Fueron casi 60.000 personas. Para ser exactos, 59.659 boletos vendidos. No quedó un asiento libre en el parque del West Ham United, el equipo de fútbol que cedió su estadio olímpico para que este sábado Londres se convirtiera en la primera ciudad europea que recibe un juego oficial de las Grandes Ligas.
Japón y México han organizado encuentros de la MLB varias veces, incluso este mismo año. Pero lo que han protagonizado los Medias Rojas y los Yanquis tiene el valor de lo inédito y la curiosidad de ocurrir en un territorio donde el fútbol, el baloncesto, el atletismo, el rugby o el cricket llenan los campos, no el beisbol.
O al menos no, hasta este fin de semana.
Con la visita del Príncipe Harry y su esposa estadounidense Meghan, la Duquesa de Sussex, con el triunfo de Freddie Mercury en la carrera de las mascotas y la presencia de incontables londinenses que llegaban al improvisado diamante para conocer de qué iba la cosa, Boston cayó ante Nueva York con pizarra de 17 carreras por 13, en el encuentro con más anotaciones en lo que va de 2019 y el más largo que se haya disputado en nueve innings en mucho tiempo, pues duró 4 horas y 42 minutos, 180 segundos minutos menos que el récord en las Mayores.
Enormes banderas de Estados Unidos y de Gran Bretaña fueron desplegadas en el terreno de juego, y junto al God Bless America se escuchó también el God Save The Queen. El despliegue de fuegos artificiales con que cerró el espectáculo tuvo su anticipo en la hemorragia ofensiva que signó el choque, a la que no sobrevivieron ni Rick Porcello ni Masahiro Tanaka, los abridores de tan buen desempeño reciente, que anticipaban un posible duelo de pitcheo en Inglaterra.
No, no lo fue. Y no lo fue desde el comienzo. Porcello apenas sacó un out. En más de 300 aperturas en la gran carpa, jamás había explotado tan rápido. Y Tanaka tampoco duró.
Aaron Hicks bateó el primer jonrón de la historia en suelo europeo. También la sacaron Brett Gardner y Aaron Judge, para que los Yanquis ampliaran a 30 su cadena récord de juegos con vuelacercas. Jackie Bradley Jr. y Michael Chavis también la desaparecieron, y en el caso del novato, fue dos veces y en cada ocasión con dos compañeros a bordo.
Quizás fuera un cotejo pésimo, visto desde la más pura tradición. Pero nadie podrá negar que fue realmente emocionante. En la insólita fiesta de batazos, Nueva York se puso 6 por 0 en la parte alta del primer inning y Boston empató al cerrar el episodio, y después de retomar la ventaja los de Aaron Boone, poniéndose arriba 17 por 6, los patirrojos estuvieron a un batazo de volver a empatar, gracias a siete carreras más y a que llenaron las almohadillas en la baja del octavo, frente al bullpen de sus rivales.
Ambos equipos jugaron con uniformes blancos, como si los dos fueran locales. Lo eran, en realidad, los dirigidos por Alex Cora, como si estuvieran en el Fenway Park. Pero era necesario vestir de gala para la ocasión. No siempre hay miembros de la realeza en las tribunas ni decenas de miles de aficionados se asoman por primera vez a un deporte cada vez más internacional, pero que en el lado derecho del océano Atlántico todavía está muy rezagado ante el rey balompié.
Bueno, aunque un poco menos rezagado esta vez.