Por Ilan Stavans
Los trabajadores del circo somos gente decente. El Monstruo era lo opuesto: nadie sabe con certeza si era niño o adulto, hombre o mujer, pequeño o grande, blanco o negro. Se sabe, sí, que tenía un apetito voraz. Dicen los rumores que poseía más dinero que el sultán de Arabia pero no le alcanzaba para cubrir sus gastos.
También se asegura que era pederasta, delito cabal que enfureció al dueño del circo. Quizás para encubrirlo, El Monstruo disimuló una vida como el resto de los mortales. No lo logró porque los monstruos son, por definición, desmesurados. Se casó con la Mujer Araña. Y tuvo tres hijos con otras mujeres cuya identidad jamás se conoció. Todos sus hijos llevan su mismo nombre.
Incluso hay quien jura que El Monstruo podía volar. La afirmación se justifica porque él se movía por aire y por tierra como una gacela. Caminaba al mismo tiempo en ambas direcciones, hacia adelante y hacia atrás, sin por ello dejar de avanzar. Y su aguda voz era hipnotizadora. Pero en la medida que envejecía sus facciones se tornaban grotescas.
A nosotros en el circo nos ofuscaba que él se rodeara de especialistas plásticos a quienes pagaba enormes sumas para que lo mantuvieran en estado pubescente. Al final el resultado de esos ejercicios médicos fue triste. Antes de morir, su inmensa boca se abría de tal manera que daba la impresión que lo devoraría todo. El Monstruo salía a la calle en pijama y con corbata. Casi nadie podía verle los ojos porque los escondía detrás de unas gafas opacas. Por una época adondequiera que fuera lo acompañaba un chimpancé. En el escenario, por otra parte, su ropa era la de un pirata. Y siempre llevaba un guante de diamantes al que la gente atribuía poderes superiores.
Todo lo que cuento parecerá asombroso, pero es que el circo es un ámbito donde impera la credulidad. ¿Qué haremos sin El Monstruo de ahora en adelante?
Ilan Stavans es ensayista y profesor; entre sus libros se encuentra «La Condición Hispánica».
Imparte la cátedra Lewis-Sebring en Amherst College. Su e-mail es ilan@elplaneta.com.