A?Somos mA!s vulgares que hace una dA(c)cada, dos, tresa[euro]\0xA6?
Mi opiniA\0xB3n: no cabe duda.
De base, la definiciA\0xB3n de vulgaridad es elitista. Su raA\0xADz etimolA\0xB3gica viene de vulgo, por lo general una referencia a las masas, que, segAon la clase alta, carecen de cultura. Porque la cultura, la buena cultura, debe invariablemente ser propiedad de quienes la financian, aun cuando este financiamiento por lo general implica un hurto. Pensemos, por ejemplo, en el grafiti. Por aA+/-os el grafiti era considerado vulgar, para no decir horripilante; sin embargo, hoy es apreciado en museos de prestigio.
Otra manera de aproximarse a la misma idea estriba en distinguir entre el buen gusto y el malo. Tener buen gusto es ser refinado. Por el contrario, el mal gusto supone la ausencia de refinamiento. Y el refinamiento viene con el abolengo o con la educaciA\0xB3n. Por supuesto, la lA\0xADnea que divide al buen gusto del malo es manipulable y, por ende, digna de burla. JosA(c) Ortega y Gasset creA\0xADa que a[euro]oeel a[euro]~buen gustoa[euro](TM) como norma equivale a una amonestaciA\0xB3n para que neguemos nuestro sincero gusto y lo sustituyamos por otro que no es el nuestro, pero es a[euro]~buenoa[euro](TM)a[euro]\0x9D. Es decir que para promover el buen gusto hay que traicionar el gusto personal, lo que es nuestro, la esencia que nos define. A su vez, Cervantes pensaba que a[euro]oesiempre los ricos que dan en liberales hallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustosa[euro]\0x9D.
Dicha sea la verdad, la alta cultura goza sin fin de la vulgaridad, entendida como el abuso de lo mundano. A?De quA(c) otra forma entender GargantAoa y Pantagruel, el propio Quijote, el MarquA(c)s de Sade y Henry Miller? El vulgo, por lo demA!s, se divierte mA!s A!gilmente, libre de culpa.
No cabe duda que la separaciA\0xB3n entre alta y baja cultura, entre buen y mal gusto, es borrosa. La TV parece estar repleta de chistes escatolA\0xB3gicos: caca, pedos, orines, semen, tetasa[euro]\0xA6 En el cine, sobre todo en las comedias dirigidas al pAoblico masculino, la vulgaridad es un ingrediente irremplazable. Pero A?sigue siendo vulgaridad si todo el mundo le da la bienvenida? A?Es la intolerancia al entretenimiento ramplA\0xB3n, prosaico, chocarrero un signo de la edad? Cuando digo a mis dos hijos (hombres, de 21 y 16 aA+/-os respectivamente) que la inelegancia es reina, ellos se rA\0xADen de mA\0xAD. A?Inelegancia ante quiA(c)n, PapA!?
Tienen razA\0xB3n, aunque tambiA(c)n estA!n equivocados. Es decir que su respuesta a la contradicciA\0xB3n que define la industria del entretenimiento. Toda sociedad, por mA!s liberal, por mA!s permisible que sea, define sus propias fronteras entre lo aceptable y lo objetable. En la nuestra es aceptable ver a una mujer (A?eso es lo que es?) como Snooki en el programa Jersey Shore vituperar sin lA\0xADmite pero es objetable cuando un comediante como Michael Richards de Seinfeld hace una referencia a la etnicidad de alguien en el pAoblico. Es aceptable cuando una mujer que menstrAoa mancha el pantalA\0xB3n de un personaje masculino en Superbad pero es objetable cuando el actor Fred Willard de The Sopranos se masturba en un cine.
Seguramente las obras actuales que algunos juzgamos de incalculable vulgaridad maA+/-ana serA!n consideradas obras maestras. La razA\0xB3n es sencilla: la tolerancia es, A?cA\0xB3mo decir?, indulgente. Los tiempos cambian, sA\0xAD, y tambiA(c)n los gustos. Ahora es aceptado lo que antes era rechazado. A?PreferirA! el futuro mayor recato que el presente y asimismo el pasado? En otras palabras, A?acaso podrA\0xADamos volvernos conservadores? A?O es que empeorarA!n las cosas en una, dos o tres dA(c)cadas, en la medida que la separaciA\0xB3n entre el refinamiento y la indelicadeza sea aAon menos concreta?
El filA\0xB3sofo griego HerA!clito estaba en lo cierto: lo Aonico que es constante en nuestro universo es el cambioa[euro]\0xA6