Encontrarse con un coyote en un patio trasero o en medio de la calle puede ser intimidante e incluso causar pánico. Sin embargo, la forma en que cada comunidad lo enfrenta muestra las diferencias culturales de la población de Boston y sus alrededores.
En muchas publicaciones en redes sociales se pueden ver estos animales en los vecindarios, incluso descansando junto a los porches. Según Humane Society, esta especie salvaje se ha adaptado a los entornos humanos, pues ha notado que existen pocas amenazas reales y se acerca en busca de alimentos.
“¡Atención, propietarios de mascotas en el área de West Somerville! Acabo de ver a un coyote de tamaño mediano caminando por la calle Ware a las 5 p.m. Era bastante delgado y parecía que estaba buscando comida. Si tienes gatos al aire libre, yo los metería y los mantendría adentro esta noche”, dice un mensaje en Facebook de finales del año pasado.
El Ayuntamiento de Boston explicó que, en invierno, aumentan las llamadas al Departamento de Cuidado y Control de Animales para reportar su avistamiento.
“Los coyotes se encuentran en todos lados, pero cada sitio responde a este conflicto de manera diferente”, explicó Emma Villegas, estudiante colombiana de relaciones internacionales y estudios medioambientales en Boston College y quien adelanta la investigación de coyotes en Boston”.
El objetivo del estudio es analizar cómo los ciudadanos de diferentes culturas y situaciones socioeconómicas manejan la presencia de estos animales en los vecindarios; para ello se están realizando encuestas virtuales y presenciales desde septiembre del año pasado.
De los 553 encuestados hasta la fecha, 70 personas manifestaron haber tenido una experiencia directa con coyotes, y un 90% afirmó haberlos visto en la ciudad.
“Con el desarrollo urbano están apareciendo cada vez más. Se han adaptado a la ciudad; ya no solo se quedan en los bosques, sino que aparecen en las calles a buscar comida”, aseguró la estudiante.
Villegas ha observado en sus primeros análisis que la forma en que se busca resolver los conflictos entre coyotes y humanos, así como la confianza en los líderes locales, depende de si el barrio es suburbano con menos de 50 mil habitantes, como en Wellesley, Mattapan y Jamaica Plain, o urbano con más de 50 mil habitantes, como Brookline, Roxbury y Dorchester.
En su concepto, los barrios suburbanos se movilizarán de manera más efectiva porque “si son comunidades más pequeñas, es más fácil la comunicación y el acceso a los líderes locales”, enfatizó Villegas.
Según la estudiante, en barrios más grandes, como Dorchester, hay mucha frustración porque se percibe que la respuesta de los líderes o la del servicio de emergencias 311 no es oportuna. Para estos sectores, las redes sociales son más efectivas para alertar sobre su presencia y tomar medidas de autoprotección para las mascotas y los niños. “Lo más efectivo, según la perspectiva de los hispanos, es compartir la información de alerta a través de las redes, mientras que la población estadounidense confía más en la llamada a las autoridades”, agregó.
Para la estudiante, otro factor determinante en la respuesta al conflicto entre coyotes y humanos es el estatus socioeconómico. En una primera revisión, evidenció cómo las comunidades cuyos trabajos les permiten estar más horas en casa requieren respuestas más rápidas.
En cuanto a cómo se percibe la problemática, explicó que también depende del grado de urbanización. En los barrios grandes se perciben a los coyotes como un problema invasor; en cambio, en lugares como Wellesley se concibe una idea de convivencia y respeto. “Nosotros estamos aquí y tenemos que convivir con ellos; su hogar es el nuestro”, contestó uno de los encuestados.
En cuanto a la relación con las mascotas, la encuesta muestra que las poblaciones hispanas se han “americanizado” respecto a su relación con los animales de compañía. “El papel de las mascotas en sus vidas es muy diferente; son como un hijo, y eso influye en la manera en que responden a los conflictos con un coyote”, dijo Villegas.
Recordó el caso de una joven mexicana que creció en Boston, pero tuvo una experiencia en la finca de su familia en su país natal, donde uno de estos animales atacó a un perro. En ese contexto, lo consideraban algo normal y parte de las dinámicas de la naturaleza. “Si eso le hubiera pasado a mi perro aquí (Boston), me hubiera dado un infarto”, afirmó.
Las encuestas muestran que la mayoría de las personas reaccionaría de manera muy dramática si tuvieran un conflicto con coyotes y sus mascotas.
La investigación continúa y se reciben las opiniones de todos los ciudadanos.