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Por Marcela García

Gracias a la deficiente política migratoria actual de este país, no es novedad que los inmigrantes vivimos en un limbo, cobijados por las sombras. Es por eso que siempre hemos sido un blanco fácil. Pero los comentarios vociferados por un presentador radial de Boston en contra de los inmigrantes mexicanos la semana pasada, son simplemente inaceptables.

Por si no se enteró, Jay Severin, locutor de WTKK-FM, declaró – entre otros insultos – que los mexicanos éramos «seres primitivos», «sanguijuelas», portadores de «enfermedades venéreas», «mujeres con bigote», y prácticamente culpaba a los mexicanos de la gripe porcina.

Sin embargo, lo más sorprendente no fue eso, sino las secuelas que se originaron al anunciarse la suspensión de Severin por parte de la emisora radial. Después de haber sido entrevistada por el Boston Globe para dar mi opinión sobre el caso, recibí una cantidad desagradable de e-mails escritos por defensores de Severin.

Una frecuente radioescucha me escribió explicando que, contrario a mi sentir, «Severin es definitivamente pro-inmigrantes, y ciertamente apoya la inmigración de personas de todas las nacionalidades a los Estados Unidos». Añadió que Severin se expresó así en contra de los mexicanos porque la mayoría de los «inmigrantes ilegales entran por la frontera con México y son de origen mexicano». Y que como son «ilegales, representan una carga enorme para la infraestructura social, tributaria, médica y educacional de este país, poniendo así en riesgo el bienestar de los estadounidenses, además de que no contribuyen nada a la economía».

Por supuesto, hay muchas maneras de abatir tales argumentos, cimentados en creencias populares y no en estadísticas, pues los números no mienten. Hay un sinfín de estudios que detallan la contribución económica de los inmigrantes a este país (ver www.pewhispanic.org). Sin ir muy lejos, Massachusetts hubiera sufrido una baja en población de no haber sido por los inmigrantes.

Pero fue un mensaje dejado en mi contestadora telefónica la que me quito el habla y me provocó una profunda tristeza. Del otro lado de la línea hablaba Ronaldo, un mexicano que decidió permanecer en el anonimato, y no dejó apellido ni forma de contactarlo.

Ronaldo, con un español perfecto, procedió a decirme que estaba completamente de acuerdo con Severin. Al principio pensé que se trataba de una broma hecha por algún colega o conocido (y si lo fue, entonces no me quedará sino reírme). Y es que me parecía completamente inconcebible que un paisano mío pudiera estar de acuerdo con que lo llamaran una «sanguijuela», un «primitivo». Más aún, se atrevió a decirme que yo, «siendo una persona educada, debería también ver cómo los mexicanos no sabemos cómo hacer las cosas y que tenemos mucho que aprender de este país». El mensaje telefónico de Ronaldo trastornó mi día. Me hizo pensar en el proceso de asimilación por el que pasamos los inmigrantes, ese proceso en el que uno adquiere o se acopla a una segunda cultura. Muchos inmigrantes prefieren cerrar la puerta a su país de origen, y vivir como si nunca hubiera existido; tal vez ese es el caso de Ronaldo, un mexicano que rechaza su pasado.

Parte del desafío de vivir en las sombras es precisamente lo complicado que se hace ese proceso de asimilación del inmigrante. Además de una reforma migratoria integral, hay muchísimas otras cuestiones que influyen en la asimilación: ¿Es preferible una educación bilingà 1/4e, o es mejor una educación inmersa en el idioma inglés? ¿Se acoplarán mejor nuestros hijos a esta sociedad si están completamente sumergidos en ella, en un mundo completamente anglo? No quiero sonar

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