Gane Nicolás Maduro el candidato ungido por Chávez, o Henrique Capriles el candidato de la oposición democrática, en las elecciones convocadas para abril próximo, nada será igual. Como mostró la fanfarria nacional e internacional con motivo de los actos fúnebres en su honor, la muerte de Chávez cambió todo en Venezuela. Aún cerrándose la incertidumbre sobre su larga enfermedad, se ha abierto un nuevo capítulo. Dicho brevemente: seguramente habrá transición en Venezuela. Hacia qué o hacia dónde, no se sabe.
Puede ganar Maduro pero el impulso de la revolución bolivariana, quien inventaba los argumentos y empujaba a los países, aliados o neutrales, se silenció. Podrán continuar los esfuerzos administrativos para que perdure y se buscará alimentar la política bajo la sombra exclusiva del mito Chávez, pero Maduro no es Stalin, el continuador de la revolución rusa tras la muerte de Lenin, ni tampoco Raúl Castro y mucho menos Deng Xiaoping. Se habla del mito Chávez después de su muerte pero a decir verdad tiene años en gestación, no sólo por la energía sobrehumana que logró imprimirle a su actuación, sino por la concentración de poder en sus manos. Nada importante ocurría en Venezuela en lo que no estuviera involucrado o enterado el fallecido presidente. De ganar el gobierno lo que se avecina es un proceso de acomodación entre las diversas fuerzas que hoy comparten el poder: civiles revolucionarios, militares fanatizados, militares más institucionales, empresarios enriquecidos bajo el ala petrolera y, no lo olvidemos, el gobierno cubano, el cual hoy ejerce una influencia que nunca tuvo bajo el liderazgo omnímodo de Chávez.
En el plano internacional también habrá sordina de ganar Maduro. Todo aquel que conoce los intríngulis de la política internacional latinoamericana y del Caribe sabe que la influencia de Chávez no era proporcional ni siquiera al tamaño de la chequera venezolana. Chávez se imponía por su liderazgo. Un ex ministro iraquí alguna vez me contó su experiencia en una cumbre árabe-latinoamericana: ni Lula, por entonces presidente brasileño, le calzaba las botas a Hugo. Hoy día gobierna Dilma Rousseff, quien ha marcado distancia públicamente con Venezuela. La influencia venezolana seguiría haciéndose sentir, pero enrumbada hacia una declinación natural, especialmente porque 2013 promete seguir siendo un año difícil para Venezuela, de inflación, desabastecimiento y erosión del salario y la calidad de vida en tiempos de endeudamiento creciente.
No se descarta un triunfo de Capriles, dadas las debilidades de Maduro, pero sobre todo por el contraste con el hiper-líder.
Ya examinaremos en mayor detalle esta posibilidad, pero de ser así se anuncian tiempos tormentosos en Venezuela porque el chavismo controla todos los poderes (legislativo, judicial, militar, amén de la casi absoluta mayoría de gobernaciones). El margen de maniobra que le restaría a Capriles sería muy exiguo en lo político pero muy amplio en lo económico. Su gran ventaja es el mensaje de inclusión y respeto con el que se ha ganado el respeto ※no así el voto※ de importantes sectores del chavismo. No menos importante, el inicio del cataclismo ya ocurrió al morir el caudillo, de modo que la capacidad de los venezolanos de adaptarse a las nuevas circunstancias son mayores.
Son conocidas las inmensas dificultades que enfrenta el candidato opositor: las arcas del estado venezolana, así como toda su infraestructura y buena parte de su funcionariado a favor del candidato del gobierno. Todo ello sin contar con los ataques judiciales contra sus aliados (cursan dos demandas contra dos figuras opositoras prominentes) y los ataques despiadados en la vasta red comunicacional del gobierno. Añádase el aura del caudillo desaparecido, desplegada profusamente y podrá el lector sacar la cuenta. Pero la política es impredecible. Amanecerá y veremos.