Marta Santos Pais es la primera Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, sobre Violencia contra los Niños a partir de 2009. La jurista es defensora independiente de alto nivel que promueve la prevención y eliminación de todas las formas de violencia contra los niños en todos los entornos, incluidos en línea y fuera de línea, justicia, hogar, escuelas, instituciones, centros de detención, lugar de trabajo y en la comunidad.
Recientemente visitó El Salvador; ya antes lo hizo en 2013. La funcionaria destacó los avances en legislación para la erradicación de la violencia, como por ejemplo las leyes de niñez y de prevención de la violencia contra la mujer. Pero también resaltó los restos que hay para la erradicación de la violencia y la protección de una niñez que se siente atemorizada y que necesita ser escuchada.
-Con la información que tiene de El Salvador y con la experiencia del puesto que ocupa, ¿qué cree que nos está diciendo la niñez y juventud salvadoreña a toda una sociedad, incluidos los políticos?
Hay dos palabras que resaltan, casi siempre: miedo e inseguridad. Y me da mucha tristeza porque creo que la infancia se debe definir por alegría, sueño, ambición, juego. Es dramático que los niños sientan miedo en la comunidad donde viven, de esperar el bus, de ver la llegada de un pandillero, de ser golpeado en la familia, de no tener a nadie que escuche su experiencia de violencia o de inseguridad.
Cuando ganan el coraje para compartir esa tristeza profunda, que muchas veces tiene que ver con personas importantes para ellos, se dan cuenta que la gente no está preparados para escucharlos, dicen que es como si estuvieran intentando convencer a la pared, hay algo que nos separa”.
“Si no escuchamos a los niños van a seguir siendo proyectos de nuestra buena voluntad, caridad o aparente apoyo. Pero en realidad no los miramos como ciudadanos aliados de nuestra causa y perdemos una gran oportunidad de hacerlo”
-Usted habla de ese niño que no sentía “parte de” pero quizá se comienza a perder cuando, por ejemplo, la abuela que va a traer al niño a la escuela y tienen un espacio para la plática usa frases como “vos no podes pensar”, “vos no podes opinar”, “vos no podes decidir”. ¿Qué le diría usted a esa abuela?
El niño no tiene la experiencia de vida de una abuela, eso es claro, son distintas realidades. Pero los niños observan el mundo de la misma forma, sienten el dolor, la alegría, la expectativa, la frustración al igual que todos nosotros (adultos). Y saben identificar medidas que pueden ayudar a las soluciones, a prevenir violencia y a cambiar la violencia. Cuando se adoptó en 1924 la primera declaración sobre los derechos de la niñez en la Liga de las Naciones, eso era el principio fundamental, reconocer la autodeterminación y la opinión de los niños. Pero con la Convención, el llamado es para respetar esa opinión, eso significa escuchar, respetar al niño, darle oportunidad de crecer ganando autoestima y confianza. Y no esperar que llegue la edad adulta y ahí por magia decir ‘a partir de ahora puedes decir lo que piensa y a partir de ahora voy a respetar lo que piensas’.
Los niños van a intentar expresar su forma de ver la vida en otros contexto y muchas veces es lo que los niños encuentran en las pandillas, ese espacio donde su voz, aparentemente, tiene valor. Después son manipulados para actos delictivos y otras cosas que no son admitidas. Tenemos que reconocer que las abuelas que tienen las responsabilidad de los niños, cuando los padre están lejos intentando ganar remesas como migrantes, tiene un estrés muy fuerte y tenemos que crear estructuras sociales de apoyo a la familia. Yo creo que ahí empieza todo.
¿Cómo cambiar patrones cuando la violencia está dentro de la dinámica de las mismas familias?
Creo que el reto más profundo es la transformación cultural social que tenemos que alcanzar. Lo habíamos dicho en 2013; pero creo que no ha cambiado el hecho de que los niños víctimas de violencia tiene mucho miedo de contar sus experiencias en la familia, en la escuela, al maestro, o de ir a un hospital, a la Policía u otra institución. ¿Por qué tiene miedo? porque existe esa banalización de la violencia (…) Tiene miedo de sufrir más violencia como consecuencia de haber contado.
