Finalmente ocurrió lo que nadie esperaba. Desafiando a todos los observadores políticos ※incluido quien escribe※, a las encuestadoras, a un ventajismo inusitado del gobierno venezolano, al uso del féretro y el recuerdo del finado Presidente Chávez como arma electoral, Henrique Capriles remontó la cuesta hasta empatar la contienda. De inmediato, el presidente encargado Nicolás Maduro y su apéndice electoral (llamarlo árbitro sería una arbitrariedad) declararon victoria. Pero dado el escaso margen (unos 230,000 votos) y una larga lista de supuestas irregularidades (amén de contar los votos del exterior), el contendor Capriles ha pedido un reconteo total de la votación para aclarar las dudas, argumentando que ganó. Tanto Maduro como el organismo electoral rechazaron la solicitud a pesar de que el propio presidente encargado lo había aceptado en su discurso del día anterior al decir “que hablen las urnasâ€.
Venezuela está sumida en una peligrosa crisis de gobernabilidad. El nuevo gobierno ha logrado el reconocimiento de un buen número de países latinoamericanos y de España, pero ni la Unión Europea, ni EEUU, ni Canadá lo han reconocido todavía. Y algunos de los que lo han reconocido han manifestado la necesidad de revisar el proceso. La OEA respalda un reconteo para despejar dudas. El decretado presidente electo ha insurgido abiertamente contra la mitad del país que no votó por él, llamando a sus adversarios asesinos, fascistas, negando el derecho a la protesta y movilizando seguidores en motocicletas que operan como grupos de choque, con las víctimas que cabía esperar. Se han asaltado casas de partidos políticos, golpearon a un diputado de la oposición dentro de la cámara legislativa mientras el Presidente de la Asamblea Nacional destituye a presidentes de comisiones y le niega el derecho de palabra a la oposición a menos de que reconozcan al presidente. Extraño, por cierto, en un gobierno que sistemáticamente ha obviado a su adversario.
A pesar de disturbios promovidos por grupos aislados de opositores enardecidos, Capriles Radonski ha mantenido un discurso de paz, pidiendo a sus seguidores golpear cacerolas como respuesta simbólica de rechazo o llamando a manifestaciones pacíficas para entregar a los órganos electorales regionales las solicitudes de revisión. El juego está trancado. Ninguna de las partes quiere ceder pero el discurso vitriólico del presidente electo no augura nada bueno. Ni siquiera una rama de olivo marchita le ha lanzado a sus opositores a quienes simplemente rechaza como burgueses, apátridas y otros calificativos menos académicos. El barco de la democracia venezolana, tan brillante en otras épocas aparece hoy escorado, moviéndose lentamente hacia la orilla para no hundirse del todo.
Nadie sabe lo que puede pasar pero la disposición al diálogo del gobierno es simplemente nula. Distintos personeros, incluido el presidente de la Asamblea Nacional, han pedido encarcelar a Capriles Radonski, lo cual sumiría al país en una espiral de confrontación difícil de predecir. Por lo pronto han iniciado el proceso para sacarlo de la Gobernación del Estado Miranda, donde fue electo en diciembre pasado. Es de esperar que los gobiernos amigos de la Revolución Bolivariana intercedan para abrir el camino al diálogo que permita explorar salidas a la crisis. De no ser así, Venezuela podría perder definitivamente la democracia que tantos sacrificios ha costado. Hoy por hoy se encuentra magullada por el autoritarismo sistemático de la Revolución pero todavía se mantienen rescoldos que avivan su llama, especialmente un muy acendrado espíritu de la mayoría del pueblo venezolano por vivir en paz.
De seguir estancada la situación, con Capriles pidiendo reconteo y el gobierno negándose, el líder de la oposición venezolana corre el riesgo de caer en el efecto López Obrador, que terminó disipándose en el tiempo.