Ponce, PUERTO RICO – Esta semana pude ser testigo de la peor devastación que he presenciado en mi vida. He ido muchas veces a la Isla del Encanto, tengo familia allá. Sin embargo este viaje no fue como ningún otro.
Pasé la mayor parte del tiempo en Ponce, en la parte sur de la isla. Ponce es la segunda ciudad más poblada de Puerto Rico. Allí estuve junto al gobernador Ricardo Roselló, la alcaldesa María Meléndez y una delegación de demócratas de la Florida entregando insumos a quienes más lo necesitaban luego de sobrevivir la destrucción del huracán María. Vimos un colchón de tamaño matrimonial enredado en un poste de cableado telefónico. Las líneas de comunicación están tan afectadas que ni siquiera pudimos utilizar un teléfono satelital para comunicarnos con el mundo exterior.
La isla que conozco ya no existe, ha sido destruida por uno de los huracanes más feroces en la historia de Estados Unidos. Lo que no fue destruido y aún sigue intacto es la identidad estadounidense de Puerto Rico. De hecho, tan sólo a pasos de casas destruidas por la tormenta, aún estaba en pie una bandera estadounidense con sus estrellas y rayas ondeando en el viento.
Los 3.5 millones de personas en Puerto Rico son ciudadanos estadounidenses. Ellos merecen un trato justo e igualitario como cualquier otro ciudadano estadounidense. Desafortunadamente, tenemos un presidente que ha mostrado una perturbadora indiferencia por el bienestar de estos conciudadanos. El presidente Trump esperó más de una semana luego del huracán para levantar las restricciones del Jones Act, a pesar de haberlas levantado para Florida y Texas incluso antes de que el huracán Irma tocara tierra. No hay excusa para el retraso de Trump, que sólo ha causado más sufrimiento al impedir que las naves puedan entregar insumos de manera más rápida. Es más, la agencia FEMA aún no ha autorizado todas las herramientas de asistencia que tienen a su disposición.
Mientras millones esperaban recibir ayuda el fin de semana pasado, Trump decidió iniciar una pelea a través de Twitter con la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulin Cruz, quien en ese momento iba puerta por puerta buscando salvar vidas mientras Trump estaba en su campo de golf y le dedicaba sólo una hora a Puerto Rico. Representantes de su administración llamaron la devastación en la isla como una «historia de buenas noticias».
Incluso cuando el presidente Trump visitó Puerto Rico el martes, dejó en claro que él considera que el esfuerzo de rescate de nuestro gobierno era una inconveniencia en vez de una responsabilidad nacional. «Ustedes descontrolaron nuestro presupuesto» le dijo al pueblo de Puerto Rico, un sentimiento que estuvo curiosamente ausente de sus respuestas a desastres en Texas y Florida.
Responder a un desastre natural es un problema complejo. Sin embargo, el problema aquí no es con las personas en el terreno o con los trabajadores de carrera que dedican sus vidas a situaciones como esta. El problema es con la persona a la cabeza de las decisiones.
Los puertos de Puerto Rico están abiertos. Los aeropuertos están abiertos. Con todo y esto, el general de tres estrellas nombrado por el Pentágono para liderar los esfuerzos de alivio dijo la semana pasada que no está ni cerca de tener la cantidad de tropas o equipos que necesita.
Trump encabeza el poder ejecutivo. ¿Por qué no actúa como tal? ¿Por qué no está canalizando la inmensa cantidad de recursos a su disposición para traer la ayuda que la gente necesita desesperadamente? ¿Y, por qué es que sigue felicitándose a sí mismo por un trabajo que está lejos de terminarse?
La situación en Puerto Rico no es una «historia de buenas noticias». Es una emergencia y necesitamos manos a la obra. Las muertes han incrementado en un doble desde la visita de Trump. La gente necesita agua, comida, insumos básicos. Ellos necesitan que FEMA tenga una presencia en lugares como Ponce, donde más de un millón de personas están desesperadas por ayuda federal. Ellos necesitan la fuerza completa y todos los recursos del gobierno de los Estados Unidos.
Proveer al pueblo de Puerto Rico con la asistencia que necesitan no debería ser un tema partidista. No se puede fijar un precio para la vida, ya sea en Florida, Texas o Puerto Rico. No sólo resulta inhumano tratar a nuestros hermanos puertorriqueños como ciudadanos de segunda clase, es también algo profundamente anti-estadounidense.
No hay nada como ser testigo de primera mano, caminar por esas comunidades devastadas y hablar con las personas que lo han pedido todo, menos lo que llevan puesto y la esperanza de sus corazones. Ellos no se dan por vencidos , ellos saldrán adelante, pero no pueden hacerlo solos. Necesitamos estar allí para nuestros hermanos boricuas.
Es el momento de que el presidente Trump deje de actuar como que esto es una «misión cumplida». Nuestra tarea apenas comienza.
Esta pieza fue publicada inicialmente en inglés en el U.S. News & World Report.