Finalmente cayó el telón en Venezuela y se supo lo que todo el mundo sospechaba: el presidente y caudillo de la revolución bolivariana no sólo no se había curado del cáncer que lo aqueja sino que su vida y la de su revolución pueden verse comprometidas en corto plazo. La definición de farsa de la Real Academia es: “Enredo, trama o tramoya para aparentar o engañarâ€. Queda claro como el agua que haberse postulado en 2012 como candidato presidencial por tercera vez estando enfermo de gravedad ha sido esencialmente una farsa.
Farsa porque tanto el presidente como sus médicos, la dirigencia cubana que ayudó a armar el tinglado y un grupo selecto de dirigentes, estaban al tanto del pronóstico. Nadie puede hoy creer que los creadores y ejecutores de la estrategia no sabían el detalle de la evolución de dos operaciones ciertamente riesgosas y de los ulteriores tratamientos para el cáncer que hablaban de una circunstancia comprometedora para la salud del presidente venezolano. Peor aún, farsa porque esta es la fecha que, salvo los mismos mencionados, algunos médicos y periodistas venezolanos, nadie conoce con exactitud el diagnóstico de marras.
Es el secreto mejor guardado tanto en Cuba como en Venezuela. Esta caída del telón en Venezuela significa muchas cosas que pueden resumirse en tres. Primero, la democracia venezolana. Si es que puede hablarse todavía de ella, el régimen democrático que tantas luchas le significó a generaciones de venezolanos ha caído al nivel más bajo que cabe imaginar. Haber consentido a que alguien engañara con tan pocos escrúpulos al electorado vene zolano habla de instituciones roídas por el personalismo y la adulación presidencialista, sin más criterio de verdad que lo que le sirve al caudillo y a la revolución. Segundo y más grave aún, es que más de ocho millones de venezolanos hayan caído en la farsa, casi que consentido voluntariamente al engaño y a su puesta en escena como la gran telenovela del siglo.
Hay momentos tristes y dolorosos en la vida de un pueblo y Venezuela ha conocido varios. Pero prestarse a una farsa tan monumental pone a los venezolanos que consintieron a la farsa a la par de los tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, con la diferencia que éste al menos pacificó al país y ordenó las finanzas públicas. O de los europeos que, felices como lombrices, en su momento apoyaron a caudillos europeos como Mussolini o Franco, por no hablar de otros peores.
Tercero, esta estratagema dice mucho sobre la revolución bolivariana: a juzgar por la decisión diseñada, planificada, trazada y ejecutada fríamente por su principal líder y el resto de seguidores, hace pensar que Venezuela es hoy en su vida pública el reino de la mentira más contumaz. Y también le hace pensar al observador avisado que si eso vale para una decisión tan delicada como manejar la enfermedad del jefe de estado, ¿qué queda para miles de acciones de gobierno en estos catorce años?
¿Qué decir de la oscuridad más absoluta con que se manejan los fondos petroleros, tanto los internos de PDVSA como los que riegan los distintos presupuestos públicos? ¿Qué decir de infinidad de decisiones judiciales que tuercen el camino de la justicia para favorecer a dirigentes grandes y pequeños de la revolución? ¿Qué decir de las acusaciones de corrupción y prevaricación que forman parte habitual de la agenda nacional e internacional de la revolución? ¿Qué decir… qué decir…?
Para bien o para mal, el rey está desnudo. Malos tiempos para la tierra de Bolívar.