Jamás pensé que, viniendo de Venezuela, un país donde se han contabilizado al menos 3.000 protestas desde el año 2014, asistiría a mi primera manifestación pública en Washington D.C. El motivo era rendir tributo a un joven venezolano que fue asesinado vilmente en un lugar donde se supone debe estar seguro, preparándose para el futuro y tener una vida promisoria.
Conocí a Joaquín Oliver en una tienda de deportes, uno de los sitios donde trabajé antes de ingresar a la Universidad de Harvard. Su padre, amigo del que era entonces mi jefe, quería regalarle como premio a su hijo, un amante del deporte, una camiseta con el número y el nombre de su jugador favorito de fútbol. Recuerdo todas las peripecias que tuve que realizar para poder estampar su jersey y, posteriormente, enviarla por correo, con el fin de que su regalo llegase a tiempo. Haber logrado la tarea me llenó de satisfacción, ya que por mi exilio no podía hacer lo mismo con mi familia. En ese momento, Joaquín se había transformado en mi familia.
Cuando me enteré que ese mismo joven entusiasta y super activo que había conocido en la tienda había sido una de las víctimas de Parkland, Florida, sentí un dolor indescriptible, similar al que sentí cuando fui detenido y llevado a una celda secreta llamada “La Tumba”*, donde prácticamente me enterraron vivo y me apartaron de mi familia. ¿Cómo era posible que tan espantoso acontecimiento ocurriera en una escuela, un lugar donde se supone los niños y jóvenes deben sentirse seguros y, sobre todo, protegidos?
Como tributo a Joaquín decidí asistir a la Marcha por Nuestras Vidas en DC. Desde muy temprano, la multitud colmó las calles y, en especial, la avenida Pennsylvania, una de las principales vías de la ciudad capital y cuyo telón de fondo es el Congreso de los Estados Unidos, la máxima institución política del país y rostro de la política norteamericana.
Mas allá de la impecable logística de los organizadores, reinó la seguridad y con ella la sensación de poder manifestar sin temor a ser reprimidos. El discurso común de los jóvenes ─la mayoría de los oradores no llegan a la mayoría de edad─ fue que algo, sin duda, está muy mal y ya basta. Sus expresiones, cargadas de autenticidad y llenas de emoción, me conmovieron. No dejaba de pensar en tantos jóvenes, no solo estadounidenses, sino venezolanos, que mueren por la indolencia de los políticos de turno quienes están más pendientes de sus prebendas que de luchar por sus ciudadanos, la razón por la cual fueron electos.
Cambiar el árbitro

gofundme.com/changetheref
CAMBIO. En esta imagen de la organización sin fines de lucro Change the Ref aparece el rostro de Joaquín. Change The Ref, promueve que si el que toma las decisiones, no funciona, hay que cambiarlo.
Una de las grandes lecciones que han dejado los jóvenes manifestantes es su deseo ferviente de un futuro mejor. Ellos han aprendido a través del dolor que, lastimosamente y en buena medida por culpa de generaciones anteriores, si no luchan por su futuro, este no está garantizado. Esto constituye un fuerte llamado de atención a los actuales responsables de hacer política en nuestros países. Hemos fallado y hemos sido incapaces de dar a nuestro futuro la oportunidad de vivir cada etapa, como niños y como adolescentes, como corresponde.
Los jóvenes organizadores la Marcha por Nuestras Vidas han asumido un rol que a su misma edad asumieron los padres fundadores no solo de Norteamérica sino de todo nuestro continente. La pasión de sus discursos y su entereza ha demostrado que si los actuales políticos no han sido capaces de cumplir con su deber de proteger a sus ciudadanos, entonces deben ser cambiados. La valiente campaña de la familia de Joaquín, Change The Ref, promueve que si el árbitro, el que toma las decisiones, no funciona, hay que cambiarlo.
Algunos, especialmente en países latinoamericanos, adoptan la idea de que las manifestaciones de los jóvenes son producto de la anti-política y la quieren vender como el mayor de los sacrilegios. Por el contrario, lo que he visto es que es la mayor manifestación de lo que representa la política: participar, activarse, discernir, reclamar y manifestar el deseo de vivir en un lugar mejor cada día. Si los políticos no están dispuestos a escuchar a sus mandantes y piensan que sus posiciones son eternas y ganadas por legado, que bueno que esta generación les hable fuerte y les diga ¡YA BASTA! ¡NUNCA MÁS! Y si no sirven, entonces ¡CAMBIEN EL ÁRBITRO!
*La Tumba es una cárcel, de siete celdas, situada en un sótano, a cinco pisos bajo tierra, del edificio sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Organizaciones de Derechos Humanos han denunciado que este lugar de reclusión es utilizado para torturar presos políticos.