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La revolución progresista de América aún no comienza

President Joe Biden speaks about his coronavirus relief package at the White House, flanked by, from left, Vice President Kamala Harris, Senate Majority Leader Charles Schumer, D-N.Y., and House Speaker Nancy Pelosi, D-Calif. CREDIT: Washington Post photo by Jabin Botsford

Janan Ganesh – Opinión

Los que no vieron venir el cambio social son los más predispuestos a sobreestimarlo.  Por tanto, una prensa que desatendió las posibilidades de que Donald Trump llegara a la presidencia en el 2016 (entre quienes me incluyo), luego le atribuyó una capacidad cuasi mítica para convencer americanos “genuinos”, asumiendo que si existen.  La vergüenza de haber estado desprevenidos llevó al similar, aunque opuesto, error de sobre compensar.  Se necesitaron los votantes de Michigan y de otras partes en noviembre pasado para derribar la leyenda del Trump que susurra al corazón del territorio.

Es posible que se esté cometiendo un error similar respecto al presidente Joe Biden y su ley de rescate fiscal de $1.9tn.  Para cualquiera que quiera verlo, el viraje social demócrata de américa se ha estado forjando durante décadas.  Desde 1988, el único Republicano que ganó el voto popular en una carrera por la Casa Blanca, George W. Bush en el 2004, había ampliado Medicare el año anterior.  Calladamente, los votantes han llegado a gustar de la Ley de Salud Asequible (Affordable Care Act) de Barack Obama.  Las encuestas indican que la cultura ya no es de autosuficiencia masoquista, si es que alguna vez lo fue.

Pero al mismo tiempo, el momento progresista actual tampoco es tan rotundo como dicen.  La prueba no está en preguntar si a los votantes les agrada el efectivo con límite de tiempo, forzado por la crisis y financiado con el inmenso poder de endeudamiento del gobierno de EEUU.  Por supuesto que les agrada.  La prueba está en ver si aceptarán mayores impuestos para que sea sostenible a largo plazo.  La administración Biden ni siquiera ha empezado a plantearles esa posibilidad.

Aquí es donde las comparaciones con Lyndon Johnson y – será posible – Franklin Roosevelt, comienzan a resquebrajarse.  Al agrandar el estado paternalista, esos presidentes buscaban cambios permanentes.  El esquema de seguro social de Roosevelt es el único que existe hoy día.  Johnson impulsó la legislación de Medicaid, Medicare y hasta la Radio Pública Nacional (National Public Radio o NPR por sus siglas en inglés): artículos inamovibles en los EEUU del 2021.  Quizás Biden llegará a imponer reformas de permanencia similar y convencerá a los votantes de que paguen por ellas.  Hasta ese momento, es frívolo ver su Plan de Rescate Americano como algo de ese estilo.  Los principales componentes de su extensivo gasto – cheques directos más incremento de los créditos fiscales y de los beneficios de desempleo – son todos de carácter temporal.

Quizás la centroizquierda ha estado a la defensiva por tanto tiempo que no recuerdan la naturaleza de su credo original.  El ideal progresista es que los ciudadanos pagan por un estado generoso y duradero del cual todos pueden gozar.  Endeudarse para costear medidas de emergencia no es realmente lo mismo.  Tampoco lo es ese otro plan de Biden: subir los impuestos a los ricos únicamente.  El punto es que se haga un sacrificio universal para lograr un seguro universal, en parte para asegurar financiamiento viable y con base amplia, pero también como una insignia de ciudadanía en sí misma.  Como dijo Biden la semana pasada, el gobierno somos “todos”.

En este plano, los Demócratas todavía tienen todo su trabajo por delante.  Como porcentaje del producto nacional, la recaudación fiscal de EEUU está en trigésimo-segundo puesto entre los treinta y siete países de la OCDE, justo antes que Turquía.  Eso es una pizca más de la mitad de la de Dinamarca.  A menos que el plan sea volverse un deudor extravagante y eterno, los EEUU tendrán que aumentar su “carga” fiscal (que frase tan adecuadamente amarga) o reducir sus sueños de cambios progresistas.

Aun los que deploran su contenido deben admirar el logro legislativo del presidente.  Los montos son tan astronómicos que hasta los Keynesianos acérrimos se impresionan.  Y mientras que Roosevelt y Johnson tenían mayorías fornidas en el Congreso, Biden tuvo que hilar fino para lograr que su proyecto se convirtiera en ley.

El problema es que recientemente, los halagos han interpretado transitoriedad como permanencia, y medidas efímeras como reformas sociales.  Se ha hablado mucho del nuevo pacto social entre el capital y los trabajadores, como si la ley de rescate contuviera muchos cambios estructurales.

Y aún más rara es la idea de que Biden ha traído el fin de una era de cobarde sumisión Demócrata al llamado “neoliberalismo”.  Esta parodia del pasado reciente debe corregirse ahora.  El modelo de salud para el cual Biden ha incrementado subsidios tenía que crearse.  Obama lo hizo.  El crédito fiscal por niño que Biden ha incrementado temporalmente tuvo que implementarse.  Eso fue trabajo de Bill Clinton, quien también logró los más recientes aumentos generales de impuestos en 1993.  Estas medidas, que algunos alegan fueron una traición, ayudaron mucho a los americanos que se vieron atrapados en aquello que el padre de Johnson, con idioma florido no propio de su hijo, llamó: “los tentáculos de la circunstancia”.

Sin lugar a duda, tienen las cicatrices en la espalda para demostrarlo.  Pero también las tendrá Biden si trata de enraizar lo que por ahora es generosidad fugaz.  Un estado paternalista requiere ser fondeado.  Tal es el Everest político que debería asustar a los Demócratas y la apertura que espera a los Republicanos.

Derechos de Autor – The Financial Times Limited 2021

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