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Fui testigo y partícipe, durante tres semanas, de un experimento invaluable. Se llama Salpica. Viajé como escritor con un grupo de 19 artistas visuales de origen indígena o de extracción minoritaria de cuatro países de América Latina (Bolivia, Ecuador, Colombia y Guatemala) y de los Estados Unidos (cuyos lazos en Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana).

Para efectos del experimento, el término indígena es definido de forma amplia: como una identidad vinculada al origen nacional.

Había fotógrafos, pintores, ceramistas, performers, diseñadores, dibujantes y artistas conceptuales, entre otras modalidades. La mayoría de los participantes de América Latina jamás había salido de sus comunidades indígenas.

Algunos han vivido siempre en la selva. También viajaron con nosotros un par de traductores. Las múltiples lenguas que utilizamos iban del quechua al aimara, aunque los canales centrales de comunicación fueron el castellano, el inglés y el spanglish.

El itinerario del experimento comenzó en Nueva Inglaterra y terminó en California pasando por el desierto. El grupo visitó escuelas, instituciones políticas, talleres artísticos y museos como MoCA y El Barrio. Estuvo en barrios como el East Los Ángeles y el Lower East Side. Un segundo viaje se llevará a cabo en agosto cuando nos juntaremos nuevamente en dos países latinoamericanos.

El objetivo único del experimento, financiado por el Departamento de Estado norteamericano, es un diálogo que se cristalizará en una exhibición a la cual cada uno de los participantes contribuirá con una obra original que refleje el impacto del experimento.

Una escena clave ocurrió cuando el grupo visitó Hollywood Boulevard. Los participantes parecían anonadados ante los imitadores de Marilyn Monroe, Yoda, Elvis y Heath Ledger. Luego de la visita, un artista me preguntó: ¿Qué es Hollywood? Intenté explicarle pero me di por vencido cuando me confesó que nunca en su vida había ido al cine. Otro artista me dijo que cruzar una avenida en Manhattan le parecía un acto que exigía mayor coraje que cualquiera en su propia comunidad. Y un tercero descubrió el Internet y, más precisamente, el acceso indiscriminado a la pornografía.

Para mí lo más asombroso – lo apabullante – de Salpica ha sido redescubrir la brecha insorteable que divide culturalmente al norte del sur. Ilan Stavans es ensayista y profesor; entre sus libros se encuentra «La Condición Hispánica». Imparte la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es ilan@elplaneta.com.

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