No dejo de pensar en estos días en Malcolm Lowry, quien luego de un infeliz esfuerzo por publicar «Bajo el Volcán», una novela sobre Geoffrey Firmin – un cónsul británico que vive en un permanente estado de embriaguez en el pueblo de Quauhnahuac (nombre náhuatl que Hernán Cortés castellanizó como Cuernavaca) y que descubre «su destino mexicano» en 1938, durante el Día de los Muertos – finalmente la vio salir de la imprenta en 1947.
Lowry es Firmin y el Popocatepelt, el volcán de la novela, jamás hace erupción; más bien, su aquiescencia sirve de metáfora: no es necesario que la naturaleza clame para que el hombre mire el precipicio.
Otro volcán, el Eyjafjallajökull (la palabra significa «glacial de isla montañosa»), en el Atlántico norte, se contorsiona hoy. De los 35 en la isla de Islandia, es el cuarto en tamaño, y su vómito de lava y humo ni siquiera es serio. Pero no hay nada metafórico en su actividad, que paraliza a millones en Europa occidental. Reidar TrÃ,nnes, que trabajó hasta 2004 en el Instituto Volcanológico Nórdico de la Universidad de Islandia, sugiere que a la suerte la erupción podría durar un mes aproximadamente, «tiempo suficiente», TrÃ,nnes añade, no sin sarcasmo, «para acostumbrarnos a vivir a la sombra de una nube de ceniza».
Así, la naturaleza en furia plena, el precipicio es inevitable. Se habla, como siempre en estos casos, de incontables pérdidas económicas. Pero la epifanía no es de orden monetario. Terremotos (Haití, Chile, China, México, Argentina, Indonesia, Japón), ciclones (Australia, el océano índico), huracanes, tifones, tornados, incendios… El año 2010–década nueva, futuro distinto–arrecia con singularidad.
El destino mexicano de Firmin (i.e., Lowry, quien murió en 1957 en Inglaterra) siempre me pareció singular: morir de cirrosis del hígado, en una imaginaria alberca de alcohol construida por él mismo, en un país extraño, y en el día en que vivos y muertos dialogan. El Eyjafjallajökull impele sobre nosotros una realidad propia: es verdad que tarde o temprano lo humano se acostumbra a todo, hasta el amor (que, según Vinicius De Morais, es eterno mientras dura); pero ¿es factible suponer que la naturaleza también está forzada a acostumbrarse a lo humano?
El ensayista y profesor mexicano Ilan Stavans, autor de «La Condición Hispánica» y otros libros, imparte la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es ilan@elplaneta.com.