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Mark Twain| Por Ilan Stavans

Esta es mi columna número 100 y quiero dedicársela a Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), mejor conocido como Mark Twain. La relación entre Clemens y Twain no era, estrictamente, la de un autor y su seudónimo: en realidad, Mark Twain fue la mejor invención de Clemens; quizás mejor decir, su otro yo.

Theodore Roosevelt, el 26vo presidente del país, lo odió; en contraste, Franklin Roosevelt, su primo lejano y el 32vo, lo admiró. Arnold Bennett lo suponía un amateur divino, Friedrich Nietzsche lo recomendaba como regalo, y T.S. Eliot, de quien no podría ser más distinto, sospechaba que Twain había inventó una manera nueva de escribir. Si bien Walt Whitman lo describía como un escritor mediocre, Faulkner lo consideraba el abuelo de todos nosotros.

Ernest Hemingway iba más lejos: creía que toda la literatura norteamericana proviene de un único libro, Adventures of Huckleberry Finn. El crítico Lionel Trilling decía que leer de joven esta novela de Twain es plantar un árbol del que podrán saborearse frutos de significado por mucho tiempo. El libro es la simiente no sólo de nuestro canon nacional, sino también del minoritario: así como Bill Clinton fue nuestro primer presidente negro (y George W. Bush el primer mexicano en la Casa Blanca), Ralph Ellison, autor de Invisible Man, entendió el ethos de su propia literatura afro-americana al admirar el habla del esclavo Jim.

Más cerca de nosotros, José Martí concibió a Twain como un humorista sin par. Borges lo vindicó del perfil calvinista que le adjudicó Van Wyck Brooks en The Ordeal of Mark Twain y arguyó, al contrastarlo con Kim de Rudyard Kipling y Don Segundo Sombra de Ricardo GÃ 1/4iraldes, que su obra es imaginable en los Estados Unidos.

En cuanto a mí, dudo que exista otro autor cuyo legado contenga nuestro DNA en formato puro.

Quiero imaginar que en la pluma de Twain el río Mississippi es un escenario y asimismo una alegoría. Todo para decir, en el centenario de su muerte, que Mark Twain es el principio y el final de nuestras letras. En sus páginas es factible leernos desde siempre y para siempre.

El ensayista y profesor mexicano Ilan Stavans, autor de «La Condición Hispánica» y otros libros, imparte la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es ilan@elplaneta.com.

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