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Nueve de cada 10 policías enjuiciados en El Salvador son liberados

Juan cerraba su tienda ubicada frente al desvío de Amayo en La Libertad entradas las 7:00 de la noche. A esa hora la luz es escasa y los clientes disminuyen.

Pero el 26 de septiembre del 2016 pasaban unos minutos después de las 6:00 de la tarde cuando Juan vio a tres policías rondar un vehículo estacionado afuera de su tienda. Los policías, quienes usaban gorro navarone y chaleco antibalas, le preguntaron a Juan si el vehículo era de él. Juan les dijo que sí demostrándolo con el permiso de circulación y el de conducir. Los policías no se conformaron con eso. Le pidieron el celular para revisarlo.

—¿Qué andás haciendo aquí, pues? —dijo un policía.

— Esta tienda es mía, trabajo aquí.

—¡Gran paja que tenés! Este negocio es de la Mara Salvatrucha y está incautado porque ya sabemos que es de “El Misterio”.

(“El Misterio” fue un cabecilla de la Mara Salvatrucha que había muerto un mes antes en un enfrentamiento con policías. El pandillero vivía en el mismo lugar donde vivía Juan: Comunidad La Pista, cantón Cangrejera en La Libertad).

—Si yo quiero puedo remitir este negocio a Finanzas —siguió el policía.

—¿Por qué si yo no tengo el negocio de forma ilícita? —les dijo Juan, quien agregó:

—Este negocio ni siquiera es nuevo ni lo empecé aquí. Ya llevo tres años con él.

—¡Paja! Yo soy investigador y no me podés dar paja.

—A pues ya debe saber todo de mí; si dice que ya me tiene investigado —replicó Juan.

(Antes de ser comerciante Juan fue albañil, pero trabajó tres meses en Honduras y en Panamá, así fue como inició la tienda, les dijo a los policías).

—¡Ah, nombre! Vámonos para allá ve —dijo el policía— refiriéndose a la tienda de Juan. Los otros dos policías que lo acompañaban ya se habían adelantado y al llegar Juan a la tienda vio cómo tenían de rodillas a Israel, su empleado.

—Entregame todo lo ilícito que tengás —dijo el policía mientras desordenaba las cajas de productos.

Al hallar dos paquetes de cigarrillos Moden, el policía sacó a Juan de la tienda para mostrarle fotografías de los pandilleros de la zona con el afán de que reconociera a más de alguno. Mientras tanto, los otros dos policías intimidaban a Israel.

—¿Lo matamos? —escuchaba Juan que decían mientras veía que le golpeaban la garganta con los puños.

— ¡Llorá pues! —insistían.

Juan vio el álbum y reconoció a dos hombres de las fotografías. El policía le dijo que todos eran pandilleros. Juan le explicó que uno de ellos era hijo de un comerciante de la zona y que el otro trabajó durante un mes en algunos de sus pickups.

Luego que el policía acabó el interrogatorio, le dijo:

—Vaya, mirá, aquí no ha pasado nada. No le vayás a decir a nadie de esto porque si no se te va a complicar.

Juan no les respondió.

—Es que veníamos por el que está allá dentro (Israel). Él es el “poste” de los pandilleros.

A Israel le quitaron el teléfono y lo amenazaron con quebrárselo si intentaba recuperarlo.

—Vaya. Todo queda tranquilo —insistieron los policías.

Israel tuvo tanto miedo que le pidió a Juan que cerrara el negocio en ese momento, pues temía que los policías regresaran a matarlo. Juan cerró.

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