Desde estas tierras lejanas, aún me llega la cálida brisa de mi querida República Dominicana con la llegada de la Navidad. Aromas que antes impregnaban mis sentidos regresan con una claridad asombrosa, como el olor fresco de una manzana recién cultivada, uvas rebosantes de dulzura del pueblo de Constanza, pasas con un color radiante como el sol. Estos recuerdos no sólo me reconfortan sino que me conectan con mi tierra natal. Me recuerdan que la alegría tiene un olor, un ritmo, un sabor.
También recuerdo la música. ¿Cómo no recordar, si el merengue y la bachata inundaban cada calle, cada puerta, cada ventana abierta, convirtiendo hasta el rincón más tranquilo en una celebración? Entre el baile y las risas, siempre había espacio para la reflexión. La Navidad es tiempo de recuerdos y alegría; también de tristeza y gratitud. Una época llena de tradición y sabor, donde debe reinar la empatía, la fe y el amor al prójimo, sobre todo, es tiempo de ofrecer pan a los necesitados.
Lo que definía la Navidad en mi comunidad no eran los regalos sino la generosidad. Los vecinos pasaban platos de comida de casa en casa; comunidades enteras se reunían antes del amanecer para celebrar la palabra de Dios con villancicos; reconfortándose con té de jengibre y galletas recién salidas del horno. Empezábamos el día con la barriga y el corazón llenos. Estos recuerdos son más que nostalgia de una tierra lejana para mí: son mi combustible. Me impulsan en estos momentos cuando tantas familias, a nuestro alrededor, no tienen suficiente comida en sus mesas.
Hoy el mundo puede sentirse más pesado que antes. La incertidumbre suele empañar las tradiciones, haciendo que parezca que la Navidad que conocimos —la de la abundancia y la comunidad— pertenece a otra vida; Pero he aprendido que las tradiciones sobreviven porque la gente decide mantenerlas y organizaciones como Project Bread ayudan a hacerlo posible, ofreciendo comida, recursos y un poderoso recordatorio: nadie debería tener que enfrentarse al hambre solo. Ser parte de la lucha contra el hambre me da la esperanza de que nuestras tradiciones navideñas y el espíritu de compartir con los demás seguirán prosperando aquí también.
También recuerdo a mi abuela, cuya generosidad era y sigue siendo, una auténtica obra de caridad. Siempre cocinaba "un poquito más", por si alguien llegaba con hambre. Durante las fiestas, invitaba a vecinos, amigos y a cualquiera que necesitara calor o compañía. Incluso ahora, lejos de la República Dominicana, continúa con esta tradición. Nunca ha olvidado nuestras raíces porque para ella la tradición cultural reside en lo que compartimos. Siempre dice que el mejor regalo que podemos recibir es la oportunidad de dar. ¿Y qué mejor época para honrar esa verdad, que la Navidad?
Los sabores y la música de mi tierra natal pueden estar a miles de kilómetros de distancia, pero sus lecciones me acompañan: abrir nuestras puertas, compartir nuestras mesas, cuidarnos unos a otros como vecinos y como familia. Ese, para mí, es el verdadero sabor de la Navidad, el cual debemos mantener vivo.
–
Sobre la autora: Yahaira Gil es Coordinadora de Servicios de Nutrición en El Projecto Pan ( Project Bread) una organización líder, sin fines de lucro,en seguridad alimentaria de Massachusetts. Para más información, visita: www.projectbread.org.