Luego de varios meses “clavando la estaca”, llegó el gran momento: la mudanza definitiva. Tras seleccionar cuidadosamente (bueno… ni tanto) lo que nos llevaríamos —después de 28 años en Boston— rumbo a New Orleans, apareció la gandola, ancha y larga, como diríamos en Venezuela.
Así, los corotos y coroticos, las cosas y cositas, los peroles y perolitos, y pare usted de contar, fueron desapareciendo en cajas de cartón que luego fueron engullidas por las fauces del camión, que partió el día previo a nuestra salida.
Mi esposa Maray, nuestro adorado husky “Neo” y este servidor emprendimos entonces el periplo desde Massachusetts hasta Louisiana, atravesando otros 13 estados. Permítanme contarles un poco —solo un poquito— de cada uno, y un tanto más de aquellos con los que tengo algún vínculo, desde nuestro punto de partida hasta nuestro destino.
Massachusetts – El Estado de la Bahía. Cuna de la libertad americana, mi hogar por más de un cuarto de siglo y el lugar donde mi hija Andrea comienza su vida profesional y persigue su sueño de ser médica.
Connecticut – El Estado de la Constitución. Donde vivió y estudió mi hermana Cecilia.
New York – El Estado del Imperio. La ciudad de Nueva York, para muchos la capital del mundo.
New Jersey – El Estado Jardín. Hogar de los Soprano y de muchas carreteras llenas de tráfico.
Pennsylvania – El Estado Clave. Filadelfia, la Ciudad del Amor Fraternal; Pittsburgh, hogar de los Piratas y del inmortal Roberto Clemente, junto con “La Cobra” Dave Parker, mi héroe beisbolero de la niñez.
Delaware – El Primer Estado. Pequeño en tamaño, grande en historia.
Maryland – El Estado de la Vieja Línea. Hogar de Johns Hopkins y que envuelve Washington, D.C., (que no cuenta como estado)
Virginia – Virginia es para los Enamorados. Puerta de entrada al sur por la costa este.
Carolina del Norte – El Estado de los talones de alquitran. Con su triángulo de ciencia e innovación entre Raleigh, Durham y Chapel Hill, sede del Board de la American Society of Anesthesiology, donde soy examinador.
Carolina del Sur – El Estado Palmetto. Sus playas de Myrtle Beach y Hilton Head nos saludan mientras cruzamos el sur.
Georgia – El Estado del Durazno. Cuna de Coca-Cola y de Martin Luther King, uno de mis personajes históricos favoritos.
Florida – El Estado del Sol. Primer estado donde trabajé como médico en EE. UU.; Miami, o Mayamí, ciudad abierta al golfo donde mi hijo José desarrolla su vida profesional.
Alabama – El Corazón de Dixie. Una de las primeras canciones country que escuché me recuerda a este estado.
Mississippi – El Estado Magnolia. Tierra de magnolias y blues, cuna de B.B. King, cuyo ritmo parece acompañar nuestro viaje mientras cruzamos el sur.
Louisiana – El Estado Pelícano. Nuestro destino final, tierra de jazz, gumbo y desfiles de Mardi Gras.
A lo largo de mi vida he tenido la suerte de conocer o cruzar otros muchos estados de este maravilloso país: Arizona, California, Colorado, Hawaii, Illinois, Indiana, Kansas, Kentucky, Maine, Michigan, Missouri, Nevada, New Hampshire, New Mexico, Ohio, Tennessee, Texas, Vermont y Washington. Contándolos todos, suman 34 y cada uno tiene su propia historia, su paisaje único y un recuerdo especial en mi memoria. Y aunque me gustaría sentirme como Johnny Cash en su canción “I’ve Been Everywhere, Man”, me queda mucho por conocer, aprender y crecer.
Regresando al hilo de esta historia: ahora somos oficialmente ciudadanos de Nueva Orleans, Louisiana… y todo ese jazz.
Ahora a desempacar la gandola en nuestro nuevo hogar.
¡Epa, muchacho… cuidado con los corotos!