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Por Ana Julia Jatar

Para desgracia y peligro de la libertad en nuestro continente, el sistema interamericano fundado para defender la democracia, se ha convertido en una instancia para proteger a los presidentes que nos representan y éstos la han transformado en una instancia para resguardarse cuando abusan del poder en vez de velar por nosotros.

Esta suerte de sindicato de abusadores, donde hasta Raúl Castro tiene ahora audiencia, movido por la conseja equivocada, se ha dedicado a defender a los «pobrecitos» presidentes electos amenazados por supuestos «gorilas», en vez de ponerle freno a tiempo a quienes se han convertido en tiranos electos. Estos tiranos electos olvidan a conveniencia que la mayoría de turno no es el pueblo y que precisamente por ello deben someterse a los límites de la constitución y al control de los demás poderes. En otras palabras, el sindicato reacciona a los síntomas en vez de entender la enfermedad.

La libertad está fundamentada en el imperio de la ley por encima de la voluntad individual de los hombres, y sobre todo, por encima de la de aquél que ha sido electo gobernante. La democracia no termina sino más bien comienza su más dura prueba después del acto electoral. Desde que los griegos inventaron la democracia, se entiende que ésta corre el peligro de convertirse en la dictadura de la mayoría. A lo largo de la historia los filósofos políticos se han dedicado a pensar como darle autoridad al monarca sin que ese poder se convierta en el fin de la libertad.

Al ver lo que ha hecho Hugo Chávez y lo que intentaba hacer Manuel Zelaya, uno entiende más que nunca las severas preocupaciones de estos pensadores. Estos neo-totalitarios latinoamericanos usan las elecciones para llegar al poder y eternizarse en él a través de referéndums viciados de inconstitucionalidad. Así logran cambiar las constituciones para su beneficio en nombre de supuestas mayorías. Es ante el peligro de la expansión de la doctrina neo-totalitaria que deberían estar reaccionando los presidentes en el seno de la OEA. La reflexión debe estar en las debilidades intrínsecas del sistema que han permitido a un Chávez, a un Evo Morales o a un Zelaya violar la mayoría de los artículos de la Carta Democrática sin que haya reacción alguna de la comunidad interamericana para frenar esos evidentes abusos.

Erradamente, o egoístamente quizás, sólo reaccionan cuando los peligros son a la figura del presidente y no a la de los demás poderes o a la libertad del pueblo. Por ello, cuando veo a los presidentes rasgarse las vestiduras por la suerte de Zelaya, no puedo dejar de preguntarme si los rasgamientos y gritos son para defendernos a nosotros o a ellos mismos. Necesitamos una OEA que discipline a los presidentes de turno y que defienda la libertad de todos nosotros. Con razón Álvaro Uribe y Chávez han encontrado en la defensa al neo-totalitarismo de Zelaya su único punto de coincidencia: el de ser reelectos por siempre.

Ana Julia Jatar, escritora y analista, es Directora de Comunicaciones del Centro Carr para los Derechos Humanos en Harvard University. Su e-mail es ana_julia_jatar@ksg.harvard.edu.

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