Sen. Marco Rubio, R-Fla., during an event with President Donald Trump (not pictured) and the Venezuelan American community in Miami. Bloomberg photo by Alicia Vera.
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Publicado originalmente por RealClearPolitics (para leer el artículo en inglés haga click aquí)

En esta economía, hasta a un Senador de los Estados Unidos le es útil un segundo empleo.  Por tanto, Marco Rubio da clases cada viernes en la Florida International University.

El curso, un seminario de alto nivel para alumnos de licenciatura, es en línea; lo cual le permite a Rubio saltar fácilmente del Congreso al salón de clases.  Rubio da lecciones de política, lo cual es bastante apropiado, y muchos de sus alumnos le califican favorablemente.  Sin embargo, a diferencia de los mas de trece millones de americanos que requieren múltiples trabajos para cubrir sus gastos de vida, Rubio no lo hace por dinero.

Le gusta enseñar porque le gusta aprender, y le gusta aprender, en sus propias palabras, “porque no estoy muerto”.

“Si estás vivo, eso quiere decir que cada día ves cosas nuevas y aprendes cosas nuevas,” dijo Rubio a RealClearPolitics (RCP) durante una entrevista reciente.  “El único momento en el cual la gente debería dejar de crecer y evolucionar es el día en que ya no estén con vida.”

El no-muerto, realmente-vivo Senador, otrora reconocido por su juventud y dinamismo, llegará a los cincuenta este año, y dice que ha aprendido mucho, particularmente en la última media década.  “Uno no pude viajar por todo el país, conocer tantas personas como yo conocí, ver tantas comunidades como vi, y no verse influenciado por ello”, dice, en referencia a su esfuerzo por obtener la nominación presidencial Republicana en el ciclo 2015/16.  “Tampoco puedes observar lo que pasó en cuanto a la nominación y elección de Trump sin preguntarte, ‘¿veamos, que hay detrás de esto’?”

Y en esta economía, en la cual la mayoría de los americanos creen que la próxima generación vivirá peor que sus padres, y en este momento, cuando los Republicanos están debatiendo su identidad post-Trump, Rubio tiene una respuesta. Se llama el conservadurismo del “bien común”, una agenda para convertir el GOP (siglas que identifican el partido Republicano) en “el partido de la sabiduría del sentido común y los valores de la clase trabajadora”.  Si opta nuevamente por lanzarse a la presidencia, el país decidirá como evaluar al Rubio renovado, el hombre de ideas populistas de la derecha.

Un puñado de sus alumnos ya han opinado sobre el tema.  La mayoría están encantados tanto con él como con sus lecciones.  “Súper interesante”, se lee en una evaluación anónima en el sitio web RateMyProfessor) (Evalúa mi profesor), donde Rubio ha obtenido una destacada calificación de 4.4 sobre 5 estrellas.  Otros no son tan entusiastas. “Tan aburrido”, se quejó un alumno”.  “No pude mantenerme despierto”.

La idea de Rubio tiene ciertamente una cualidad académica, pero también es profundamente personal, en cuanto a que presenta un reto al fundamentalismo de libre mercado largamente incrustado en el ADN del conservadurismo moderno.  De hecho, se creó una controversia luego de que el dos-veces senador clamara por un capitalismo mas equitativo en un discurso en la Catholic University en noviembre del 2019.  Un escritor del National Review comparó la respuesta a la que se vio en la Convención Nacional Republicana en 1988, en la cual George H. W. Bush hizo un llamado para una “nación mas amable y gentil.”  Nancy Reagan, en fría respuesta se dice que susurró, “¿Más amable y gentil que quién”?

Rubio sabe lo que se siente.  Se enfrenta a un estatus quo enquistado y escéptico de la acción gubernamental.  El mercado libre está perfectamente bien, gracias, dicen sus críticos libertarios y conservadores (cuando lo tratan educadamente).  Él cree lo opuesto.  Él piensa que la “masacre americana” que Donald Trump describió es real:  las corporaciones están desarmando y trasladando fábricas al exterior a un nivel alarmante, los competidores globales como China están más que encantados de atiborrarse los restos; y el gobierno federal hace poco para aderezar las heridas de la fuerza de trabajo desplazada; para no hablar de fomentar en ella las habilidades necesarias para salir adelante.