Es necesario ayudar a que las prácticas de crianza se cambie. Que los padres, miembros de la familia, maestros y otros actores en la sociedad garanticen que los conflictos se pueden solucionar, a través de medidas que son de respeto, pero sin utilizar prácticas violentas en las familias. Eso significa que necesitamos campañas de sensibilización muy amplias.
Algunas veces de verdad (los niños) nos tornan impacientes, pero la impaciencia no puede traducirse en violencia.
Pero esa impaciencia se traduce en violencia en una sociedad que está atemorizada, estresada. Cuando el padre llega a la casa y el niño hace X cosa, la situación termina en golpes.
Lo que hemos aprendido de la ciencia, sobre todo de la neurociencia, es que el estrés genera la tentación de la violencia; pero cuando sabemos controlar nuestra rabia, frustración y encontrar otras alternativas, damos al niño el entorno que seguramente le ayudará a desarrollarse, que le permite mantener la calma y que también le permite encontrar la solución que apoye a los padres.
He visto en los países nórdicos en Europa, la creación de Consejos Familiares en donde acuden los padres cuando necesitan ayuda. Ahí hay personas capacitadas para apoyar, calmar, para reflexionar para dar soporte y para dar sugerencias.
Tenemos que invertir en ese proceso (…) Hasta que eso pase no vamos alcanzar resultado suficientes.
Implica también inversión financiera, implica que el presupuesto de una nación para la salud, educación, esté a la medida de la magnitud de la situación de la violencia. En un país, como es el caso de El Salvador, donde tenemos tasas de muertes de niños (…) eso es algo muy urgente.
Pensamos que la legislación puede ayudar en ese sentido. Yo sé que en este momento se discute en El Salvador la posibilidad de adoptar una medida legislativa que transmite es mensaje de no aceptación de ninguna forma de violencia hacia a los niños y a nosotros nos parece fundamental. La ley ayuda a la transformación cultural, puede ser utilizada para talleres de capacitación, de apoyo a la familia, puede ayudar a transformar progresivamente la banalización de la violencia y a romper el silencio sobre la magnitud de la situación de violencia en el país, eso me parece fundamental. Las familias están más felices. Y la economía gana.
Cuando se enfocan planes en adolescentes que son miembros de pandillas, la sociedad reacciona de forma negativa porque se siente lastimada. Crear planes es un reto político, porque cuesta votos. ¿Cómo puede intervenir Unicef no solo para ayudar en programas concretos, sino para que la sociedad recuerde que también son parte del país?
Tenemos claramente y específicamente trabajar con niños que están involucrados con pandillas no solo en el país, sino en otros países. Significa de que tenemos que cambiar la percepción de que son los enemigos y encontrar formas de entender el porqué se han unido a pandillas. A veces porque algo grave pasó en su familia o porque han encontrado una aceptación en un grupo que les dio importancia y eso no lo encontraron en otros lugares, o porque no hemos invertido suficiente en una educación de calidad. Es preocupante que en El Salvador la tasa de jóvenes que no está en la escuela y no tiene una ocupación sea tan alta. Ellos, que muchas veces vienen de grupo de la población extremadamente pobre y excluido, son víctimas más fáciles para los pandilleros.
Una forma de prevención es invirtiendo en la inclusión social, en una educación de calidad, en apoyo a las familias, sobre todo las separadas por la migración, cuya tasa es alta. Tenemos que estudiar cuáles son las medidas que ayudan a los niños que están con las pandillas a salir de esos grupos.
Eso significa abertura de espíritu, pero también inversión presupuestaria para programas específicos que están mirando como objetivo prioritario a esos niños; pero no pueden ser medidas generales, como si todos lo s niños y jóvenes fueran iguales. Cuando eso ha pasado hemos alcanzado buenos resultados, pero si no invertimos en eso va a ser difícil.
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