrededor de él. Por eso estalló la multitud antes de verle iniciar su carrera alrededor de las bases, con sus tres primeras impulsadas de la Serie Divisional ante los Yanquis, y por eso lo aclama el Fenway Park.