Por Ilan Stavans
Autor y profesor mexicano. Imparte la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es: Ilan@elplaneta.com
Ante las temperaturas desorbitadas que nos envuelven (108 grados Fahrenheit del otro lado de mi ventana), los atropellos verbales son sin duda atractivos. Hace una hora mi amigo Martín me llamó por teléfono: Ilan, ¿te cueces como yo en el horno? Me defiendo, le dije. ¿No te ha llevado la chingada?, me preguntó.
Martín procedió a culpar del calor a los republicanos, la industrialización desquiciante de que somos testigos (para las corporaciones inescrupulosas todo es comerciable) y el calentamiento global. Yo concuerdo con él pero prefiero hablar de la procedencia etimológica de la palabra en sí. ¿Quién es la chingada? ¿Y qué hace en días como éstos?
La chingada viene de chingar, cuyos usos y abusos son múltiples. Chingar es un sinónimo de molestar, aunque más contundente. Algunos ejemplos son dejar de chingar, no me chingues, y ya me chingué. Chingar también quiere decir fornicar, aunque su uso tiene un dejo tácitamente machista: Pedro se chingó a Lupita. Otras mutaciones incluyen eres un chingón, que significa ser diestro; una chingadera, un objeto o acción que busca molestar; un chingo, un montón; déjate de chingaderas, una recomendación para dejar de joder; chinga tu madre, una agresión verbal contundente que imagina a la madre del interpelado en el acto mismo de ser violada; se me chingó el refrigerador, una imagen que invoca una descompostura; y, para terminar, estar en chinga, sentirse presionado.
Hay quien cree (entre ellos, Octavio Paz en su libro «El Laberinto de la Soledad») que el término viene de La Malinche, concubina de Hernán Cortés, que en su anhelo de poder traicionó a su gente, los aztecas. De esa mujer viene el término «malinchista», alguien que trae vergà 1/4enza a su gente. Ser un hijo de la chingada es descender directamente de la traidora. Por eso, decir que el calor está de la chingada es suponer que ella lo trae, que nos prueba a cada rato, que quiere vernos derrotados. O que a través del calor ella nos llevará a un lugar infame. ¿Existe ese lugar? Solo en nuestra imaginación, lo que lo hace más real que la realidad.
Hay otros mexicanismos igualmente exquisitos.
Uno de ellos es huevear (sus derivados son huevón, huevera, huevería…); otro es pendejear (pendejo, pendejada, pendejismo….). Las combinaciones son muchas. Digamos el calor apendeja a la gente y, como resultado, genera una hueva invencible. Pero la chingada tiene un sitio único en esas permutaciones verbales: es un espíritu, una condición.
En días como éstos, su presencia es infernal.
Nos persigue a los mexicanos como Martín y yo dondequiera que estemos. Y de paso, ataca a todos los demás.