En esta economía, dice Rubio, no hay manera de que su madre, la asistente doméstica, y su padre, el tendedor de barra, los padres a quienes referenció una y otra vez en el camino de campaña, pudieran tener éxito.  Sin embargo, él no es un apóstata total: “en términos generales”, explica, “el mercado libre debería decidir los flujos de inversión y los niveles de decisión”. Pero si esta cuestionando ortodoxia del GOP.  “Cada cierto tiempo, el mercado va a deparar en un resultado que es malo para los americanos o malo para América”, dice.  “Llegados a ese punto, mi lealtad como elaborador de política no es para con el mercado; mi lealtad es para la población americana”.

El retar el bien absoluto de un mercado que busca su propio interés ha sido suficiente para convertir la mano invisible en un puño apretado.  Para el columnista conservador George Will, Rubio es un “conservador anticapitalista”, hereje, quien no se da cuenta que su agenda requiere un “imprudente salto de fe”.  Para Nikki Haley, Rubio es peor.  En lo que se consideró una daga escondida, la antigua gobernadora de Carolina del Sur y embajadora ante la O.N.U. – y presunta contrincante presidencial del 2024 – desestimó su propuesto capitalismo del bien común como un “capitalismo con guion” [híbrido].  Eso, dice Haley, “no es capitalismo de ningún tipo. El nombre más apropiado es socialismo ligero.”

El hijo de inmigrantes cubanos se eriza cuando le preguntan por el calificativo de Haley.  El acepta debatir pero no con esa puñalada.  Lo llama un “argumento perezoso”, y añade, “yo no soy alguien a quien le deben dar lecciones sobre socialismo”.

“Yo vivo en una comunidad donde estoy rodeado constantemente por gente a quienes el socialismo les destruyó su vida,” continua, haciendo referencia a los cubanoamericanos de la Florida, quienes escaparon del comunismo y ahora forman su bloque de votantes más leal.  “Esto no es socialismo”, dice sobre su visión política, “no es ni remotamente cercano a ello”.

Lo que lo diferencia de otros en la derecha es que, mientras que venera las bendiciones que fluyen de los mercados libres, no está dispuesto a confiar plenamente el destino de la nación o de sus trabajadores a un credo económico que en su forma más pura consiste en ofrecer limosnas a Wall Street y esperar lo mejor.

“Yo creo en la propiedad privada impulsada por incentivos para que en el mercado se tomen decisiones de inversión”, insiste.  “La falacia, sin embargo, es que no creamos incentivos.  Si lo hacemos.”  Si se crean incentivos erróneos a través de impuestos o regulaciones, argumenta, el mercado proveerá resultados equivocados.  Esto lleva a menudo a discordancias entre el interés nacional y el interés corporativo.

“Por tanto, mi argumento es que debemos tener una economía capitalista”, explica Rubio, “pero tiene que ser una economía capitalista guiada por el principio de que el mercado existe para servir a la población, no la población para servir al mercado.”  ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre el capitalismo del bien común de Rubio y, digamos, el llamado “capitalismo responsable” de la senadora Elizabeth Warren?  Es una pregunta que varios críticos conservadores han hecho.

“La diferencia está en que el enfoque que Bernie [Sanders] y Warren y otros toman es más punitivo, responde.  “Es más tipo, ‘pensamos que estas compañías ganan demasiado dinero’ o ‘vamos a utilizar al gobierno para asegurar ciertos resultados’”.  Por contraste, su enfoque es que “necesitamos utilizar el poder de los incentivos para guiar al mercado hacia resultados que sean buenos para América”.

Esa apertura a la acción gubernamental es importante, dice Oren Cass.  Integrante del grupo de expertos de Rubio, Cass dice a RCP que los pensadores Republicanos piensan reflexivamente que los recortes de impuestos y el libre comercio, incrementos de inmigración y restricciones de gobierno son cosas buenas.  Pueden serlo, dice Cass, “pero durante los últimos cuarenta años se han endurecido en un dogma totalmente desconectado de los retos que América realmente enfrenta”.

