Soy venezolano. Aposté por el gobierno de Chávez, al principio con temores ante lo desconocido. Siendo un joven de izquierda, era muy difícil confiar en un “milico”, sin embargo muchos desde la izquierda apostamos, y en el camino muchos se fueron quedando, otros se fueron transformando, otros se corrompieron, y otros seguimos luchando, desde dentro o desde fuera, como es mi caso, para que todo lo que construimos no se pierda y todo lo que lo que no se hizo bien se corrija, junto a la gente, con las mayorías, de manera democrática y protagónica, distantes de los intereses cupulares de la polarización en Venezuela.
El gobierno de Maduro ha fracasado en el intento de demostrar la viabilidad de la preservación del poder sin proyecto y sin ideología. Al distanciarse de la vocación popular, haciendo que un salario mínimo en Venezuela pase de 500 dólares a 11, es evidente que no existe ninguna idea orientadora en la construcción de un modelo propio, que supere el rentismo petrolero, y que haga de Venezuela una referencia, tal como lo fue con Chávez pero de manera efímera, porque nunca se generó la verdadera transformación del modelo dependiente.
El debate hoy en Venezuela es cómo salir de la crisis, y eso pasa incluso por el escenario de que Maduro renuncie o por revocarlo democráticamente, otros piensan que una enmienda o un golpe podrían servir, pero lo que todos pensamos en Venezuela es cómo salir de esta pesadilla producto de no tomar medidas que desde hace tres años, incluso con el precio del barril de petróleo a 100 dólares se debieron tomar.
El reto hoy es qué hacer y cómo hacerlo. No pretendo caer en el chantaje del consenso, pero si creo que debemos ponernos de acuerdo en algunos puntos básicos de convivencia y de articulación de las diferencias para aplicar políticas para salir de la crisis, y estoy convencido que parte de esos acuerdos deben girar en torno a que no exista ninguna impunidad en cuanto a quienes han desfalcado al país en los últimos 40 años, con énfasis en estos últimos 17, donde se han fugado del país más de 259 mil millones de dólares, sin que existan más culpables que aquellos que hoy “bachaquean” (re-venden) productos en los “Abastos” de distribución de alimentos del Estado llamados “Bicentenarios” que hacen sus triquiñuelas en bolívares absolutamente devaluados.
En otro plano, la necesidad de superar el totalitarismo como política impositiva en el control de los poderes, no sólo por parte del gobierno, sino de la misma oposición, es imprescindible. Esto genera una lucha de poderes que el pueblo aborrece, ya que lo que pide son soluciones concretas y no más conflictos.
Por todo lo anterior, es imposible que en Venezuela la gente no termine resolviendo esto en la calle. No será ni el gobierno ni la oposición la que lo resuelva cuando su único objetivo es seguir peleando por el control de una renta petrolera mermada. Será el pueblo que vive de su salario el que deberá tomar parte activa en la resolución de sus problemas y los políticos deberán ver si se pliegan o abren paso a un nuevo liderazgo.