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A mis 14 años perdí a mi padre en un accidente aéreo. El avión en el que volaba se estrelló en el océano una madrugada de octubre; 70 personas iban a bordo, nadie sobrevivió. El proceso de rescate duró un mes y se necesitó de robots especiales del gobierno norteamericano para recuperar las cajas negras y de otro equipo altamente sofisticado de una compañía privada para rescatar parte del fuselaje sumergido en las profundidades del mar. Hubo muchos momentos de incertidumbre desde el instante en que escuché sobre el accidente. Esos momentos fueron a veces de esperanza y otras veces de tormento. Ahora al escuchar las noticias del vuelo 370 de Malaysian Airlines lo único en lo que puedo pensar es en la terrible angustia y conflicto emocional que los familiares y amigos de los pasajeros deben estar sintiendo. Su incertidumbre y frustración deben ser de lo más espantosas pues no hay nada peor que no saber qué le ha pasado o está pasando a un ser amado, y en este caso específicamente la decena de rumores y teorías que circulan deben hacer la espera de una respuesta concreta todavía mucho más dolorosa.

Cuando el accidente aéreo de mi padre ocurrió no se tenía claro sí habían sobrevivientes o no, dónde estaba exactamente el avión, pero sí se tenía una idea, y aunque se desconocía la magnitud del siniestro había algo de control sobre la información. Ese poco de certeza es algo que los familiares del vuelo 370 de Malaysian Airlines carecen hasta este momento, por lo que siento mucha tristeza por ellos porque entiendo perfectamente la agonía de la incertidumbre; pero al mismo tiempo el hecho de no haber encontrado restos del avión hasta ahora podría indicar que los pasajeros pueden seguir con vida. Improbable tal vez, pero no imposible. El caso del accidente aéreo ocurrido en el Uruguay en 1972, conocido como El Milagro de los Andes, es un ejemplo de que cosas improbables pueden ocurrir y que en realidad la esperanza es lo último que debe perderse; tras estrellarse en los Andes 16 sobrevivientes del vuelo 571 fueron rescatados luego de más de dos meses del accidente en la cordillera.

Así como en el caso del vuelo 370, con el vuelo de mi padre algunos pescadores dijeron haber visto luces, quizás del avión, en la inmensa oscuridad del mar. Estos reportes aunque tal vez no fidedignos daban algo de esperanza. La mente de uno se imagina mil cosas y la parte emocional y lógica trabajan incansablemente para tratar de llenar los vacíos y tener algo de control. Los momentos de incertidumbre son como hojas en blanco donde uno puede escribir cientos de versiones de una historia y esto puede ser terrible como así también consolador. En cuestión de días las versiones de esperanza que yo había creado fueron remplazadas por la única verdad: mi padre estaba muerto. Tanto él como las otras personas estaban en el fondo del océano; pero tener una respuesta concreta fue importante y catártico.

A pesar de que casi dos semanas han pasado y todavía no se tiene certeza de qué paso y dónde está el vuelo 370 de Malaysian Airlines todos esperamos que se esclarezca pronto la suerte de este avión y sus 239 personas a bordo, pues aquellas incertidumbres que nunca tienen solución son terriblemente perjudiciales para la salud mental de muchos. El ser humano necesita tener un desenlace satisfactorio (o “closure” como se dice en inglés). Quizá los dos objetos de gran tamaño descubiertos en Océano Índico este jueves sean restos del avión. Si lo son, esta terrible noticia de una forma u otra traerá consuelo a los familiares y amigos de los pasajeros, que a pesar de todo tendrán que lidiar con la búsqueda y rescate de cuerpos que es algo bastante difícil también. Pero sí estas imágenes de satélite no son los restos del avión entonces la incertidumbre seguirá y quizá con tiempo y suerte se tenga una respuesta clara, que es lo que todos esperamos.

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