«Nos reunimos en el porche delantero de la democracia, un buen lugar para conversar como vecinos y como amigos», dijo George H.W. desde el West Front del Capitolio momentos después de hacer el juramento presidencial en 1989. «Porque este es un día en el que nuestra nación se hace completa, en el que nuestras diferencias, por un momento, se han suspendido”.
Es el ideal imaginario del Día de la Inauguración, un día para unirnos en el espíritu de unidad nacional. Es algo que el presidente electo Donald Trump vociferó poco después de aceptar una llamada telefónica de Hillary Clinton la noche en la que ganó la presidencia – «Ahora es el momento para que Estados Unidos sane las heridas de las divisiones», dijo. – y probablemente un sentimiento que expresará de nuevo cuando haga el juramento el viernes.
Es costumbre que los jefes ejecutivos entrantes lo hagan mientras hablan con el país por primera vez como líderes. Pero después de una campaña rencorosa que puso nerviosos a los partidarios de ambos lados, que fue cuestionada por temas elementales de carácter, honestidad, temperamento e identidad nacional, y que vio a los rusos interferir en el proceso, la América de Trump está tan dividida como lo ha estado en años y no hay señales de una reconciliación en el horizonte.
La condición no es nueva. Para que nadie se olvide: Trump nos recordó todo eso en un tuit del jueves por la mañana: ”No fue Donald Trump quien dividió este país, este país ha estado dividido por mucho tiempo», declaró hoy el reverendo Franklin Graham.
En el sistema político de hoy hay diferencias ideológicas tan profundas y perdurables que probablemente tomarían un esfuerzo supremo por parte de Trump – y la disposición de sus oponentes – para ver un cambio.
Las divisiones han ido creciendo. Las pasiones se han intensificado. Se ha desvanecido la sensación de buena voluntad hacia los opositores políticos. Ahora bien, es común no sólo estar en desacuerdo sino atribuir lo peor al otro lado.
Esto ha dejado una huella en el presidente Obama. Dejará el cargo con una popularidad más alta que en cualquier otro punto desde los primeros meses de su presidencia, pero goza de la distinción de ser el presidente con las calificaciones de aprobación más divididas que cualquier presidente reciente, según datos del Pew Research Center.
Es una reflexión no sólo sobre el presidente, sino también sobre la profundización del bipartidismo en las últimas dos décadas. Los datos publicados por Pew también muestran el grado en que los ex presidentes George W. Bush y Bill Clinton también eran líderes altamente polarizadores.
La organización Gallup ha preguntado a la gente si creen que el país está unido o dividido. Dos meses después de los ataques del 11 de septiembre, el 74 por ciento dijo que el país estaba unido. Al comienzo del ciclo electoral de 2004, el 45 por ciento describió el país como unido. El otoño pasado, después de las elecciones de 2016, sólo el 21 por ciento pensó eso.
Políticamente, el país no está unido. Sobre la base de los resultados electorales, algunos estados rojos se han vuelto más rojos y algunos estados azules más azules. Pero los patrones de votación no son más que una medida de las divisiones que existen estado por estado.
Pollster V. Lance Tarrance examinó los datos de las encuestas de Gallup y encontró que las actitudes en los estados en los que Trump ganó difieren significativamente de los estados en los que Clinton ganó. Las cuestiones incluyen el aborto, la promoción de «valores tradicionales», el cambio climático, la regulación gubernamental y si los refugiados que van a Europa y América del Norte representan una amenaza para los intereses de los Estados Unidos.
El bipartidismo es quizás el indicador más importante. El verano pasado, se especuló que la candidatura de Trump, que estaba dividiendo al Partido Republicano, podría causar que el congreso fuese demócrata. Al final, esto no sucedió. Como Jacobson señaló en un reciente artículo, «Por primera vez, cada concurso del Senado fue ganado por el partido que ganó los votos electorales del estado».
El partidismo y los resultados electorales dan una idea de las preferencias del país. En la mayor parte de las dos últimas presidencias, la mayoría ha descrito la dirección del país como gravemente fuera de su curso. Pero los nuevos presidentes pueden cambiar cuál bando está de acuerdo con esa aseveración.
En una encuesta del Washington Post y ABC News publicada esta semana, el 63 por ciento describió el estado del país de esa manera, versus el 68 por ciento que lo dijo en julio pasado. Detrás de esos números había un cambio dramático en las percepciones de demócratas y republicanos.
En julio, el 49 por ciento de los demócratas dijo que el país estaba en el camino equivocado y el 45 por ciento dijo que las cosas iban en la dirección correcta. Hoy en día, sólo el 19 por ciento es optimista, mientras que el 74 por ciento es pesimista. Los republicanos han pasado de 8 por ciento de popularidad al 45 por ciento, y de 90 por ciento de rechazo a 50 por ciento.
La pregunta es: ¿Qué tan importante será una nación dividida para Trump una vez que se convierta en presidente? ¿Buscará unificar el país? y si es así, ¿cómo? ¿O va a decidir que hay poco que puede hacerse y gobernará una nación dividida de la manera que buscó y ganó la presidencia – al acentuar esas diferencias? La respuesta definitiva no vendrá pronto, pero surgirán pistas, a medida que el presidente y sus adversarios empiecen a ocuparse de las agendas de él y de los republicanos. Las acciones, no las palabras, contarán la historia.
Traducido por El Tiempo Latino / El Planeta Media