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Chispas de Libertad

"¡Dios bendiga a los Estados Unidos de América y feliz 4 de julio!". Foto: Freepik.

Hace 40 años llegaba a Boston por primera vez. Esos primeros días fueron todo un trajín: Empezar clases, ubicarme en mi residencia, establecer una rutina… todas esas cosas propias de cualquier inicio. Pero en mi mente estaba el fin de semana, que se aproximaba día a día.

Llegó el jueves y, con él, el suplemento del Boston Globe: “Calendar”, con todas las actividades de la semana siguiente. Lo escudriñe hasta la última gota de tinta impresa y tracé mi plan.

Ese sábado, antes de salir hacia Boston, mi mamá americana —Cathy— me preguntó qué haría y si mi plan incluía Quincy Market, que en aquel entonces era el centro de actividad social más popular de la ciudad. Le respondí que sí, que era el último lugar que tenía previsto para ese día. A mi respuesta, ella añadió: “Pues tienes que probar las galletas con chispas de chocolate en un lugar nuevo llamado Chip-A-Cookie”.

Tomé mi bicicleta, llegué a la estación Woodlawn del “T” (el metro de Boston), me bajé en la plaza de Copley y quedé deslumbrado con la Iglesia de la Trinidad y la Biblioteca Pública. Caminé por la explanada admirando la exhibición de arte de verano a lo largo del río Charles, escuché un concierto gratuito en la concha acústica, crucé por los jardines públicos, y me dirigí hacia Downtown Crossing —un boulevard peatonal que vivía, tal vez, su mejor momento—, hasta que finalmente llegué a Quincy Market.

Era una feria espectacular. Anduve entre globos multicolores, flores bellísimas, músicos, magos, restaurantes al aire libre, y tiendas que vendían cosas inverosímiles… hasta que finalmente me encontré frente a Chip-A-Cookie. Entré y, tras enamorarme del olor del lugar, compré un cuarto de libra de galletas con chispas de chocolate. Me senté en un banco bajo un inmenso, brillante y cálido sol de verano de Boston. Las galletas aún estaban calientes, y al poner la primera en mi boca y sentir cómo se derretía la masa y el chocolate al unísono, seguido de un trago de leche, pensé: “Tengo que vivir en este país”.

Y así lo hice.

Desde 1994 he vivido en los Estados Unidos, y quiero aprovechar la proximidad del 4 de julio para agradecerle a esta tierra de libertad y hogar de los valientes todas las oportunidades que me ha brindado en mi vida adulta. No siempre ha sido fácil, pero logré mi especialización médica, formé una familia, y he alcanzado muchas metas.

Así que, a pesar de estar en tiempos que a veces se perciben distintos o controversiales, los Estados Unidos se convirtió en mi segundo país, mi segunda casa. Y puedo decir con orgullo que soy venezolano (y de pura cepa), pero que también soy estadounidense.

¡Dios bendiga a los Estados Unidos de América y feliz 4 de julio!