El proyecto Rubio, según Cass lo describe, es “un argumento para retornar al conservadurismo real,” uno en el cual los mercados “son un medio para lograr una sociedad firme, estable y próspera”, y no un fin en si mismos.  Rubio reconoce esas diferencias, dice.  Es más, el conservadurismo del bien común requiere que los forjadores de políticas lleguen consensuadamente a una meta compartida para la sociedad americana y que busquen esos fines por vía política, dice Cass, “algo opuesto a la perspectiva libertaria de que los resultados de individuos libres y atomizados que toman decisiones irrestrictas es, de por sí, el resultado correcto”.

Encontrar ese bien común por tanto, ha sido el trabajo de Rubio durante la era Trump, o, como ha dicho el encuestador Republicano Whit Ayres – quien una vez designó al senador como el “Michael Jordan de la política”, – Rubio ha pasado los últimos cuatro años “practicando su tiro en suspensión”.

Los fundamentos de ese tiro, el aplicar este conservadurismo del bien común a políticas accionables se ha centrado alrededor de mejorar la vida para las familias de clase trabajadora, y, a su vez, reforzar una economía americana amenazada por una China ascendente.  En estos dos frentes, Rubio ha sido prodigioso.  A través de una posición bajo la cual planteo no votar por ciertos créditos impositivos propuestos por Republicanos si no lograba apoyo para su propuesta, Rubio fue el exitoso líder del esfuerzo por duplicar el crédito impositivo por hijo de $1,000 a $2,000, para que disminuyera el costo efectivo de criar hijos.  En este esfuerzo, Rubio llegó hasta proponer que el costo de esta medida se pagara a través de una disminución de los recortes impositivos propuestos para las corporaciones.

Entretanto, se resistió a la teoría económica de oferta que apoyaba esos recortes corporativos.  Rubio argumentó que en vez de ayudar a la expansión de los negocios, las reducciones de impuestos corporativos suelen llevar a recompras de acciones.  Por tanto, el legislador de la Florida introdujo una propuesta que permite a las compañías utilizar las reducciones de impuestos para inversiones de capital (p.ej. construir una nueva fábrica o comprar nuevos equipos) pero elimina las ventajas impositivas para aquellas que las utilicen en recomprar sus propias acciones.

Ha declarado su apoyo a los sindicatos del sector privado, algo raramente visto en la derecha. Ha urgido a sus colegas a considerar un replanteamiento de su oposición al sindicalismo organizado, quizás respaldando cooperativas similares a las de Europa, ya que la disminución del nivel sindical ha coincidido con un crecimiento anémico en los estándares de vida.

Rubio también ha hecho un llamado a una política industrial que establezca asociaciones entre empresas privadas y estatales en casos de seguridad nacional, otra política que es anatema a conservadores libertarios.  En vez de dejar que el mercado global determine cual compañía apoyar – no sea que esa empresa se traslade a otro país en busca de menores costos laborales y mayor rentabilidad – el senador promovería que el gobierno federal apuntale la manufactura doméstica en sectores críticos.  Piénsese en el acero, componentes de semiconductores y, de particular preocupación durante la pandemia, empresas farmacéuticas.

“Cuando se ve a una nación-estado interviniendo y subsidiando una industria para socavar a la competencia, su meta es sacarte del negocio para dominar la industria”, dice Rubio al explicar la necesidad de una política industrial de gobierno.

“Estamos jugando bajo un conjunto de reglas mientras ellos juegan con otro conjunto.  Quizás eso no importa si estas produciendo camisetas”, añadió.  “Pero si importa cuando hablas de minerales que se utilizan en componentes electrónicos y ciertos procesos industriales (rare-earth minerals), o de cualquier otra capacidad crítica de las que van a definir la economía del Siglo XXI”.

En un discurso en diciembre del 2019 en la Universidad Nacional de la Defensa (National Defense University) dijo que el hecho de que China controla el ochenta porciento de la producción de estos minerales especializados era “el mejor ejemplo” de un escenario en el cual “una industria es crítica para el interés nacional y sin embargo el mercado determina que es más eficiente que China la controle”.  Pero, ¿es eso una falla del mercado o una falla del gobierno

Un depósito mineral hallado en Round Top, Tejas, promete un siglo de suministros.  Pero los líderes de la industria se quejan de que las regulaciones medioambientales hacen demasiado costoso llevar esos preciosos recursos al mercado.  ¿No sería por tanto la respuesta conservadora el reducir regulaciones en vez de involucrar al estado directamente?

