Por Dr. Rafael Luciani | School of Theology and Ministry, Boston College | lucianir@bc.edu | @rafluciani
La Iglesia Latinoamericana está de fiesta. El arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, declaró el pasado lunes 15 de agosto el año jubilar por monseñor Romero. El acto se realizó con una misa solemne en la capital metropolitana. Dicho año jubilar terminará el mismo día del año que viene, en el 2017, en ocasión del centenario de su nacimiento. Durante la misa el arzobispo expresó el deseo de todos los salvadoreños: “esperamos que cuando se cumpla el año jubilar, Monseñor Romero ya esté declarado como Santo”. Con motivo del inicio de este jubileo, quisiéramos ofrecer una breve reflexión sobre la actualidad del mensaje de Oscar Arnulfo Romero, mártir y beato.
El 15 de agosto de 1917 nació Oscar Arnulfo Romero. Esta semana celebramos el 99 aniversario de su natalicio. La mayoría lo conoce por haber sido el Arzobispado de San Salvador asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la eucaristía en la capilla del Hospitalito. Apenas tenía tres de haber tomado posesión como Arzobispo. Durante ese tiempo su honradez humana se vio sumida en un proceso de conversión al entrar en contacto con la realidad que vivían los pobres. ¿Qué actualidad puede tener un obispo como Romero hoy?
Una de sus aportes más extraordinarios son sus homilías, que compartía cada domingo por la mañana en la Catedral. Ellas eran legendarias y se podían escuchar por radio. Una gran mayoría de salvadoreños, incluso de aquellos que no eran afectos a su posición, las escuchaban. En una primera parte explicaba las Escrituras para dar un mensaje de esperanza en medio de tanta violencia. En una segunda parte hacía un discernimiento evangélico con su aplicación a las circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos sociopolíticos más importantes de la semana, especialmente lo que vivía cada comunidad cristiana, y luego de discernirlos en público emitía un juicio desde la fe. En ellas denunciaba públicamente a los victimarios urgiéndolos a cambiar. Pero también dirigía palabras de acompañamiento a las víctimas para fortalecerlas en sus luchas. Todo lo escribía.
Su causa fue la defensa de la vida y su inspiración los evangelios: «este es el pensamiento de mi predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio, más que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz» (Homilía 16-03-1980).
A pesar de las críticas de algunos sectores conservadores de la Iglesia, Romero siempre fue fiel al magisterio. Así se aprecia en sus escritos. Entendió que la salvación pasaba por el reconocimiento de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico y el respeto por la libertad. Así lo había proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». Él hizo suya esta opción teológico-pastoral que fue expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano cuando los obispos reunidos en Medellín (1968) proclamaron la opción de Dios por los pobres. Por ello, pedía «que todo lo que ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad» (Homilía 23-03-1980).
Como pastor antepuso la verdad y la profecía antes que lo políticamente correcto, y superó la tentación clericalde vivir el poder como privilegio antes que como servicio. Encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados, a quienes acogió como los nuevos crucificados de la historia. Desde esa entrega llamó a construir una civilización del amor, sin odio ni violencia, donde todos pudieran convivir superando las ideologías que dividen. Sus palabras resuenan hoy: «no a la venganza, no a la lucha de clases, no a la violencia. Sólo uno que esté ciego no puede ver que en estas circunstancias de violencia y persecución, hemos estado con el que sufre, sea pobre o rico. No estamos, pues, por una clase social» (Homilía 08-05-1977).
El Papa Francisco beatificó a Monseñor Romero el 23 de mayo del 2015 y el proceso de canonización se espera, posiblemente, para el próximo año 2017, cuando se celebren los 100 años de su natalicio. Poco antes de que lo asesinaran había dicho: “He estado amenazado de muerte frecuentemente. He de decirles que como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo con gran humildad. Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los salvadoreños, incluso por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención de El Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer… Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan”. (Marzo de 1980).
Durante la tarde del 24 de marzo de 1980, mientras presidía la celebración eucarística en la capilla del Hospital La Divina Providencia, el arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero, fue asesinado por un francotirador. Su martirio representa la lucha por la justicia y la dignidad. Las Naciones Unidas (ONU) proclamó el día de su muerte como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas.