La palabra feminismo se define en el diccionario de la Real Academia Española como “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, o “movimiento que lucha por la realización efectiva de estos principios”. Siguiendo esta definición, el feminismo tiene un significado positivo y progresista. Sin embargo, el término ha adquirido una connotación negativa en nuestra sociedad.
Para muchos, el feminismo busca el poder femenino y la destrucción final del poder masculino. Pero hay que hacer notar que las personas que piensan de esa manera no son feministas; son sexistas.
Aunque la población mundial se compone de 52 por ciento de mujeres, la mayoría de los cargos de poder y prestigio están ocupados por hombres. Nadie puede negar que ambos sexos son biológicamente distintos. Los hombres en general son físicamente más fuertes que las mujeres (no siempre, pero con frecuencia). Pero ser más fuerte no significa ser más inteligente o capaz.
La reconocida escritora nigeriana Chimamanda Ngozi lo explica en una de sus charlas TED sobre feminismo: “Hace mil años los seres humanos vivían entonces en un mundo en el que la fuerza física era el atributo más importante para la supervivencia. Quien era físicamente más fuerte tenía más probabilidades de liderar. Pero hoy en día es diferente. La persona más propensa a liderar no es la que es físicamente más fuerte; sino más creativa, más inteligente o más innovadora, y no hay hormonas para esos atributos”. Hemos evolucionado; pero parece que nuestras ideas de género no han evolucionado.
Es cierto que el feminismo ha ganado terreno, y las mujeres han logrado garantías importantes. Muchas se han unido a la fuerza laboral, algo que era impensable apenas 50 años atrás, existe una importante brecha salarial de género.
La Ley de Igualdad Salarial de 1963 garantiza que los empleados de Estados Unidos reciban la misma cantidad por el mismo trabajo, independientemente de su sexo. Sin embargo, esto no es así en la realidad. Las mujeres todavía ganan 79 centavos por cada dólar ganado por un hombre, de acuerdo con cifras del Comité Económico Conjunto del Congreso de EE.UU. En Boston, la remuneración anual promedio de las mujeres es de 78,954 dólares al año, mientras que la de los hombres asciende a 103,155 dólares, de acuerdo con un estudio comisionado por la Alcaldía de Boston el año pasado. La situación es aún más crítica con las mujeres pertenecientes a minorías étnicas (mujeres afroamericanas, latinas y asiáticas).
Un área importante de vulnerabilidad para las mujeres se basa en el apoyo de las empresas para las cuales trabajan una vez que comienzan una familia. Las mujeres tienden a abandonar la fuerza laboral una vez que tienen hijos, creando más madres desempleadas que padres.
Además, por su condición de madre, la mujer ha sido estereotipada con una visión muy limitada, relacionada con las labores del hogar. Poco a poco el movimiento feminista ha ganado terreno, sin embargo muchos de estos estereotipos aún persisten en nuestra sociedad (tanto en hombres como en mujeres). Por ejemplo, que la belleza y la inteligencia son incompatibles, que las mujeres son demasiado sensibles o son el sexo débil, que son ellas quienes deben atender las labores del hogar, que los hombres son los que tienen que proveer el dinero, que “billetera mata galán”, entre otras creencias. No significa que todos tengamos una mente sexista, pero de alguna manera estos sesgos operan en el nivel inconsciente y es bueno identificarlos.
Algunas ideas para combatir esta brecha salarial son: promover leyes para obtener permiso remunerado a madres y padres para cuidar de sus bebés, alentar a las mujeres a hablar sobre el pago con sus compañeros de trabajo, garantizar el acceso a cuidado de niños asequible, mejorar la cultura en torno a las políticas de empleo flexible, o usar la transparencia sobre el pago como táctica de equidad salarial.
Pero más allá de esto, hace falta un cambio de conciencia y paradigmas.
Chimamanda Ngozi se pregunta, “¿Qué pasa si los niños y niñas fueron criados para no vincular la masculinidad con el dinero? ¿Qué pasaría si la actitud no fuera ‘el niño tiene que pagar’ sino ‘quien tiene más debe pagar?’ Ahora, por supuesto, debido a esa ventaja histórica, en la mayoría de los casos será el hombre quien tendrá más, pero si comenzamos a criar a los hijos de manera diferente, en cincuenta años, en cien años, los niños ya no tendrán la presión de tener que demostrar su masculinidad. Pero, por mucho, lo peor que les hacemos a los hombres, al hacerles sentir que tienen que ser duros, es que los dejamos con egos muy frágiles. Mientras más ‘hombre macho’ se siente obligado a ser, más débil es su ego. Y luego les hacemos un flaco favor a las niñas porque las criamos para atender los frágiles egos de los hombres. Enseñamos a las chicas a encogerse, a hacerse más pequeñas, les decimos a las chicas: ‘Puedes tener ambición, pero no demasiado’”.
Sin duda alguna, algo que podemos hacer es criar a las generaciones venideras para que vean el feminismo como un movimiento necesario para toda la sociedad, no sólo para las mujeres.