El domingo pasado, la noticia del accidente de un Boeing 737 MAX-8 de Ethiopian Airlines ocupó todos los titulares: la aeronave, que despegó de Adís Abeba, Etiopía, con rumbo a Nairobi, Kenia, cayó al suelo a pocos metros de haber despegado dejando un saldo de más de 100 fallecidos.
En el vuelo iban personas de más de 30 nacionalidades, entre ellos, 32 keniatas, 18 canadienses, nueve etíopes, ocho estadounidenses, ocho italianos, ocho chinos, siete británicos, siete franceses, dos españoles, entre otros. Todos las personas a bordo, tanto los 149 pasajeros y los ocho tripulantes hacen parte de las 157 víctimas fatales. Antonis Mavropoulos pudo haber sido parte de esa estadística.
Este griego venía de un vuelo de Grecia y debía hacer una parada de conexión en Adís Abeba para luego volar a Nairobi, donde iba a asistir a la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. El griego, que dirige una empresa de reciclaje, aterrizó allí a las 7:40 a.m., y su vuelo, el ET302 a Nairobi, partía 35 minutos más tarde. Por esta razón sabía que tenía que darse prisa para llegar a la puerta de abordaje.
Mavropoulos hizo todo lo posible para lograr llegar a tiempo. Incluso solo llevó equipaje de mano para no perder tiempo. Cuando se abrieron las puertas del avión que lo traía de Grecia, fue el primer pasajero en bajar. Luego, corrió lo más rápido que pudo por todas las salas de espera hasta llegar a la asignada a su vuelo para Nairobi. “Estaba enojado porque no había nadie que me ayudara a llegar más rápido”. Sin embargo, no lo logró por dos minutos. Cuando llegué, la puerta se acababa de cerrar y vi a los últimos pasajeros en el túnel entrando en el avión. Grité para que me dejaran entrar, pero no me lo permitieron”, relata.
Al ser tan corto el retraso, el griego siguió discutiendo con el personal de la aerolínea con la intención de que lo dejaran abordar teniendo en cuenta que la aeronave aún estaba en plataforma y la gente aún estaba ingresando. Pese a toda su insistencia, fue imposible ingresar pues el vuelo, en términos logísticos, ya estaba cerrado.
El personal de la aerolínea en el aeropuerto lo pusieron en lista de espera para volar en el siguiente vuelo a Nairobi. Luego de tres horas de espera y cuando estaba a punto de abordar el próximo vuelo a la capital de Kenia, dos guardias de seguridad lo detuvieron y lo escoltaron a la estación de policía del aeropuerto en medio de sus fuertes alegatos.
El griego no sabía qué estaba pasando y tampoco quería perder avión y su reunión en Nairobi. “Me quejé y los guardias me llevaron a su supervisor, quien cortésmente me dijo que no protestara y más bien agradeciera a Dios, porque el vuelo que debía abordar en la mañana estaba desaparecido. Yo era el único pasajero que no lo abordó en el vuelo 302, Al principio pensé que el funcionario estaba mintiendo, pero su actitud no dejaba lugar a dudas”, explica.
Mavropoulos fue interrogado por las autoridades precisamente por ser sospechoso de no haberse embarcado en el fatal vuelo. Sin embargo, horas más tarde apareció un segundo sobreviviente. Se trata de Ahmed Khalid, residente de Dubái, quien al igual que el griego afirmó no haber podido llegar por un retraso en su primer vuelo. Según contó a los medios, su padre lo estaba esperando en Nairobi y al escuchar las noticias, pensó que había muerto. «Estaba en shock, pero poco después, mi hijo me contactó y me dijo que todavía estaba en Etiopía y que no había abordado el avión».
Tras conocerse del siniestro, Mavropoulos, quien finalmente viajó a Nairobi, contó su historia en Facebook acompañada de una foto del pase de abordar. Su relato pronto se volvió viral. Confesó que la noche del domingo no durmió ante el shock del accidente. “Quiero decirles a todos que los hilos invisibles de la suerte, las circunstancias no planificadas, tejen la red en la que está atrapada nuestra vida. Hay millones de pequeños hilos que normalmente nunca sentimos, pero si uno rompe toda la red, se desenrolla instantáneamente”.
Por Semana.com