ir al contenido

Las mujeres latinas enfrentan una presión estética particular

En estas navidades las redes sociales intensifican la exigencia estética mediante la comparación constante con cuerpos editados que se presentan como ideales.

Fuente: AI

Por Bahia El Oddi y Carin-Isabel Knoop

En Halloween escribimos que, después de las máscaras, el premio mas dulce es de ser visto. Las fiestas de navidad y de fin de año representan de nuevo una época de máscaras y disfraces que nos ponemos para los encuentros familiares, profesionales, o incluso para Instagram. Pero en este juego de disfraces surge una pregunta incómoda: ¿Qué ocurre cuando la máscara deja de ser máscara y se convierte en cuerpo, y lo que se finge a diario termina habitándonos?

Para muchas de nosotras, el cuerpo es otro disfraz que hay que confeccionar a gusto de los demás: debe ser atractivo, disciplinado y elegante. Desde temprana edad aprendemos que nuestro valor suele vincularse a la apariencia: curvas “correctas,” juventud, feminidad visible y una belleza que debe parecer natural. En este contexto, reflexionar sobre el cuerpo, la imagen y la salud mental se vuelve urgente.

Las mujeres latinas enfrentamos una presión estética particular. Se espera que seamos sensuales y arregladas, pero sin que el esfuerzo sea evidente. Las redes sociales intensifican esta exigencia mediante la comparación constante con cuerpos editados y estandarizados que se presentan como ideales. Esta dinámica afecta profundamente la percepción corporal, generando insatisfacción, ansiedad, baja autoestima y, en algunos casos, trastornos de la conducta alimentaria, un tema sobre el que ya hemos reflexionado anteriormente.

Muchas aprendemos a vivir en conflicto con nuestro cuerpo, intentando corregirlo o controlarlo, en lugar de escucharlo y cuidarlo.

En este escenario, la medicina estética y la cirugía plástica ocupan un lugar central. En muchas sociedades latinoamericanas, estos procedimientos están normalizados y se asocian con éxito, aceptación y autoestima. El cuerpo se convierte en un proyecto permanente de mejora.

Sin embargo, como señalan diversos estudios críticos, estas prácticas no son neutrales: refuerzan normas de género y belleza que pueden afectar la relación emocional con el propio cuerpo. Aunque algunas mujeres experimentan satisfacción tras estos cambios, el bienestar no siempre es duradero cuando el malestar proviene de la autoexigencia o la comparación constante. Además, existen riesgos físicos, emocionales y simbólicos.

Movimientos como el body positivity y el body neutrality promueven la diversidad corporal, la aceptación y la dignidad. El empoderamiento no está en encajar en un molde, sino en decidir cómo queremos habitarnos y cuidarnos.

El inicio de un nuevo año puede ser una invitación a mirarnos con más ternura. Reconciliarnos con nuestro cuerpo tal como es hoy —con sus marcas, su historia y su fuerza— es un acto de valentía. Nuestro cuerpo no es un proyecto inacabado, es nuestro hogar. Aceptar nuestra auténtica belleza es elegir cuidarnos desde el amor y no desde la exigencia, recordando que no necesitamos parecernos a nadie para valer. Somos suficientes en nuestra autenticidad.

Quitarnos nuestras máscaras y disfraces no equivale a quedarse desnudas frente a los demás, sino que permite más bien recuperar la libertad de existir sin actuar para ser aceptadas. Cuando el cuerpo deja de ser disfraz, vuelve a ser nuestro verdadero hogar.

X