Mi abuela materna vivió muchos años; sin embargo, en sus últimos días la enfermedad del Alzheimer acabo con su memoria. Cuando la visitaba me di cuenta que lo único que ella recordaba eran canciones. Aquellas que me cantaba a mí de niña y otras también. Cuando yo comenzaba a cantar ella me seguía e inmediatamente sabía quien era yo y quien era ella. De una forma recuperaba a mí abuela; momentáneamente, pero la recuperaba. Fue tanta mi impresión que uno de los poemas de mi libro Fluir en ausencia, trata sobre esto y nació de forma orgánica. El poema se titula “Su voz me alcanza” y unos versos dicen: “ …y entonces su voz me alcanza. / Por fin el abanico de sus pestañas brilla / ahora recuerda quien soy / quienes fuimos”. Siempre me pareció fascinante el poder de la música en su cerebro, y así mismo en el mío. De una forma u otra me he dado cuenta que hay una infinidad de letras de canciones y melodías que recuerdo aunque hayan pasado décadas, y no así las lecciones que tuve que memorizar en el colegio. Pero no sólo eso, la música más allá de quedarse grabada en nuestros cerebros casi perpetuamente es capaz de revivir sensaciones y momentos de hace mucho tiempo atrás, y así mismo es capaz de afectar nuestro estado de ánimo de una forma inverosímil. Desde las instituciones más serias y antiguas, como las militares y religiosas, hasta las cosas más simples, como un comercial o un timbre telefónico, acuden a la música y la hacen parte de sus rituales y esencia.
La música es realmente mágica y en general la mayoría de seres humanos, aunque no seamos excelentes músicos, tenemos apreciación por la música y recurrimos a ella. Aunque parezca difícil de creer hay personas con el sentido del oído intacto que son incapaces de apreciar la música, y esta es una extraña condición que existe y de la que me enteré leyendo hace varios años un maravilloso libro escrito por el neurólogo y escritor Oliver Sacks, quien falleció recientemente pero que dejó un increíble legado. Entre sus obras está el libro Musicofilia: Relatos de la música y el cerebro (2009, en español). Con título original en inglés: Musicophilia: Tales of Music and the Brain (2007). El trabajo de Sacks en esa obra me pareció maravilloso y más que nada me cautivó pues lo vi reflejado en la realidad que viví con mi abuela. Fue una suerte descubrir este libro, como así mismo recuperar momentáneamente a mi abuela a través del canto.
En lo personal, me considero muy ecléctica en mis gustos musicales. Trato de explorar el valor de los diferentes géneros y artistas actuales y pasados, y así mismo de los límites de mis selecciones y conocimientos musicales. En el proceso he descubierto muchas cosas buenas y también muchos grupos que un principio juzgué erróneamente, pero que han sido buenos músicos y además excelentes críticos sociales. Creo que es importante exponernos a diferentes estilos, expandir nuestro repertorio, y cultivar nuestra apreciación más allá del carácter musical sino también en el ámbito socio-cultural porque la música es un tipo de arte que refleja la realidad de un tiempo y espacio, y de un grupo de personas. Hay cientos de investigaciones que indican el efecto de la música en el ánimo de la gente, en la memoria de la misma, en el cerebro en general; como así mismo hay estudios sobre el poder catalizador y de unión de la música a lo largo de la historia en distintas sociedades y mundialmente.
Unos meses atrás en un concierto de Fito Páez en la famosa escuela de música de aquí de Boston, Berklee College of Music, el músico argentino dijo algo así como: “Todos quieren ser músicos, en especial los poetas” y de una forma u otra eso es cierto. He bloqueado sus palabras exactas, pues yo soy poeta, pero sí, sí quisiera tener una aptitud musical innata y perfecta. Aunque no la tengo, tengo un gusto inmenso por el ritmo, la armonía, y la belleza que nos brinda una de las formas de arte más fuertes que existe: la música. El poder de la música es más grande de lo que pensamos; la música es una especie de pegamento que atrae y junta a las personas, que juntan el tiempo y el espacio en sonidos y vibraciones, porque la música no solamente se escucha sino que también se siente con el cuerpo. También es memoria y en la mayoría de los casos un bálsamo. Como diría la canción de Violeta Parra: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto.” ¡Y gracias a la música también!