“Si, lo hacemos mas costoso de lo que potencialmente debería ser – ciertamente no queremos hacer nada que sea dañino para el medio ambiente o a la seguridad pública”, dice Rubio de su “mejor ejemplo” de una falla de mercado.  Pero insiste nuevamente en que se necesita una política industrial porque los EE. UU. están “cometiendo un error cuando pensamos que podemos enfocarlo como un producto de libre mercado mientras [los chinos] lo van a tratar como una inversión estratégica de nación-estado”.

Tiene bastantes otras ideas.  Algunas de ellas son flojas, y la mayoría requiere un gobierno federal más musculoso.  Se requiere una forma nueva de pensar, insiste Rubio, porque el Partido Republicano se está realineando.  “Tuvimos un bloque de votantes que se apoyó en americanos de la clase trabajadora”, dice, “y luego algo así como nuestra clase financiera y gobernante que tenían una visión muy diferente del mundo”.  Esa coalición adoquinada funcionó durante un tiempo, y “ganamos algunas elecciones”.  Bajo la superficie, sin embargo, Rubio admite que “había una tensión que finalmente era insostenible”.

Los Republicanos pueden ignorar los retumbos.  Pueden simplemente disfrutar de la unidad derivada de ser el partido de oposición.  Pero esto sería un error, dice Newt Gingrich.  “La fórmula por la cual yo he abogado es decir ‘no’ el veinte por ciento del tiempo”, dijo a RCP el antiguo orador de los representantes, “y entonces el otro ochenta por ciento del tiempo debes ser positivo y ofrecer mejores ideas”.

Y se necesita algo nuevo, dado que los Republicanos han perdido el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones presidenciales.  “Eso debería ser una señal bastante clara de que debemos encontrar un mensaje alternativo para apelar a más que a una minoría del país,” dice Ayres.  “En un gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, bromeo, “ayuda el tener una mayoría del pueblo respaldando la meta en la cual estas enfocado”.

¿Que está previniendo a los Republicanos de convertirse en el partido de las ideas?  Hablan bastante sobre ellas, y cada dos años parece que una cara nueva encuentra una manera de recalentar viejos puntos de conversación.  El problema recurrente, según Gingrich, es “el ala puramente nihilista del partido.”

“Hay dos facciones del partido”, según él las ve.  “Una es la derecha rígida que ha decidido que cualquier cambio después de finales del siglo dieciocho probablemente es malo.  La otra está definida por el compromiso de levantarse todas las mañanas gritando ‘no’ contra cualquier cosa que los Demócratas estén haciendo”.  Ninguna lleva a mucho, argumenta Gingrich.  “Lo que el país quiere es un conservadurismo que resuelve problemas y se orienta a soluciones, y que reconoce que puedes utilizar la sociedad civil, el libre emprendimiento y los valores tradicionales clásicos para crear un futuro mucho mejor”.

Rubio tiene esa visión, cree Gingrich, una que fluye naturalmente a través de Ronald Reagan y da cumplimiento a su propio “Contrato con América” de 1994.  La tarea es ahora afilarla durante la administración Biden.  Mientras lideraba los Comités de Inteligencia y de Pequeñas Industrias a finales del último congreso, Rubio se adelantó a sus competidores dentro del GOP antes de que Biden tomara posesión.  Produjo discursos y artículos de opinión, así como dos largos informes sobre inversión doméstica y la competencia con China.  Quizás el votante medio no ha leído lo escrito por Rubio, pero decenas de millones de americanos se han beneficiado del Programa de Protección Salarial (Paycheck Protection Program – PPP).

El programa que Rubio ayudó a crear fue quizás la confluencia perfecta de sus ideas.  Si no se le hubiera regulado durante la pandemia, el mercado probablemente habría determinado que se requerían despidos masivos.  Lo que parecía mejor para las empresas en el corto plazo, sin embargo, probablemente no era lo mejor para la nación.  Entre en escena la política pública y millardos de dólares de contribuyentes.

