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José Andrés: De cómo el debate migratorio afecta la cocina de un restaurant

Washington es el tipo de ciudad donde se puede aprender mucho escuchando las conversaciones durante la cena. En mis restaurantes, tuve la suerte de unirme a la conversación de presidentes y primeras damas, senadores y embajadores.

Pero en este momento, puedes escuchar las conversaciones más importantes si caminas más allá de las mesas y en mis cocinas. Allí -en medio del estruendo de los cuchillos picando, los platos chasqueando y los chefs gritando una secuencia entrecortada de pedidos de comida- escucharás de personas que se parecen mucho a Estados Unidos. El inglés predomina, pero también podrás ver haitiano Creole, francés y español. Los ciudadanos natos y ciudadanos naturalizados como yo trabajamos junto a aquellos con visas temporales. Creo que todas estas voces nos hacen más fuertes, más creativos y valientes, menos complacientes y temerosos.

Manuel es una de esas personas en la cocina que prepara comida para los poderosos. (Estoy usando solo su primer nombre aquí, para protegerlo de las amenazas a las que se enfrentan muchos inmigrantes). Nació en El Salvador, en un pequeño pueblo llamado Santa Rosa de Lima. Llegó a los Estados Unidos en 1997 y, después de un terremoto masivo en su país natal, recibió el estatus de protección temporal (TPS) en 2001. Cuando los funcionarios de inmigración le preguntaron cómo entró en los Estados Unidos, no mintió sobre su caminata a través de la frontera. «Matamoros», dijo.

También fue en 2001 que Manuel comenzó como cocinero en mi restaurante español, Jaleo. He llegado a conocerlo como alguien que trabaja duro, paga sus impuestos y está criando a sus hijos -un hijo con estatus de Acción Diferida para las Personas Llegadas durante la Niñez (DACA) y dos hijos nacidos en Estados Unidos- para respetar el país que tanto le dio. Pero ahora, el futuro de su familia está en duda. «Solo quiero trabajar para poder enviar a mis dos hijos nacidos en Estados Unidos a la universidad, quiero que tengan una vida mejor que la mía», me dijo.

La decisión de la administración Trump de revocar el estatus de protección para salvadoreños (que afecta a 200.000 inmigrantes que viven en los Estados Unidos, incluyendo 32.000 en el área de Washington), haitianos (59.000 inmigrantes) y posiblemente hondureños (86.000 inmigrantes) ha sumido a familias en todo el país en el caos. Este cambio de política también tiene el potencial de devastar mi industria y dañar la economía en general.

El Congreso creó el Estatus de Protección Temporal (TPS en inglés) en 1990 para proporcionar un estatus legal a los extranjeros que no podían regresar a sus hogares de manera segura debido a guerra, desastres naturales u otras condiciones extremas. Las administraciones republicanas y demócratas por igual han extendido esas protecciones, de seis a 18 meses a la vez, reconociendo que las condiciones siguen siendo peligrosas. El Salvador, por ejemplo, se encuentra en tal estado de agitación que el Departamento de Estado aconseja a los ciudadanos de los Estados Unidos que reconsideren viajar allí. Una afluencia de decenas de miles de ciudadanos que regresan solo empeoraría las cosas.

Mientras tanto, personas como Manuel han construido vidas en los Estados Unidos, comprando casas (casi un tercio tienen hipotecas) y se están volviendo activos en sus comunidades. Al igual que Manuel, muchos beneficiarios del TPS están casados y tienen hijos que son ciudadanos de Estados Unidos: inmigrantes de El Salvador, Haití y Honduras están criando a unos 273.200 niños nacidos en Estados Unidos, según el Center for American Progress.

Comprensiblemente, pocos padres querrían desarraigar a sus cónyuges e hijos para viajar a un país con pocas oportunidades y violencia generalizada. Entonces, en cambio, estas personas enfrentan una opción agonizante: irse sin sus familias, o quedarse en los Estados Unidos sin los medios legales para trabajar y con el temor constante a la deportación. Sin duda, muchos desaparecerán de sus trabajos, obtendrán documentos falsos y se convertirán en fantasmas en un país donde solían pertenecer.

