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Cuentos de Rubén: Nieves Toledo

El autor explica: “La foto es de mi tío Juan Azocar, que es uno de los personajes de la historia”. Foto: Cortesía.

Mi familia paterna emigró desde la costa oriental de Venezuela hacia el estado Monagas, donde se había desarrollado parte de la industria petrolera bajo la administración de empresas transnacionales. El campo de Quiriquire fue el lugar donde nació mi papá y donde sus hermanos mayores trabajaban como obreros para la compañía CREOLE.

A principios de los años 50, muchos de estos obreros comenzaron a organizar sindicatos en busca de mejores condiciones laborales. Esta iniciativa no era bien vista ni por las compañías extranjeras ni por el férreo y dictatorial gobierno militar de la época.

Mi tío Juan era uno de esos obreros, y su activismo y visibilidad lo convirtieron en blanco de la policía estatal —la temida Seguridad Nacional—, por lo que tuvo que esconderse o, como se dice en Venezuela, “enconcharse” para evitar ser capturado.

Encontró refugio en la casa del señor Nieves Toledo, también obrero y líder sindical. Era una vivienda humilde en el poblado de Miraflores, cerca de Quiriquire. A pesar de todas las precauciones, una noche la Seguridad Nacional llegó a la casa preguntando por mi tío. Nieves ideó una distracción que permitió a mi tío escapar por una ventana, correr a través del extenso patio lleno de frutales y perderse en las montañas cercanas.

Cuando la policía descubrió la fuga, arrestó a Nieves, quien pagó con varios años de cárcel su acto de solidaridad y valentía.

Una niña de 12 años, Oenia Toledo, fue testigo de esta historia y tuvo que crecer con su padre encarcelado, enfrentando todas las tribulaciones que eso conlleva. Pero el mundo es pequeño, y Oenia no solo fue compañera de escuela de mi tía María —lo cual no sería tan sorprendente—, sino que muchos años después fue compañera y gran amiga de mi esposa Maray en la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela.

Gracias a ella conocí esta historia, que salvó a mi tío de una cárcel segura, lo que le permitió huir a Caracas con su joven familia y, desde la clandestinidad, continuar su labor sindical.

Así que el hilo de la vida que me une a Oenia —por quien siento un enorme afecto y una profunda amistad— comenzó a tejerse en aquella casa de Miraflores, y hoy es una soga firme. Una soga forjada por el altruismo y el compromiso del señor Nieves Toledo, y por la gratitud eterna que mi familia siente hacia quien pagó con cárcel la libertad de mi tío.

Y como todo en la vida es un círculo, con el tiempo me tocó a mí apoyar y acompañar a Oenia en un momento difícil de salud, que gracias a su fortaleza logró superar satisfactoriamente.

Gracias, señor Nieves.

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