Cuando un niño es víctima de abuso sexual, es un delito ante la sociedad que debe ser castigado con todo el peso de la ley, pero cuando el victimario es un sacerdote, este debe ser también castigado por las religiones: es un pecado ante Dios, la comunidad y la justicia divina. Le conviene a la Iglesia Católica de una vez por todas dejar de encubrir a quienes merecen ser juzgados, pues es por el bien de los niños inocentes y por la supervivencia de la propia Institución. Muchos padres y madres han dejado de ir a misa y creer en el sacerdocio pues se sienten traicionados por tanto secretismo e impunidad. Ya basta.
Cuando un adulto es víctima de abuso sexual, por lo general dichas violaciones son solucionadas en la corte, pero cuando es un niño el agraviado, estamos en presencia de un crimen abominable que quizás nunca verá la justicia por varias razones. Me explico.
Los adultos han construido herramientas durante su formación moral para diferenciar el bien del mal, pero el niño no. A temprana edad estamos con todos los sentidos abiertos para entender precisamente esa diferencia. Por eso, cuando le relatamos un cuento a un niño, lo primero que quiere saber de un personaje es: “Ya va, este es el malo/mala o el bueno/buena?” y es difícil hacerlos concentrar de nuevo en la historia hasta no tener claro donde, en el ámbito de su joven moralidad, está ubicado el personaje.
Por esa misma razón, cuando presencian o sufren un acto de abuso sexual, algo que no entienden pues no hay nadie que les diga quién es el bueno o el malo, prefieren callar y muchos, más bien demasiados, han guardado silencio por décadas llevando en su alma el terrible peso de esa duda. Y cuando ese daño viene de una figura admirada por su familia y la sociedad, la confusión es difícil de superar y algunos terminan en el suicidio o en las drogas. Por eso hay que alzar la voz por los niños y niñas que han sido víctimas de abuso, acoso y violencia sexual por parte de miembros de la Iglesia Católica en el mundo entero. Ya basta.
Este editorial lo motiva el hecho de que el cardenal australiano George Pell, de 77 años, ex tesorero del Vaticano y asesor del papa Francisco, uno de los hombres más poderosos de la Iglesia católica fue declarado culpable de múltiples delitos sexuales contra menores en un juicio secreto realizado en Melbourne, Australia en noviembre y diciembre del 2018. El juicio duró 5 semanas, terminó el pasado diciembre de 2018, y su existencia y detalles solo fueron revelados la semana pasada.
La fiscalía logró un testimonio contundente: un hombre (cuyo nombre lo protege la ley australiana en estos casos) aseguró que Pell un domingo después de misa, abusó sexualmente de él y de otro niño. Lo hizo en la catedral de San Patricio en Melbourne. La segunda víctima no pudo estar en el juicio, pues murió luego de una sobredosis de drogas sin haber revelado nunca el abuso. El testigo afirmó que el Cardenal y entonces Arzobispo Pell lo forzó a practicarle sexo oral y realizó un acto indecente a su amigo. Un mes después, la víctima dijo que Pell lo empujó contra una pared y palpó sus genitales. Ya basta.
“Como muchos sobrevivientes, me ha llevado años entender el impacto en mi vida. En algún momento nos damos cuenta de que confiamos en alguien a quien deberíamos haber temido y tememos esas relaciones genuinas en las que debemos confiar”, dijo en una declaración pública de su abogado.
El Vaticano aún no ha hecho comentarios sobre el veredicto. El papa Francisco retiró a Pell de su pequeño consejo de asesores por “motivos de edad avanzada” en diciembre 2018, que casualidad decimos nosotros, ¿antes de que se hiciera pública la noticia de la condena del cardenal?
El Gobierno australiano creó en 2012 una comisión real para el abuso sexual infantil institucional y en el 2017 un informe de dicha comisión encontró que el 7% de los sacerdotes católicos australianos habían abusado de niños en las últimas seis décadas. Porcentaje similar al revelado en el escandalo de Filadelfia, y en el de Boston hecho famoso por la película Spot Light. Recordemos la denuncia de varios abusos sexuales en contra del padre Urbano Vázquez en Columbia Heights. Ya basta.
El secretismo de la Iglesia se ha revertido como un bumerang hasta al propio Papa Francisco. Y es aquí donde se cumple el dicho “pagan muchos justos por pecadores”. Pell fue llevado a la justicia australiana. Nos preguntamos, ¿cuántos obispos serán presentados ante las cortes criminales en Estados Unidos?
Con este editorial aprovechamos en anunciar nuestro nuevo mecanismo confidencial para que nuestro medio reciba denuncias anónimas sobre ese delicado tema yabasta@eltiempolatino.com.