El partido de Ronald Reagan gastó en grande, y Rubio ayudó a enviar los cheques.  Al final de su período como líder de comité, el programa había apoyado más de cincuenta y cinco millones de trabajos durante la pandemia, una cifra que incluyó más de 4,5 millones en trabajos de manufactura.  Según los Republicanos, fue todo un éxito.  Según Rubio, nunca lo hubiera apoyado en tiempos normales.

“Cuando tienes una pandemia, y la gente va a perder su empleo, tienes que elegir entre dos cosas”, comentó sobre una acción gubernamental tan expresamente grande.  “A) Puedes ayudar a esas personas a través de inyectar fondos al sistema de desempleo; o B) puedes mantenerlos empleados.”  La falta de acción durante la crisis no era una opción, dice, comparando los cierres mandatorios a una “confiscación” estatal.

“Si pierdes estas compañías, no sólo pierdes lotes enteros de industrias, sino que si el contagio se vuelve extraordinario, pueden entonces declarar retrasos en rentas comerciales, y de allí empieza una cascada”, explicó.  Pero Rubio es cuidadoso al cualificar el éxito.  Normalmente no apoyaría ese tipo de acción porque ordinariamente no habría una emergencia nacional que requiriera ese nivel de intervención.

Las discusiones sobre el papel del gobierno y debates sobre el tamaño del estado son inherentemente americanos.  Y los conservadores disfrutan especialmente ese tipo de debates.  ¿Pero será igual para los votantes?

Esta no es la primera vez que los Republicanos, en la minoría, han llegado a la conclusión de que las evaluaciones de pureza ideológica no son políticamente viables.  “Nuestro votante promedio no es John Galt”, dijo el senador Mitch McConnell en el 2014, en referencia al héroe individualista de la novela de Ayn Rand “Atlas Shrugged”.  Ese mismo año, el senador Mike Lee, un aliado cercano de Rubio y leal miembro del Tea Party declaró que los “himnos al emprendedor son, en términos prácticos, generalmente irrelevantes”. No tenían idea – un año antes de que un magnate de bienes raíces descendiera de la escalera eléctrica del Trump Tower a la historia política americana – cuan correctos y  cuan equivocados estaban.

Trump dominó a sus contendientes en las primarias para lograr la nominación republicana y luego la presidencia, no a través de avances ideológicos sino insistiendo que el país estaba quedándose atrás y que la élite de Washington, D.C. no estaba haciendo suficiente para evitar el descenso.  Un análisis de la coalición de Trump hecho por Emily Ekins del Cato Institute determinó que no fue únicamente el votante conservador tradicional quien lo llevó a la Casa Blanca.

“No existe ‘una clase de votantes de Trump’”, escribió Ekins luego de evaluar a más de ocho mil de ellos.  Es cierto, mas de la mitad entran dentro del grupo tradicional de conservadores y libertarios, 31% y 25% respectivamente. Pero el resto era una coalición ecléctica de quienes no se encuentran normalmente a gusto en el GOP.  Estaban los llamados conservacionistas americanos, quienes eran más progresistas económicamente y sospechosos del estatus quo sociopolítico (20%).  Otro 19% eran “anti-élite”, similarmente sospechosos de los políticos tradicionales y generalmente progresistas, y 5% estaban simplemente “a la deriva”.

Viendo esas cifras, Ayers supone que, “está bastante claro que la ortodoxia tradicional Republicana se puede ajustar para efectos políticos”.  Ahora bien, esto no significa necesariamente abandonar todos los principios económicos.  Gingrich argumenta que se requiere, en vez, que el GOP “rechace un conservadurismo puramente negativo que no tiene nuevas ideas, ni respuestas positivas, y que no trata de los problemas del americano medio”, el tipo de conservadores “que quieren ponerse de pie en algún lado a gritar ‘no’”.  Tanto Ayres como Gingrich gustan de la alternativa de Rubio.

Su filosofía del bien común tiene bastantes respuestas posibles y Rubio espera que, al implementar dicha agenda, los Republicanos puedan convertirse en “el partido de la sabiduría del sentido común y los valores de la clase trabajadora”.  Pero todo esto invita una pregunta inevitable: ¿hasta qué punto debería involucrarse al expresidente Trump?

