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Aún estamos en crisis de obesidad

A pesar de titulares bien intencionados que proclaman que la crisis de la obesidad finalmente se ha estabilizado, no podemos decir «misión cumplida».

Según datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades publicados la semana pasada en el Journal of the American Medical Association, es cierto que las tasas de obesidad en 2010 –35.7% de todos los estadounidenses adultos– no fueron muy diferentes de las de 2008, cuando el 33.7% de la población adulta tenía un índice de masa corporal de 30 o más puntos.

Pero aún dejando de lado el gran incremento desde 2000, cuando sólo el 30.5% era obeso, asumamos lo siguiente: El porcentaje de la última encuesta es aún más alto que nunca y representa a unos 78 millones de adultos que sufren de una enfermedad mortal y, en gran medida, evitable.

Esos dos puntos ascendentes iluminan la dolorosa realidad sobre la forma en que la epidemia de la obesidad continúa asolando a nuestro país, especialmente entre los niños, las minorías y los pobres. Aunque, en general, las instancias de obesidad entre los adultos ya no se disparan, los hombres, los adolescentes varones y las mujeres negras y mexicano-americanas están incrementando su peso más rápidamente que antes.

«Los promedios no son fáciles –las disparidades étnicas y raciales en estas tendencias, junto con los ingresos, son también factores importantes», expresa Jeff Levi, director ejecutivo del Trust for America’s Health, una organización sin fines de lucro que emite un informe anual titulado «F as in Fat» y que el verano pasado señaló las disparidades por estado y niveles de ingresos.

«En nuestro análisis de los datos de 2010, más del 33% de los adultos que ganaron menos de $15,000 dólares por año eran obesos comparados con el 24.6% de los que ganaron, por lo menos, $50,000 por año», me dijo Levi. Su estudio también reveló que casi el 33% de los adultos que no se graduaron de la escuela secundaria son obesos, comparados con el 21.5% de los que se graduaron de la universidad.

«Washington, D.C. es un buen ejemplo de cómo los promedios pueden ocultar las desigualdades. Tiene la segunda tasa más baja en obesidad del país, pero cuando se divide por municipios, se ven las tremendas diferencias por las disparidades de riqueza e ingresos, a veces eso equilibra [en forma poco realista] las cosas».

Patrick M. O’Neil, director de Weight Management Center en la Medical University of South Carolina y presidente de la Sociedad de Obesidad, me dijo: «No es el momento de romper a cantar en coro: ‘Los días felices están de vuelta’. Es totalmente prematuro pensar que hemos superado eso. La noticia, para mí, es que las cosas están por lo menos tan mal como lo estaban».

En verdad, a pesar de la cobertura de noticias cuyo tono expresaba, «oigan, el problema de la obesidad no es tan horrible como pensábamos», aún tenemos una crisis masiva entre manos. Cuando consideramos que el 69% de todos los adultos y uno de cada tres niños del país tuvieron sobrepeso o fueron obesos en 2010 –ahora es el momento de abocarnos con mayor intensidad a la manera de estudiar cómo prevenir y controlar la obesidad, y cómo interpretar los resultados de esos esfuerzos.

Si algo se ha sacado en claro de este último informe sobre la circunferencia siempre en expansión de nuestro país es un temor de que los recientes esfuerzos para educar al público sobre la amenaza a la salud de la nación no hayan valido nada.

Estos números que no aumentaron tan velozmente como antes describen a un país en las etapas iniciales de comprender una epidemia mortal que ha tenido como resultado 40 años de incesante incremento de peso y de las enfermedades a él asociadas. El adelgazamiento de Estados Unidos, con suerte, se ha iniciado lentamente –y tenemos un largo camino que recorrer. |

Esther J. Cepeda es columnista nacional sindicada, reside en Chicago. Su  e-mail es estherjcepeda@washpost.com.

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