Edward Snowden, un total desconocido hasta hace unos días, se ha convertido en una celebridad de la noche a la mañana, después de haber declarado desde Hong Kong, y a través del periódico inglés The Guardian, que renunciaba a su cargo como consultor de la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA, por sus siglas en inglés) porque estaba asqueado con su trabajo: espiar llamadas telefónicas.
Como cabría esperarse, surgió inmediatamente una polémica a nivel nacional e internacional sobre si lo que había hecho este ex operador de la CIA era un acto de heroísmo o de traición, por desvelar información clasificada para identificar a posibles responsables de actos de terrorismo.
En realidad, para el caso de los Estados Unidos, hay dos derechos ciudadanos en pleno conflicto: el derecho a la privacidad y el derecho de los ciudadanos a ser defendidos por su gobierno de amenazas a su integridad. No va a ser fácil para los norteamericanos ponerse de acuerdo sobre si Edward Snowden es un héroe o un traidor, ya que es un país que se debate entre sus ancestrales principios libertarios y la muy reciente guerra contra el terrorismo.
Y es que si bien para muchos analistas políticos los programas de espionaje dados a conocer constituyen una grave e inaceptable intromisión en la privacidad, los ciudadanos se encuentran divididos en su evaluación sobre la existencia de los mismos. Una encuesta hecha por The Washington Post y el Instituto Pewencontró que el 56 por ciento de los estadounidenses está de acuerdo con que su gobierno lleve un registro de sus llamadas ※sin escucharlas- si con ello se contribuye a la seguridad de la nación. El porcentaje de quienes lo apoyan es aún mayor entre quienes se identifican como demócratas: un 64 por ciento.
Pero las dudas sobre la actuación de Snowden no parecieran estar motivadas solo por identificación partidista. Mientras que el ex candidato demócrata Al Gore ha dicho que los programas denunciados son “obscenamente indignantesâ€, la presidenta del comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein, también demócrata, los ha calificado de “legales y útilesâ€. Por su parte, el republicano Rand Paul ha anunciado posibles acciones judiciales contra el gobierno, mientras que John Boehner, el también republicano y presidente de la Cámara de Representantes ha expresado abiertamente que “Snowden es un traidorâ€.
En términos generales, pareciera que aquellos más identificados con el status quo y las instituciones tienden a considerar a Snowden un traidor, mientras que en las redes sociales y en Internet la actividad a favor de Snowden ha sido dominante. Por su parte, l}los activistas de derechos humanos y libertades civiles simpatizan con él, mientras que altos funcionarios, militares o juristas tienden a condenar sus actos.
Lo cierto es que el gobierno del presidente Obama lo acusa de haber revelado secretos de inteligencia, le anuló el pasaporte y exigió a Hong Kong la extradición del agente. Sin embargo, para la frustración de EE.UU., Snowden logró viajar desde esa ciudad hasta el aeropuerto de Moscú, donde se encontraba hasta la fecha de publicación de esta edición, esperando respuesta a una petición de asilo.
Para añadir otro elemento a la controversia, a nivel internacional los países tradicionalmente anti-americanos se han pronunciado a favor, o por lo menos imparciales: Rusia, China, Ecuador y Venezuela. Tanto los gobiernos de Ecuador como Venezuela han expresado su disposición a darle asilo, pues lo consideran un perseguido político del gobierno estadounidense, y Putin ya anunció que Snowden no será devuelto a Estados Unidos.
El destino de Edward Snowden está por definirse y pareciera que no será tan expedito como algunos suponen. Recordemos que Julian Assange, el cerebro detrás del escándalo de Wikileaks, acusado de los mismos cargos por cuatro agencias norteamericanas, se encuentra viviendo desde hace más de un año en la embajada de Ecuador en Inglaterra para evitar extradición.
Pensamos que personajes como estos solo comienzan a aparecer, y el debate entre el derecho a nuestra privacidad y el derecho a la protección por parte de nuestros gobiernos adquiere dimensiones nunca antes vistas en la era del Internet y del terrorismo. El debate continuará y no es fácil, pero la libertad es un bien muy preciado y no debe sacrificarse sino por la consecución de un bien aun más enaltecedor.