“El va a jugar cualquier rol que desee”, dijo Rubio a RCP el día antes de que un ídolo dorado de Trump fuera trasladado al salón principal de la conferencia conservadora CPAC, y dos días antes de que Trump se presentara ante miles de fans que le adoran y que estaban en Orlando para esa conferencia.  Sobre la pregunta de como debe avanzar el partido, Rubio es realista: “él va a ser parte de la conversación”. Fue Trump, dijo, quien le arrancó las anteojeras al partido y expresó lo que sentían los votantes.

“No tiene que gustarte la manera en la cual Donald Trump se expresó para reconocer que tocó una fibra que es legítima y válida.  Y para millones de americanos, la lealtad y el apoyo que le han demostrado es porque él dio voz a lo que han estado sintiendo y pensando durante mucho tiempo”, dijo Rubio.

“Lo que muchas personas no entienden”, explicó Rubio, es que cuando Trump era atacado por hablar de aranceles o de repatriar empleos, los votantes “no lo veían como un ataque a Trump; lo veían como un ataque a ellos – ‘esto es lo que nos han estado haciendo por todo este tiempo’”.

Respecto a ese sentimiento, evaluó Rubio, “no sé cómo puede uno ignorarlo, a menos que el Partido Republicano no quiera ganar más elecciones”.

Con o sin Trump, esas ansiedades de los votantes no van a desaparecer.  Además, se van a hacer más complejas a medida que votantes menores y de menos sesgo ideológico lleguen a la mayoría de edad.  “Yo sigo perteneciendo a esa generación que conecta ambas puntas, que recuerda un tiempo en el cual un tendedor de barra y una asistente doméstica podían comprar una vivienda”, dice Rubio de ese problema Republicano.  “Pero mis hijos están creciendo en un momento en el cual dos licenciados no tienen garantizado ingresos suficientes para comprar una vivienda, y mucho menos formar una familia y retirarse dignamente”.

Advierte que después de sobreponerse a cataclismos como la Gran Recesión y la pandemia del COVID-19, millennials y miembros de la generación Z están buscando tener sentido de seguridad.  Es más probable que opten por las promesas del ingreso mensual garantizado propuesto por Andrew Yang que por la postura libertaria sobre el poder de los libres mercados.

“Yo no creo que sean vagos.  Yo no creo que estén buscando donaciones en el sentido tradicional”, dice Rubio sobre los jóvenes seguidores de Yang.  “Simplemente pienso que el instinto humano es querer seguridad, y que si ellos creen que el mercado y la economía no la están proveyendo, y que el gobierno si puede proveerla, eso tiene su atractivo”.

Contrarrestar el atractivo subversivo de un gobierno benigno es quizás la encapsulación del problema que Rubio trata de resolver.  “Necesitamos presentar una alternativa que muestre cómo, de hecho, podemos tener un mercado que provea [seguridad] nuevamente”, dijo Rubio.  El profesor y político, el hombre de ideas creativas, ha estado trabajando las respuestas.  Tiene una buena idea de lo que desea lograr.  ¿Tendrá una buena idea de cómo lograrlo?  Más específicamente, a Rubio se le pregunta si todavía quiere lanzarse a la presidencia.

“Para mí es tonto decirle [que] no tengo ningún interés”, admite.  “Me lancé a la presidencia una vez, así que claramente en algún momento tuve interés y podría volver a tenerlo en el futuro”, indica.

“Creo que lo que probablemente ha cambiado durante los últimos años es que reconozco que no tengo ninguna idea de cómo será el mundo o mi vida dentro de cuatro años”, continúa diciendo, antes de pausar para matizar aún más: “ni siquiera sé cómo será mi vida dentro de un año”.

Rubio dice que se enfocará en dos cosas en el futuro inmediato.  Su trabajo como opositor y el éxito de su reelección al Senado en al 2022.  Tiene planes y es bueno enseñándoselos a otros.  Su futuro, y el futuro de su partido, bien podría depender de si sus compañeros republicanos escuchan. 

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