Como estadounidenses, también tenemos mucho que perder si cientos de miles de trabajadores migrantes son expulsados. El Center for American Progress calcula que eliminar a los trabajadores del TPS de la economía generaría un agujero de $164 mil millones en el Producto Interno Bruto (bienes y servicios que produce un país) durante la próxima década.

Debido a que los restaurantes se encuentran entre los principales empleadores de estos inmigrantes (junto con las empresas de construcción, los negocios de jardinería y los servicios de cuidado de niños), la industria de los restaurantes se verá particularmente afectada. Los inmigrantes, incluidos los salvadoreños y otros centroamericanos, constituyen más de la mitad del personal de mis restaurantes, y simplemente no podríamos manejar nuestros negocios sin ellos. Con un empleo nacional del 4 por ciento, no hay suficientes trabajadores nacidos en Estados Unidos para ocupar su lugar o cubrir las necesidades de empleo de una economía en crecimiento.

Permítanme ser franco: la administración está poniendo a familias y comunidades en crisis sin una buena razón. Esto no es lo que hacen las personas de fe. No es lo que hacen las personas pragmáticas. No es la base sobre la cual se construyó EE.UU.

Llegué a los Estados Unidos desde España en 1991 con una visa E-2 y grandes ambiciones. Quería presentar a Estados Unidos la comida de mi herencia, al mismo tiempo que la volvía a imaginar. Yo quería ser chef y comenzar mi propio restaurante.

A pesar de las muchas dificultades de ser un nuevo inmigrante, la vida fue relativamente fácil para mí, en gran parte debido a mi piel clara y mis ojos azules. Estados Unidos no es el único lugar donde sucede esto; es una enfermedad humana. Nos cuesta mucho dar la bienvenida a aquellos que son diferentes de nosotros.

Con la ayuda de muchos amigos y mentores, trabajé duro para alcanzar mis ambiciones. Y me aseguré de traer a tantas personas como pudiera junto conmigo. Ese es el sueño americano: vivir tu propio sueño mientras ayudas a otros a alcanzar el suyo.

Como empleador y amigo de salvadoreños, haitianos y gente increíble de muchas otras nacionalidades, espero que el Congreso pueda trabajar con la administración para cambiar el rumbo de la política de inmigración.

Los beneficiarios del TPS, que han contribuido durante tanto tiempo a la economía de los EE.UU. y nuestras comunidades, deberían poder solicitar la residencia permanente y comenzar el camino a la ciudadanía. Y los beneficiarios de DACA, como el hijo de Manuel, deberían poder solicitar el estatus permanente para que realmente puedan pertenecer al país que siempre han considerado como propio.

Creemos también una visa revolvente, que permita que personas de México, El Salvador y otros países trabajen durante unos meses y luego regresen a casa, trayendo de vuelta sus ganancias. Las visas revolventes ayudarían a que la economía de EE.UU. siga creciendo y ayude a hacer crecer las economías de nuestros aliados también.

El presidente Trump conoce muy bien el valor de las visas temporales. Desde la bodega de su familia en Virginia hasta sus proyectos de construcción en Nueva York, han contratado a muchos trabajadores extranjeros para construir sus negocios.

Presidente Trump, si está leyendo esto: en el año 2016, me dijo en una conversación telefónica que quería saber más acerca de mi punto de vista sobre la inmigración. No hemos hablado en un tiempo. Así que permítanme decir esto aquí: El muro no hará que Estados Unidos sea más seguro o mejor. Pero el dinero que nuestros inmigrantes envían a sus países de origen ciertamente lo hace, porque la estabilidad económica contribuye a la estabilidad política y la seguridad internacional. Permitir que los inmigrantes trabajen sin miedo a la deportación o la explotación ayudaría, también, porque mantendría a las empresas estadounidenses y apoyaría a las familias estadounidenses. Eso es lo correcto. Es la forma estadounidense de transformar lo que podría parecer un problema en una oportunidad.

(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)

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