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Primera cena de Trump en D.C. como presidente: un bistec sobrecocinado de 54 dólares, con ketchup

El pasado sábado en la noche, Donald Trump comió por primera vez como presidente en un restaurante de Washington, D.C. Era una oportunidad para el presidente número 45 de probar la comida de la ciudad que ha sido aclamada como referente en cuanto a restaurantes, para mostrar un poco de cariño a la industria y poder construir un puente con la ciudad que ha llamado un “pantano”.

En cambio, tomó el camino predecible, aventurándose menos de una milla de la Casa Blanca al hotel de 263 cuartos que lleva su nombre. Ahí cenó con miembros de su familia y políticos en el BLT Prime de David Burke, donde pidió (bostecen todos juntos) un bistec. Benny Johnson, escritor del Independent Journal Review – y con la fortuna de que le dieron el dato de la parada presidencial para comer- reportó desde una mesa alejada que entre las entradas para compartir estaba el coctel de camarones jumbo.

También: Trump ordenó un bistec de solomo que comió de su forma preferida, bien cocida y con ketchup (salsa de tomate), como si el plato viniera acompañado de un vasito de sorber para niños. (Inserten un momento de silencio por la vaca, el condimento y lo que la mayoría de los chefs llamarían un matrimonio forzado. En realidad siento lo mismo acerca de maquillar el sabor de un bistec curado de 54 dólares que lo que siento por aquellos hombres que utilizan gorras de beisbol bajo techo: no lo hagas.  Y lástima por el líder de la nueva cocina, el chef Brian Drosenos, que tuvo que lidiar con el VIP mayor en su primera semana de trabajo.

¿De verdad, Sr. Presidente? ¿En un mercado en el que los residentes pueden prácticamente apuntar cualquier punto del mapa y conseguir un lugar cerca que sirva su tipo de comida? ¿En una ciudad en la que los mejores restaurantes Griegos, Indios y, por cierto, Americanos del país están a la misma distancia de su puerta que el restaurante de carne en el Hotel Internacional Trump? (No es como si el presidente tuviera que esperar en tráfico).

BLT Prime, ubicado en un balcón con una amplia vista al lobby del hotel, es bastante recomendado. Los bistec del lugar, curados y envejecidos en una bodega cubiertos con sal del Himalaya y brillando por la mantequilla, son buenas opciones para comer; y quien le guste el lenguado Dover Sole, este es uno de los mejores lugares de la ciudad para disfrutar de esta delicadez importada.

La espléndida atención es notable, incluso para no-billonarios. No sorprende que Trump haya sido fotografiado entregando efectivo a un miembro del servicio a su salida.  BLT Prime es el tipo de lugar en el que la atención extra genera atención extra.

Nadie hubiese esperado que Trump fuera a comer a, por decir algo, uno de los restaurantes cosmopolitas como el del célebre chef José Andrés, a quien está demandando por salirse de un contrato para abrir un local en el hotel Trump. La noticia de Trump entrando a Jaleo, Oyamel o al futurista Minibar hubiese sido una sorpresa de proporciones Oscarianas. Pero Trump ya está familiarizado con el BLT Prime ya que había comido ahí antes de convertirse en comandante en jefe. Al hacer la reservación en su propio hotel, demostró que una vez más se inclina a tocar su propia bocina, pregonando su propia marca.

También mostró una falta de curiosidad considerable. Siendo típicamente competitivo, Trump pudo apostar por otro steakhouse así fuera para ver qué tan similar son otros establecimientos en comparación con el de él. (Para futuras referencias: Bourbon Steak en Georgetown tiene un menú de carne superior, y para el encanto de cosechas locales está el restaurante vintage Prime Rib en el centro de la ciudad. Piensa como si fuera el 21 Club de Nueva York, otro restaurante que Trump visitó sin haber avisado a la prensa)

A Bon Appétit le gusta tanto Washington que en 2016 la catalogó como “La Ciudad de Restaurantes del Año”, el mismo año que Michelin consideró que el Distrito merecía su propia guía. Hasta los momentos, Trump parece estar atrapado en su manera de pensar poco menos que fresca. Antes de ser electo para la oficina más importante en la tierra, negó la abundancia de buenos lugares para comer aquí (“No hay tantos lugares en Washington, créanme”, dijo en  una declaración relacionada a otra demanda en contra del restaurateur de Nueva York, Geoffrey Zakarian.

¿Qué otra mejor manera para anotar puntos con los residentes locales que ir a comer en un lugar fuera de su zona de comfort, cualquier cosa sin su nombre?

El sábado en BLT Prime, el Presidente estuvo acompañado al principio de su comida preferida del día por el político británico Nigel Farage, el gobernador de Florida, Rick Scott y su hija Ivanka junto con su esposo Jared Kushner.

Más interesada en la comida que su padre, Ivanka Trump ha mostrado interés en ferias de desayuno y de Italia, ya que como primera hija ha sido vista durante el día en Open City, el Four Seasons y Hay Adams, y por la noche en RPM Italia y Tosca, todos en Washington.

Pero pareciera que no está compartiendo ningún tipo de información acerca de sus cenas con su padre dado por donde ha venido comiendo este último desde el día de la toma de posesión.

La comida generalmente es vista como un puente, una forma de comunión, una manera de conectar con las personas. Trump, nativo de Queens y conocido por comer pizza con tenedor y cuchillo, ve la comida en términos más minúsculos. Al contrario que su predecesor, amante de los pasteles y las palomitas de maíz, y conocedor de restaurantes, el ocupante actual de la Casa Blanca parece ver la comida como algo que despacha sin pensar mucho, tal como publica tweets de «Saturday Night Live”.

En la campaña presidencial, Trump comía rutinariamente Big Macs y Filet-O-Fish con Diet Coke, confirmando la descripción que hizo Donald Trump Jr. de su padre como “del estilo de los que le gustan pizzas y hamburguesas”. No hay nada malo con eso, en moderación, excepto que Ivanka una vez le dijo preocupada a Barbara Walters que quisiera que su padre comiera más sano y menos rápido, “pero es la única velocidad que conoce”.

No hay casi evidencia de buena gastronomía en el mundo de Trump. Una excepción notable fue la cena que como presidente electo compartió en noviembre en Nueva York con Mitt Romney, a quien Trump consideró por un momento como Secretario de Estado. Entre los platos que Trump probó en el restaurante del estimado Jean Georges – ubicado en el Hotel Internacional de Trump por si acaso no habían adivinado – estuvo la sopa de ajo con patas de rana.

En la nueva Casa Blanca, algunos visitantes de alto perfil, incluyendo el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, han sido recibidos con pastel de carne, una receta de la mamá de Trump que le gusta tanto que se encuentra en el menú de la Casa Blanca de verano en Florida.

“Así es como es estar con Trump”, dijo Christie en un programa de radio en Nueva York. “Te dice, ‘ahí está el menú, ustedes pidan lo que ustedes quieran’, y luego dice ‘Chris, tu y yo vamos a comer el pastel de carne’”. Claramente una oferta que no podía rechazar.

Todo lo que el líder internacional hace – los libros que decide leer (o no leer), la ropa que decide usar, la comida que quiere conocer – se puede examinar para encontrar significado. Si la cena inaugural de Trump en D.C. es una indicación, estamos frente a cuatro años de imitación de vainilla.

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